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		1. Gelman y la voz rota del exilio   
		En sus 
		memorias, Gabriel García Márquez recuerda “el diario hablado del 
		profesor José Pérez Doménech, que seguía dando noticias de la guerra 
		civil española doce años después de haberla perdido.” La conciencia de 
		derrota fue otra lección política que los españoles republicanos 
		forjaron y, a veces, transformaron, como ocurre con el utopismo de Juan 
		Larrea, de estirpe visionaria y cultural; y con la respuesta de María 
		Zambrano y José Bergamín, quienes recobraron, desde el exilio, un 
		lenguaje restitutivo, esencial y poético. Paralela, aunque de otro 
		orden, es la conciencia de derrota que los exiliados argentinos y 
		chilenos dirimieron frente a la violencia de la “guerra sucia” en 
		Argentina, y ante la 
		destrucción del gobierno democrático de Salvador Allende. Juan Gelman 
		había de proseguir su batalla perdida más allá de las peores noticias, 
		convirtiendo a la derrota en un lenguaje que la asumía para excederla. 
		Gelman perdió a su hijo en la “guerra sucia” y su nuera desapareció 
		embarazada. Después de haber sido secretario de prensa de los Montoneros 
		en Roma, renunció al partido, por la vía inversa a la lógica de la 
		violencia, y dedicó muchos años a la búsqueda de su nieta, no hace mucho 
		finalmente localizada en Uruguay. El país es otro, los generales 
		asesinos fueron a la cárcel,  pero 
		la cruzada de Gelman, tanto como su poesía, reveló las estaciones del 
		luto, ese via crucis del purgatorio, que el exilio preserva como un 
		pensamiento  del 
		escándalo. La pérdida, al final, no es la de una batalla sino la de los 
		países, que asumiéndose como otros, eligen la cura de sueño del perdón y 
		el mercado. Por eso, algunos de los que regresaron, como el chileno 
		Armando Uribe Arce, hablaron desde la orilla extrema de los muertos a 
		muerte.   
		En la 
		voz fracturada de Gelman aparece la subjetividad a flor de piel del 
		exilio latinoamericano como tragedia: su desborde verbal ardiente, su 
		intimidad dolorosa, su exasperación ante la sociedad mercantil, y su 
		desasosiego con la política. No menos importante es su erosión irónica, 
		cuando no satírica, del oficio literario y sus pasiones superfluas. 
		Todos somos, al final, exiliados, parece decirnos, sólo que en las 
		furias del lenguaje unos terminan en la otra orilla, buscando recuperar 
		la voz. En el exilio Juan Gelman forjó, sin embargo, un espacio súbito 
		de horizonte habitable: el regusto por lo cotidiano, el humor y el amor 
		de la pareja, la amistad como fruto del tiempo fidedigno, y la poesía de 
		los afectos, que late y respira como un cuerpo salvado de la historia 
		por amor de las palabras. | 
      
        |  | 2. Juan Gelman a duras 
		penas   Juan Gelman (1930-2014) debe 
		haber sido el poeta contemporáneo que asumió más que otro alguno la 
		violencia de su país y su tiempo. Sufrió en carne propia la desaparición 
		de sus seres queridos, y entre las cortes de justicia y la prédica de 
		los derechos humanos, buscó desentrañar la memoria y los huesos de sus 
		muertos, y recobrar a su nieta secuestrada. Sólo la poesía y la 
		solidaridad le permitieron sobrevivir la tragedia. Su poesía fue una 
		conversación con sus hijos, hecha en el habla de una intimidad lúcida y 
		desolada. Pero fue también un desentrañamiento del lenguaje en cuyos 
		registros, fronteras, dicciones y desnudez buscó a los suyos y los 
		encontró hechos palabra. La poesía, sin hipérbole, le salvó la vida. No 
		en vano habló largamente con la obra de Vallejo, en castellano y también 
		en sefardí. En su Arte Poética 
		escribió: “Nunca fui dueño de mis cenizas, mis versos, / rostros oscuros 
		los escriben como tirar contra la muerte.”   
		
