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Manuel Gahete.
Fuente Obejuna
(Córdoba), 1957. Catedrático de Lengua y
Literatura. Doctor en Filosofía y Letras.
Numerario de la Real Academia de Córdoba y
director del Instituto de Estudios Gongorinos.
Presidente de la Asociación Colegial de
Escritores de España –sección de Andalucía-.
Medalla de Oro del Ateneo de Córdoba. Cronista
oficial de Fuente Obejuna. Aunque fértil
ensayista y crítico, se decanta por la poesía,
género en el que ha publicado:
Nacimiento
al amor
(2ª ed. 2013),
Sortilegio
(2ª ed. 2015),
Los días de la lluvia,
Capítulo del fuego, Alba de lava, Íntimo cuerpo
sin luz, Casida de Trassierra, La región
encendida,
Elegía plural,
Mapa físico,
El legado de arcilla, Mitos urbanos, El fuego
en la ceniza,
Motivos personales,
Códice andalusí,
La tierra prometida
y
Los reinos solares.
Premios: “Ricardo Molina”, “Miguel Hernández”,
“Searus”, “Barro”, “Vila de Martorell”, “San
Juan de la Cruz”, “Mario López”, “Ángaro”,
“Mariano Roldán”, “Ateneo de Sevilla”, “Fernando
de Herrera”, “Aljabibe”, “Carmen de Silva” y
“Salvador Rueda”. Antologías:
Carne e cenere
(1992),
El cristal en la llama
(1995),
El tiempo y la palabra
(2011). Su obra, volcada a la proclamación del
amor y la paz como salvación del hombre, ha sido
traducida al árabe, francés, inglés, italiano,
rumano y chino. Sobre ella se han escrito
El universo luminoso de Manuel Gahete
(AA.VV.: 2005),
Emoción y ritmo: la
visión poética de Manuel Gahete
(J. Cenizo Jiménez: 2007),
Miti urbani
(M. Bianchi y M. Benvenuto: 2012) y
Manuel Gahete: el
esteticismo en la literatura española
(A. Moreno Ayora: 2013).
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MANUEL GAHETE
Poemas
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Memorándum
Solo el tiempo reserva la memoria del hombre,
sus cálices
sagrados, su dolor en la arena,
el amor —como fruto perenne de su pena—
trasvolado en una agua de vida que lo asombre.
Y solo el tiempo asume su verdad y su nombre,
el dardo amarillento de tan breve condena.
Espera que otro cuerpo trizado como avena
de la piel de sus
labios otros besos
escombre.
A los hombres nos gusta enlazar nuestras manos
a la luz de la antorcha, cuando nadie vigila
y todos somos uno, el fuego, hasta la sangre.
Comer el pan hermano que parten los hermanos,
amasar la
esperanza
que se yergue y oscila
hasta que una mañana
la sombra nos desangre.
A los hombres nos urge revivir la pasada
estación de las luces que la muerte recobra,
hablar de nuestras ansias si es que el aire nos
sobra
y arrancar cada día el trigo de la nada.
A los hombres nos cumple sortear la vaguada
donde el barco sin rumbo tercamente zozobra
y amansarnos el alma, dulce diente de cobra,
con la música roja de la lírica amada.
Es mirarlo a los ojos, devolverle un saludo.
No es
difícil el hombre si se vive de frente,
cara a cara, en
silencio, a sorbos, sin
escudo.
Sólo pide un espacio de paz para sus hijos,
una mujer —no un ángel— sorbida lentamente
y
un pedazo de tierra para sus ojos fijos.
Alba de lava
(Sevilla, 1989)
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Amor más poderoso que la vida
Ella camina en sombras, ciega a la luz, y ríe.
Su corazón entonces es una oscura piedra
que un racimo de lluvias bruñe bajo su carne.
Ella conoce el mar y la palabra
aunque jamás pronuncia su humedad y su ruido.
