REVISTA TRIPLOV
de Artes, Religiões e Ciências


NS | número 65 | junho-julho | 2017

 
 
ALBERTO NAVERO

Presentación de exposición
"Textos para la interculturalidad"
de Fulvio Fernández
 

 Aunque la mayoría de los seres humanos pueden expresar que comprenden la emoción, muchas veces nos quedamos en el concepto “palabra” y, muy pocos son aquellos que se atreven a expresar esa emoción tan definida de los sentimientos.

Generalmente creamos el mito que el arte puede expresar la emoción, sin embargo, cualquier hecho de la vida nos puede emocionar; este es el privilegio de todo ser sintiente, lograr manifestar, disfrutar y expresar esa energía ya sea de manera positiva o negativa. 

Presentar, en esta ocasión tan sublime, la obra de mi amigo Fulvio Fernández Muñoz, reconocido artista, profesor, maestro, gestor cultural, residente en la región del Maule es un desafío mayor. Digo que es un desafío mayor por la envergadura de su trayectoria. 

Artista Visual, profesor de Artes plásticas, licenciado en Educación, de la Universidad de Concepción, Magíster en Política y Gestión Educacional, Universidad de Talca.

Ha realizado exposiciones colectivas e individuales en Europa y Chile, en pintura, grabado y audiovisual.

Ha escrito numerosos artículos sobre ámbitos de Educación y Arte; trabajos de investigación artístico académica como “La escultura Mapuche. Una visión escultórica” y “Educación artística en la actual política curricular chilena”.

Ha recibido reconocimientos y distinciones del ministerio de educación y Cultura. Fondart 2001, 2002.

Algunas de sus obras se encuentran en colecciones nacionales y europeas. Etc. 

Ahora bien, confieso que no puedo hablar desde la plástica pura y academicista, tampoco desde la estética y su directa relación como objeto comunicante.

Por naturaleza poética caería en un sueño profundo e inmediato y, ya, la instancia que nos convoca sería completamente aburrida y sin sentido para mí; en otras palabras no habría emoción. Es decir solo un discurso que naturalmente nos trasladaría al mismo espectáculo cotidiano, frío, definidamente inerte que adorna nuestra vida y nuestras calles rebosante de sin sentido. 

Nuestra relación esta tarde no nos permite caer en tal escepticismo, por el contrario, nos convocamos, o bien acudimos de manera voluntaria a un concierto plástico diferente, como buscando respuestas en medio del necesario silencio agudo y mental.  Dejamos todo fuera y nos acercamos a un conocimiento esencial que puede, en algún momento, transmitir, deslumbrar e impregnar nuestro pensamiento ya sea, por el color, la imagen, la línea, esa difusa huella de la trama, el mensaje de cada artefacto que alimenta nuestro vacío primigenio e inspirador, que es el principio e hilo conductor de múltiples reflexiones de nuestro artista: el misterio de sus motivaciones. 

Esto me recuerda a cierto Dios concebido en esta precaria imaginación, que en algún momento de éxtasis alzó su brazo y giró sus dedos en círculos desordenadamente y el resultado fue una “sopa de estrellas”. 

Nuestro artista es algo similar. Recurre a sus fuentes situadas en la parte más alta de las formas, buscando compensaciones para su yo existencial. Aquellas fuentes son su universo manifiesto y en constante observación, la escritura selecta, su investigación erudita, los objetos, las personas, la gráfica y sus proyecciones y otros tantos y disímiles materiales cotidianos, incorporados a cada pieza como un principio democratizador, donde adquiere un rol protagónico la originalidad.  

Desde que nos conocemos, que son muchos años, encuentro a Fulvio siempre  constante movimiento vital, en ese perpetuo girar a través de su mundo estelar, accesando a nuevas formas de experiencias estéticas, alterando lo visible para evitar oscurecerse, eludiendo el abismo donde colapsa lo común y carente de significado, es decir, la nada y luego el olvido, refugio de los que nunca arriesgan con su arte. 

El rasgo más notable y característico de nuestro artista es su perseverancia, esa obstinación perpetua que raya en el delirio, porque sabe captarse a sí mismo, conoce su punto de referencia, avalado por la experiencia didáctica de la formación que le precede. 

Quizás tenga razón, al considerarlo un referente en nuestra “teológica búsqueda del arte puro” en un paisaje limitado.  Quizás tenga razón en el reino de la estética, siempre y cuando esta razón esté subordinada a la percepción, y de allí un salto vertiginoso a la emoción propiamente tal, que es recobrar el sentido de la vida. 

