Fernando Valverde nació en Granada
(España) en 1980. Es una de las voces
más premiadas y reconocidas de la nueva
poesía en español. Cerca de 200 críticos
de más de 100 universidades (Harvard,
Oxford, Columbia o Princeton, entre
ellas) lo eligieron el poeta más
relevante en lengua española nacido
después de 1970. Entre sus libros de
poemas destacan Viento
favorable, Madrugadas o Razones para
huir de una ciudad con frío (Visor).
|
|
Doctor en
Filología Hispánica y Licenciado en
Filología Románica y en Antropología
Social y Cultural, durante diez años ha
trabajado como periodista del diario El
País y
desde su fundación dirige el Festival
Internacional de Poesía de Granada. En
2012 ha obtenido el Premio del Tren
'Antonio Machado' por un poema titulado Celia,
escrito a una recién nacida y con
centenares de impresiones y
reproducciones en todo el mundo.
|
|
|
FERNANDO
VALVERDE
Babel
|
|
|
BABEL
A Jorge
Galán
El eclipse
de luna que alumbra la ceguera,
el cáncer
que es el musgo devorando el futuro,
el amor que
descubre los balcones
y salta
hacia el vacío,
el llanto
que es principio y que escala en los cuerpos
igual que
las burbujas revelan los pantanos.
Toda la
muchedumbre,
con su
débil memoria sujetada
como ruina
durmiente,
sucede al
mismo tiempo.
En los
huesos del bosque,
en la
hondura del fango o en la ciénaga
donde las
ranas brillan como ortigas,
crecen los
esqueletos sobre animales muertos
que riegan
las raíces y son enfermedad,
desfiles de
silencio que ahogan los tambores.
Ya ha
llegado a su sangre,
el corazón
del bosque se envenena
bajo la
piel del mono,
la
infección es del aire y avanza por el agua,
es pasto en
la basura y en los charcos de amianto
que ahora
lamen las vacas en Jaipur.
Seiscientos
mil pulmones serán aire podrido
en las
calles de Delhi,
después
serán el fuego y la ceniza,
ascuas
sobre los ríos,
restos de
carne y muerte que camina hacia el mar
en busca de
otras bocas.
Todo sucede
al mismo tiempo.
Ella se ha
despedido,
su paso es
el desorden,
un alfiler
templado que atraviesa el asombro
igual que
un nadador es un huésped del agua.
La mujer de
las horas detenidas
se desploma
en el suelo del lavabo.
Los
recuerdos se apagan,
son luces
que se intuyen en la costa,
farolas
encendidas
que dibujan
la línea del naufragio.
El cofre de
cartón que los guardaba
se vuelve
un laberinto,
los trajes
entallados se confunden
con
zapatillas viejas
y los
rostros son puertas de salida,
escaleras
que llenan los borrachos,
aceras
subterráneas,
curvas que son paredes.
Toda la
angustia elige el mismo tiempo.
El diluvio
que llena de barro los colchones,
la
desembocadura,
su agonía
de oro que acaba en los tumultos.
Todo ya es
parte de la misma herida.
La noche
con sus bordes,
los
viajeros que cargan el peso de la luna,
el paisaje
nocturno y el relámpago,
la tormenta
y el duelo,
los amantes
que sienten en los labios
un sabor
parecido
al último
minuto de sol sobre la hierba.
Todo sucede
al mismo tiempo,
y se
adentra en la niebla,
y se detiene.
|
|
LA
JOVEN DE SCARBOROUGH
(Ana
Brontë, 1820-1849)
Ana mira el
desierto,
una
tormenta espesa de nieve sobre el mar,
piensa en
su tos, en la sangre que escupe
que
pertenece a ella como el hambre o la fiebre.
Sus
pulmones se extinguen,
es 1849
y ha
llegado hasta Scarborough
huyendo de
la muerte.
Va a
respirar el mar,
el verde de
las algas que agoniza en la arena.
Siente el
agua y la espuma
y un sudor
que le sube hasta la boca
como si
fuera aceite.
Se asoma a
la ventana,
inhala las
agujas que le quedan al sol
y el olor
de la tarde le recuerda al pescado
pero
también al paso de los días.
El blanco
de su cuerpo en el abismo
es amor y
es deseo,
el vuelo de
los pájaros
y también su caída.
Alguien la
ve pasar,
atraviesa
el invierno más de un siglo después,
delgada
como niebla,
viento
detrás de las cortinas
o una mano
de hielo que dibuja un cristal
de párpados
cerrados.