Cuando los ríos crecen y la angustia proclama
su condición de géiser,
me ilumina,
me avisa del guijarro que se cierne en mis ojos,
me alerta de los surcos donde el miedo nos
hiere.
Un hombre está mirando,
abierto en el dolor pequeño y hondo
de vivir, a quien llega,
con sus manos azules, a vendimiarle el alma.
Un hombre está mirando a una mujer que toca
con sus ojos la lumbre.
Ella ríe y no cesa de beber en la sal que deja
el beso
con un río de plata por la sangre.
Y me mira y percibe la oscuridad que arrastro
desde antiguo
con el vacío de Dios en la mirada.
Hemos reconocido en este eterno celo de mirar y
mirarnos
que ni la vida puede abatir con sus garfios amor
tan poderoso.
La región encendida
(Ávila, 2000)
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Ruleta
He salido a
la calle
tendiendo
una sonrisa
con un río
de savia brotándome en los labios,
y ha rodado
su chispa de cristal
y su agua
borbollando
en el seco ejido de la acera.
He salido a
la calle
y mis manos
ardientes
han
prendido su lumbre sobre unos ojos claros,
brasa viva
en el hambre
del hombre
que me niega
un brasero
o un labio donde encender el fuego.
He salido a
la calle
con el
viento solano
como un
álamo libre acreciendo en el aire:
mástil, el
pensamiento
donde el
cuerpo se arriesga
y contra
todo orden sueña su mundo aparte.
He salido a
la calle.
En la piel
aún se agita
¡pobre niño
indefenso!
el severo
coraje de beberme la vida.
Si hurga
Dios todavía en la orilla del pecho
aquella
flor marchita grana como un tesoro.
He salido a
la calle,
una tarde
cualquiera,
vestido de
payaso,
bufón,
juglar, idiota,
a ver si
encuentro a alguien
que, por
besos o risas,
sin que le
cueste mucho,
quiera
prestarme el alma.
Elegía
plural (Málaga, 2001)
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Aprendiz de
sabiduría
Sabes que el nacimiento duele más que la muerte,
que nos consume el légamo de las necesidades,
que el amor es un orden para dioses con suerte.
Sabes que desfallece en la distancia
la amistad si el amigo
deja tu corazón sobre las brasas.
Sabes que las palabras son flores en el viento:
si nadie las pronuncia, se marchitan.
Sabes que nuestras vidas son luces de un
momento,
hojas en un paisaje;
que nadie vive ajeno al día del fracaso
ni una noche de gloria es más digno equipaje.
Sabes que ser valiente te vacía
del amor y el dolor, de cuanto quieres,
de cada sorbo amargo de la vida.
Todo llega hasta ti. Todo se evade.
Es la dura verdad: Cuanto más vivas,
más cerca te sabrás del ignorante.
Mapa físico
(Sevilla, 2002)
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Poética
Detenidos,
apenas
un leve gesto sobre el pie desnudo,
una caricia leve,
un leve aliento,
quebradas las rodillas,
el seno,
la mirada,
toda la fe,
la vida,
el color de los mares,
la lluvia,
el verde de los campos fríos,
el hondón de las grietas,
los fémures,
la risa,
el oloroso nombre de los labios,
la sal,
la lengua,
la mirada turbia,
el racimo de salvia,
la saliva,
el fragor de los restos de alquimia de la
muerte.
Nada como la lucha abierta de los cuerpos.
Nada es más dulce,
nada que tu boca
y
ese vago dominio del amor en la entrega.
El amor que ennoblece a aquel que ama
y embellece al amado.
Mitos urbanos
(Sevilla,
2007)
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Vida
Amo en silencio el ruido
y la estampida de los ríos alados
que se yerguen
en el alto cenit del horizonte.
Amo tu sed
y vivo cada instante
para gozar el súbito contacto
de tu piel en los besos
encendiéndose.
Amo tu cuerpo.
