Arde y es mediodía y no logro ver tu
rostro;
aunque no parece haber fuego, arde
y bajo el peso del mediodía el
mar,
de a poco, se seca; respiro
aire con cenizas, cenizas en el
aire,
apenas sostenido por un muy ligero
anhelo:
una llovizna blanca sobre el suelo
negro.
Aquí, ahora, lo que de tu rostro
imagino:
un brillo entre las hojas, una
sombra oportuna,
un despertar de pájaros, un dios
que, tentado por un fruto tierno,
se descuida.
No logro verlo y arde y es
mediodía;
hay belleza, pero envuelta en
papel de muerte,
hay mañana, pero reducida a lo
oscuro subterráneo,
hay vida, pero atada al ala de un
ave
que, luego de muchas migraciones,
en un cielo conocido, se extravía.
Carlos Barbarito
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