La alegría
hecha escombros.
Ahora está
maldita,
se cierran
las ventanas a su paso,
se
marchitan las flores y el mundo es un desierto,
una tormenta espesa que sube hasta la boca.
|
|
CON
LOS OJOS ABIERTOS CAMINAS POR LA MUERTE
Para Alí
Calderón,
que me acompañó a la última quebrada
En la
última quebrada de los Andes,
donde la
cordillera se hace piedras
que llenan
los caminos
y caen como
nevadas,
donde
pastan el hambre y la pobreza
y en las
gasolineras
hay una
calma muda que se apoya en el aire.
Alguien se
llama Ernesto,
alguien
dice tu nombre en el mercado,
o en
caminos de tierra que atraviesan los niños
que comen
los insectos,
que se
beben la sangre de los niños
y dejan en
las puertas la marca de la altura
y unos
viejos zapatos
sobre el
tendido eléctrico
y unos
viejos zapatos en los pies del que cruza
el último
desierto de los Andes,
un valle en
el dolor,
las piedras
rotas que caen como tormentas
sobre esta
soledad de cuerpos apagados
que lleva siempre hasta los hospitales.
Dicen que
eres un muerto de los que nunca mueren,
que tus
ojos mirando hacia el vacío
se han
clavado en el techo del Hospital de Malta
que hoy
ocupan el dengue y la tuberculosis,
que pastan
en la hierba
como
animales pobres y delgados
que beben
en los charcos
o se tragan
el plástico de los contenedores.
Como la
tierra de los cementerios,
nada puede
callarte,
con los
ojos abiertos caminas por la muerte,
alguien
repite Ernesto,
ya se
marcha la lluvia hacia otro lado,
alguien
siente las piernas
pesadas
como el plomo
y acaba en
una cama del Hospital de Malta,
una tarde
de junio,
ya ha
terminado octubre,
van a matar
a un hombre,
no cruzan
los pasillos con su paso de fieras,
no se
escucha la huella de las botas
como en
aquella tarde
de mil
novecientos sesenta y siete
que fue la
tierra para los cementerios
y los ojos
abiertos la esperaron
en la
lavandería
al otro
lado de las cordilleras.
Ahora
siente un dolor de sangre en los tendones,
ha pasado
la fiebre,
ha cruzado
la muerte hacia otra cama,
se ha
instalado en el gas que llega a la cocina
o ha puesto
ya sus huevos en las pinzas
o sobre la
destreza en los quirófanos.
Sucede así
en el valle,
con lógica
de hambre y la costumbre
de ver caer
las piedras.
En las
últimas horas de esta tarde de junio,
el muchacho
que tiene
la sangre
coagulada en las rodillas
se
atropella en la hierba,
no hay
ruido de helicópteros,
sólo dos
extranjeros entran al hospital
pero hay en
sus gargantas una rabia durmiente
que no
altera el silencio
de la
lavandería.
Ellos van a
volver a Santa Cruz,
pero el
joven que arrastra
la pierna y
las rodillas
ha nacido
en el Valle,
y ha visto
que la muerte cruzaba el hospital
y hasta la
calle Sucre
y la ha
visto escondida en una madriguera de culebras
o en el
agua estancada.
Él sabe que
a la muerte no se entra
con los
ojos abiertos,
tal vez
porque sospecha
que no hay
nada que ver,
alguien le
dijo un día
que la
ceguera es blanca,
será la
oscuridad de cualquier modo
y no hay
nada que ver,
y los ojos
abiertos perdidos al vacío
siguen
clavados en el techo
de la
lavandería
mirando a
algún lugar,
señalando
un camino o sosteniendo
alguna
dirección,
allí donde
se rompen cordilleras
y las
piedras se clavan en los ojos
y destrozan
los huesos de los campesinos,
allí fuiste
a morir,
a la
ceguera blanca,
traiciones
que recorren las calles como cables,
alguien te
llama Ernesto en el mercado
o en las
gasolineras,
un joven
atraviesa la hierba en una silla,
ahora dice
tu nombre
como quien
busca alivio en medio del dolor,
allí fuiste
a morir
con los ojos abiertos.
|
|
CELIA
Nacida hoy
No conoces
la lluvia ni los árboles,
pero ya
eres un bosque.
Hoy que
comienza el mundo para ti,
que se
pueblan tus ojos con el mar,
que todos
te reciben como en una estación
donde se
espera siempre,
que es
principio y asombro,
mapas que
no aseguran un lugar donde ir.