La apreciación de su trabajo nos acerca a descubrir cierto aislamiento, soledad autoimpuesta, como el asceta o ermitaño, que llegan a considerar ese medio como la oportunidad para encontrarse con aquella riqueza esencial del arte. De este modo tan radical y opuesto al común de la vida urbana, tiene la facilidad de inclinar la ecuación -tinta, papel, dibujo, grabado- a una forma de vida creadora, apreciando esos detalles más nimios y libres de cáscara cotidiana.

Es beneficiado por una percepción de la belleza inusual, en los aspectos más desconocidos y transversales de nuestra naturaleza.

Un modo de vida silenciosa, lo interno y subjetivo de la creación, la construcción filosófica, el acontecimiento espacial, la pluralidad de objetos materiales, el argé o apeirón de clásicos griegos, su ideal estético, su paso por el tiempo y circunstancia, cuestiones que permiten a nuestro artista rebelarse a sí mismo y sobreponerse a la habitualidad de manera radical y respetuosa frente a sus pares en esta superficie característica e identificable llamada “Interculturalidad” donde consagran y comparten armoniosamente estilo y sentido, formas entrañables que naturalmente nunca tendrán fin. 

Aclaro que una obra tiene su fin cuando se producen dos hechos irremediables: no emociona en lo más mínimo o bien el artista ha muerto definitivamente. En otras palabras no hay mensaje. 

Esta tarde Fulvio Fernández nos invita a penetrar en este mundo de sensaciones intensas.

Seguramente la experiencia se repetirá en color y  manifestación; esto es, lo indecible: amor, alegría, angustia, soledad, aburrimiento, nostalgia de otro pasado, ira, ofuscación, formas devaluadas, desgaste, sinergia, naturaleza y vacío que ha resuelto en imágenes, color y líneas. 

Podemos decir que se ha transparentado para quedar solo nuevamente, en otro estado de las cosas, y nosotros los observadores, quienes tenemos que reflejarnos, habitar la emoción para descubrir el abismo traslúcido de nuestras circunstancias. 

Al caer o fluir en estas imágenes, creaciones, artefactos de color se desprende de nosotros tal vez cosas ignoradas, desconocidas.  Por eso regresamos una y otra vez a la imagen porque algo se mueve, algo sutil se proyecta y asoma a nuestro encuentro. Entonces comprendemos que el sentido aplicado no es algo que está fuera de nosotros pero, tampoco es algo dado, tan fácil como creemos; esta apreciación consiste en exteriorizarnos para luego comunicarnos, sabernos conocidos, interactuar en medio de la simulación, como si alguien depositara esa emocionalidad para convertir nuestro corazón en líneas puras. 

Al parecer las manifestaciones del arte, en este caso la plástica, parten de la no-significación para nosotros darle un sentido.  Poéticamente podría agregar que el color, la imagen, la línea, la palabra son ideas, ideas latentes que debemos llenar de significado, sentido y fuerza, de sonidos y señas, de sutilezas y abstracciones donde todo tiene sistémica asociación. 

Por ejemplo “entre los aztecas el color negro estaba asociado a la oscuridad, al frío, la sequía, la muerte”, sin embargo si comparamos la inmensidad cósmica, notaremos que la proporción lumínica es inferior a la proporción oscura, y sin embargo, de esta niebla se genera la luz, la capacidad de creación y expresión. 

Regresando otra vez a la literatura, nada nos puede prohibir considerar poemas las obras plásticas, siempre y cuando cumplan dos condiciones como bien lo dijera Octavio Paz, que es regresar sus materiales a lo que son, materia resplandeciente u opaca y negarse al mundo de la utilidad; y la otra condición es transformarse en imágenes y convertirse en una forma de comunicación.

Sin dejar de ser lenguaje, sentido y transmisión del sentido, como enuncié al principio de esta nota; volver al estado de la emocionalidad, cuya pureza podemos alcanzar a través de la observación consciente.

Al final un cuadro será un poema si es algo más que lenguaje pictórico, como es el caso de la obra de Fulvio Fernández Muñoz.

Los artistas que están atentos al entorno en que crean, tienen en cuenta la quintaesencia de las cosas. 

Agradezco a mi estimado amigo Fulvio y a este público por la paciencia de escucharme.

 

 

 

Alberto Navero

 

Reino de Talca, primavera del 10 de noviembre 2015 era vulgar.

 
   
     
 
 

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