FRANCOTIRADORES DE SARAJEVO
¿Por qué no
vamos
de vacaciones a Bosnia?
Ha sido tu pregunta
de estos años.
Hojeabas la
revista Bell'Europa
y andabas por la casa
con un cuadro
del antiguo cementerio judío.
En la foto de la
tienda
que reza Cvjecara
las flores germinan en la roca
a través de los impactos
de mortero.
Hay orquídeas en
venta,
para los amantes
y los muertos, me decías.
¿Por qué no
organizar
un viaje a Herzegovina,
este verano?
Estabas triste a
destiempo.
Por entonces
eras solo un muchacho
de familia opulenta
que franqueaba el confín
de los Balcanes
por tumbarse en las playas
sin bombas del Egeo.
Pero es fácil
ser lírico
con la tragedia ajena.
Pavonearse entre
los símbolos
con temas prestados
sin usar las rodillas
como patas de perro
por burlar a los maquis
del Bulevar Selimovica.
¿Por qué no
vamos a Mostar,
aunque sea unos días?
Yo tenía trece
años.
El padre de mi amiga
amanecía pegado
a una emisora europea
para oír del asedio,
de su hermano en Markale,
de esa Miss Universo
coronada en un sótano.
Yo escuchaba The
Cult
en la otra sala.
La pureza no
duele
cuando el mal no nos toca.
Después de Sarajevo
no es posible mirar una criatura
sin vendarse los ojos.
No volviste a
insistir.
La llevarás,
ahora, de la mano
al osario de tórtolas
del cuadro.
Y todo está en
su sitio,
amor,
no te disculpes.
Yo tendré otras
montañas.
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