Hoy que el
mundo comienza,
tristeza
inadvertida,
eres el
tiempo limpio,
el olor a
madera y el silencio,
las
preguntas sin sombras
y el amor
sin orgullo del que ha perdido todo.
Es esa mi
certeza,
las olas,
el océano,
tu risa que
es un pájaro.
Has traído
el murmullo de un recuerdo,
los pies
pequeños, como pequeño
es el
rastro de nieve que has dejado
en las
horas de enero.
Cómo será
la vida cuando crezca en tus manos
con la
fragilidad de las buenas noticias,
como un pez
que se escurre para volver al río.
Una tarde
cualquiera,
con la
misma sorpresa que un amor,
vas a
sentir la brisa que ha tocado los árboles
con su
cansancio antiguo.
Hay veces
que es rugosa y escuece como un fósforo
cuando
enciende un recuerdo…
Tus manos
brillan,
no hay
sombras ni puñales,
puedo ver
los cometas
arañando la
noche
como un
barco que zarpa y se adentra en la niebla.
La vida es
una casa donde habita un extraño,
un jardín
del pasado al que no volverás,
una orilla
que buscas con miedo a los fantasmas.
Pero
también la vida
es una luz
detrás de una ventana
cuando la
oscuridad
ocupa cada
hueco y cada continente.
Esta noche
es oscura,
el tren
busca unos brazos
que están
al otro lado de las horas.
Mientras,
pienso en el modo de decirte
que los
sueños son parte de nosotros
como un
embarcadero es un viaje.
Porque ya
eres un bosque,
y hay
delfines, y lagos, y montañas,
y amores
imposibles
que se
llamarán Celia.
Alguien
dice tu nombre en el futuro
y se llena
de gente una casa vacía,
todos se
sientan a la mesa.
Ya lo
habrás olvidado,
fue la
felicidad quien sembró este dolor,
fue la
felicidad igual que una tormenta
sobre un
vaso vacío.
Cuando
lleguen el miedo y la desesperanza,
y todas las
cerezas hayan caído al barro,
y las
gaviotas griten
el olvido
imposible de una mujer herida
que siente
que avanzar es quedarse más sola…
Si todo
esto sucede
recuerda la
manera en que la lluvia
se
convierte en un árbol
y el modo
en que las olas
son el
final del agua y el principio del mar.
No conoces
el mar, ni el barro, ni los árboles,
pero ya
eres un bosque por el que pasa un río.
|
|
UN
CAMINO HACIA TI
Igual que
los cobardes cuando huyen
van
construyendo un rastro,
yo he
dejado un camino que conduce hasta ti.
Ahora estás
al final
de esos
bosques que brotan
de forma
inesperada
en el
último instante de un adiós,
detrás de
cada verso que intenta sostener
el agua en
el vacío.
El invierno
ha borrado el horizonte,
la nieve
que fue el brillo de tus ojos
ha
convertido en barro mis certezas.
Dónde
correr ahora,
agotado y
exhausto,
este dolor
de sombras
se pregunta
el lugar en el que crecen
los árboles
que eligen los ahorcados,
los
estanques de la oportunidad.
Cobarde
caminante que prefiere
la ciudad
de las horas detenidas,
la sombra
de los sauces
y el orden
de los cuerpos conocidos.
He dejado
un camino que conduce hasta ti,
he dejado
un camino.
|
|
EL
JUGADOR
Nos jugamos
la vida a cara o cruz.
Sé que no
va a gustarte,
pero no
hemos logrado responder
por qué
vale la pena,
qué
significa todo,
dónde
espera la nada
que está
menos presente
pero en
todas las cosas.
No vayas a
quejarte,
por esta
oscuridad han pasado tus dedos
palpando
las paredes.
Ya tienes
la moneda entre las manos
y no será
el azar quien la deslice
ni la
suerte su impulso.
Hoy sujetas
los días que vendrán
y los
lanzas
y flota
la tristeza
en el aire
girando con
el vértigo
de lo que
pudo ser
otra vida
contigo.
|
|
IZET SARAJLIĆ CRUZA UNA PUERTA QUE CONDUCE AL
DOLOR
Vlado sale
a buscar su bala cada tarde.
Cuando sus
fuerzas fallan,
deshace su
camino para volver a casa,
si es que
existe la casa o siquiera un camino.