Amo la costumbre
de tenerte a mi lado
y despertarme
con tu imagen amiga en la mirada.
Amo tu ser
y amo que me ames
cuando el dolor irrumpe
como un potro
por los ríos de fuego de la sangre.
Amo la vida,
sí,
amo la vida
como la muerte ama
cada germen
de desazón, resuello y arrebato.
Amo la vida.
Tanto amor me vence,
me consume,
me enerva,
dilapida
el silencio, la sed, tu cuerpo, todo.
Amo la vida en ti,
luz de la sombra,
saliva en la sequía,
flor de la escarcha,
como se ama
a un niño
perseguido
por el abuso, el hambre y la violencia.
(El
fuego en la ceniza,
Sevilla, 2013)
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Brindis al sol
Víctor,
brindo por ti,
por los que lloran,
por una libertad que nunca llega,
cercada por la luz que más nos llaga,
la más cercana al río de la sangre.
Brindo por ti
que nunca te has quebrado
a pesar del dolor,
roto en la sombra,
hombre en el hombre
con tu voz te atreves
a proclamar amor siempre debido.
Víctor, por ti,
por todos los que ceden
doblados ante el rito del silencio,
arpados por la piel que nos abrasa,
hundidos por el miedo y el pecado.
Brindo por ti
que nunca te has rendido
ciego, convulso,
sordo, conculcado,
tragándote la sed,
el odio, el beso,
bebiéndote el coraje de los otros.
Víctor, por ti,
que nunca mancillaste
la insumisión del sueño y su justicia.
Motivos personales
(Madrid, 2014)
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El cantor del yuyal
Me nombraste sin nombre,
sin conciencia,
aprendiz de la fe,
de la memoria,
ebrio de un vino que nació inflamado
por el ardor del mar y el frío del fuego.
¡Cómo cuajar el cielo desprendido
sobre la piel de piedra de mis manos!
¡Cómo mudar —no sé— la sombra en brasa
en la extensión abierta de la herida!
Me nombraste cantor de cuanto existe,
y cuanto existe era, como sabes,
agua en la playa,
lluvia en la verdura,
llanto de toda madre que defiende
el corazón del hijo en la pedriza.
La tierra prometida
(Granada, 2014)
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El cáliz de los muertos
Hay indicios evidentes de que han sido
perpetrados actos de genocidio contra el grupo
tutsi por parte de elementos hutus, de manera
concertada, planificada, sistemática y metódica.
Comisión de expertos de la ONU
¿Cómo escribir los versos que nunca se han
escrito
y pronunciar los nombres que no se han
pronunciado?
¿Cómo besar los besos que no han sido besados
y dar vida a los cuerpos que nunca han existido?
¿Por qué sendas caminas si no encuentras
caminos?
¿Cómo encender los ojos que no se han alumbrado?
¿Quién abrirá la puerta que nunca se ha cerrado
y librará el silencio contenido en un grito?
No puedo imaginarme pagando por el modo
de morir, presenciando un loco desafuero
que nos culpa al sabernos poseedores del gozo.
¡Será que respirando tan inhumano aliento,
tanto tósigo amargo, tan podrecido polvo
nunca será posible que nazca el hombre nuevo!
Los reinos solares
(Málaga, 2014)
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Travesía
Busqué la redención en la palabra
mas no atendió mi ruego.
Me habitaba en la luz cuando la vida
debelaba su oraje y el deseo
se inflamaba de amor hasta agredirnos.
Fue terne la palabra y abrasiva
tejiendo cada lirio con mi sangre.
Desabotona el bies de mi camisa,
rasga piel en mi seno,
se arrufa entre mis ingles
y me deja desnudo a la intemperie.
Cuando duerme vencida,
herida entre mis dedos,
vierte intacta la miel de su tristeza,
el amor del dolor deshabitado.
Porque ella vive en mí como la sombra,
pegada a mi memoria, inaprensible.
Inédito.
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