El amor de la
albahaca
No es la anónima,
la de las grandes plantaciones industriales,
Destinada al secado
por toneladas,
La que aflora
etiquetada en todos los supermercados de este mundo.
Tampoco la
singular, la noble albahaca que ciñó
Virgilio
Entre sus labios y
enjugó la mano de Horacio entre los álamos.
Es la rastrera,
común albahaca salvaje de los campos,
La única y la sola
que nos mira siempre verde entre las ruinas,
La que saluda desde
hace millones de años
Entre las piedras.
Allí, donde seguramente no es querida,
Asoma sus muñones
empecinada, con la sola ayuda
De unas gotas de
lluvia casual, de a cada tanto:
Un gramo de tierra
le basta a la paciencia de la albahaca,
Para amar el rincón
entre ladrillos rotos que, parece,
Quieren expulsarla
para siempre de su seno.
Persevera sola en
su manchón de verde
Entre lo estéril,
lo que le niega el sustento
Es aquello que más
ama: más quiere agotarla,
Más se empecina;
más quiere secarla, más florece.
La indiferencia la
abona y riega sus hojas
El desdén. A
desplantes crece la pasión
De la sufrida
albahaca. Y cuando aquello parece
(Una vez cada año
sucede que se ausenta)
Alcanzan cuatro
lágrimas celestes
Para que resurja de
la nada como antes,
Otro milagro del
amor, que no conoce
La muerte, ni el
olvido ni el engaño:
Raíz que persiste
honda entre cenizas y polvo,
Milagro que florece
a solas, prodigio
Sin correspondencia
alguna, la albahaca
Es el amor que no
se calla ni seca,
Por propia voluntad
ni por ajena.
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