En Ilidža
un estanque es un embudo,
la
corriente que lleva a Sarajevo,
que
atraviesa los túneles,
rodea el
aeropuerto,
y un sonido
de aviones dibuja otro país,
también una
frontera
que separa
el invierno de la lluvia.
Izet
Sarajlić mira la forma en que la lluvia
es una
puerta abierta hacia el dolor,
el recuerdo
de un nombre o de un jardín,
una ventana
al este que un día fue una casa.
Vlado
regresa de su caminata,
muy pocos
lo saludan,
su tristeza
se ha vuelto contagiosa
y nadie
tiene ya palabras para él,
tan poco lo
separa de los muertos
que ni él
mismo se habla.
El rastro
de un misil corta el silencio,
y tampoco
era el suyo.
Mientras,
en las colinas,
los
francotiradores
van a ser
la destreza de la muerte,
un silbido
que rompa los cristales,
un balcón
al vacío.
Izet
Sarajlić mira su reloj,
no hay
respuesta a la espera,
después
sigue la línea del tranvía,
el número
catorce,
sube hasta
el cementerio del león,
en la calle
la gente regresa del mercado
y corre con
sus bolsas cuando se acerca el cruce
más
silencioso y sordo.
Izet
Sarajlić mira hacia ambos lados
y su paso
incesante es ya necesidad
de volver
al amor
mientras su
rostro absorbe la impaciencia
del frío en
los zapatos.
Él sabe que
está muerto,
nadie
conoce aquello que le hace sufrir.
|
|
LA
DEBILIDAD DE LA LUZ
Es la
debilidad que hay en la luz
un
principio del fuego.
¿Dónde
comienza el fuego?
No el que
abrasa nervioso los arbustos,
ni el que
riega los campos de ceniza,
me refiero
a un incendio que sucede en las sombras
y habita en
el futuro desde el llanto.
Para
reconocerlo
basta
sentir el miedo atroz
que no deja
dormir
tras un
presentimiento del vacío.
Todo le
pertenece,
incluso la
nostalgia que llega del pasado
y parece
escapar del dominio del tiempo
es carne de
su asfixia como serán los ojos
que fueron
el amor
y también
la esperanza
y toda la
piedad
y el canto
que espantaba los diluvios
porque el
cielo escuchaba.
Nunca dejé
de hacerlo,
vinieron
esas sombras con tu nombre en sus bocas
y te busqué
en las llamas
porque
fuiste el incendio
y por eso
quemé una casa y las noches
se llenaron
de lobos
que no van
a morderme
porque
saben que van a desaparecer conmigo.
Este
enjambre de luces son las sombras
evitando
una noche aún mayor
y no tengo
ya fuerzas
ni las
ganas de entrar en un atardecer.
|
|
LOS
RECUERDOS BORRADOS
Al final de
la noche,
lejana como
infancia o amor desprevenido,
se avista
una ciudad.
Brillan sus
luces, parpadean,
son faros
de otro tiempo,
rostros que
no recuerdas pero son familiares,
los brazos
fríos,
tu
desesperación.
Ahora busco
en ellos,
aparece un
colegio de monjas junto a un río
y se
pueblan tus labios de nombres e intuiciones.
También de
un uniforme
y de algún
privilegio
que pasó
por tu vida como lo hace un extraño.
He
aprendido a mirar tu juventud
desde la
lejanía,
caminas con
un paso muy distinto al de ahora,
eres otra
mujer
y tus pasos
son largos aunque caigas de nuevo
mientras la
vida avanza como madera vieja,
febril
artesanía y pintura en las manos,
paciencia
de derrota acostumbrada,
y el miedo
a la desgracia de tres hijos,
tres veces
el abismo.
Conoces un
camino que termina en nosotros,
defiendo la
verdad de tu intuición,
los
jarrones antiguos se llenan de monedas
y objetos
inservibles,
pasan por
tu memoria como espejos idénticos
el uno
frente al otro.
Me duele
imaginar la realidad
porque
extiendo tu mano por las cosas
y hay un
tacto cansado que celebra la vida.
|
|
POSTAL
DE INVIERNO
Está sola
en el mundo y es febrero,
le duelen
los pulgares,
se toca la
nariz para medir el frío.
Puede ver
su reflejo sobre el lago,
los peces
melancólicos son ya lunas de octubre
que dibujan
sus pasos sobre el hielo.
Allí están
los poemas,
en el fondo
del lago,
justo un
paso detrás de la palabra nunca.
|
|
|
|