		¿Cómo se reconoció en diálogo con la poesía? Soy el único argentino de una 
		familia ucraniana que emigró de la URSS en 1928. Boris, mi hermano 
		mayor, me recitaba a Pushkin en ruso cuando yo tenía 4 ó 5 años. No 
		entendía una sola palabra, pero el ritmo y la música de esos versos me 
		causaban una extraña felicidad. Durante años acosé a mi hermano para que 
		me recitara a Pushkin una y otra vez y creo que allí nació mi 
		fascinación por la poesía. Luego vinieron las lecturas. Nunca termina 
		uno de hacerse poeta.   
		
		A sus lectores les gustaría seguramente conocer su biblioteca, esa 
		ilusión de un árbol genealógico. ¿El poeta, inventa a sus precursores o, 
		más bien, imagina a sus lectores? En mi biblioteca de poesía se 
		entremezclan clásicos como el Dante y Shakespeare, místicos como San 
		Juan de la Cruz y Sor Juana, poetas provenzales anónimos del siglo XII y 
		XIII, Quevedo, Góngora y Garcilaso, modernistas –digamos- como López 
		Velarde y Lugones, surrealistas como Eluard y Breton, vanguardistas,  poetas 
		que me marcaron, como César Vallejo y Raúl González Tuñón. Allí los 
		poetas jóvenes viven con Blake, Hölderlin, Ossip Mandelstam, 
		Pavese, Neruda, Maiakovsky, Drummond de Andrade, Borges, Octavio Paz, 
		Baudelaire, Rimbaud, Mallarmé, Ezra Pound, Eliot, Zanzotto y tantísimos 
		otros. Hay poetas que imaginan a sus lectores. No es mi caso. Creo que 
		cada poeta busca lo mismo que buscaron sus precursores, como decía 
		Basho. Y hay efectos que iluminan causas, que dijera Lezama Lima.  
		
		¿Se ha encontrado a sí mismo en su propia voz? ¿O la voz es siempre la 
		de otro, la imagen en el espejo del lenguaje?¿Qué es primero, la imagen 
		o el ritmo? El que escribe es otro, 
		desconocido para uno mismo, sorprendente para uno mismo. Habría que 
		abolir el mundo para escribir poesía. Lo primero, para mí, es la 
		obsesión. Ella impone el ritmo cuando la imagen llega.  
		
		¿Le ha tentado alguna vez la necesidad de formular una poética? O de 
		alguna manera ¿su poesía es una reflexión sobre el poema? Un poeta crea su poética en sus 
		poemas. Algunos logran formularla teóricamente y los envidio.  Parece 
		que me atengo a una suerte de fábula rusa que una vez me contó mi 
		madre: un arañita ve pasar a un ciempiés y lo detiene. “Dígame, señor 
		ciempiés, ¿cómo hace usted para caminar? ¿Avanza con las 50 patas de la 
		derecha y luego con las 50 de la izquierda? ¿O  una 
		y una, o 10 y 10 o 25 y 25”?. El ciempiés se detuvo a reflexionar y 
		nunca más caminó.  Cada 
		poema, ajeno o propio, es una reflexión sobre la poesía.  
		
		¿Frecuenta Ud. la primera persona? ¿O prefiere dejar el "yo" a los 
		novelistas? Puede, en definitiva, el lenguaje representar al "yo" 
		asignándole una identidad cierta? Difícilmente comienzo un poema 
		en primera persona, aunque ésta –no el “yo”- a veces aparece en el 
		decurso del poema. Maiakovsky decía que su “yo” expresaba el de millones 
		de personas. Quién sabe.  Como 
		usted bien dice, el lenguaje puede otorgar una identidad cierta al “yo”. 
		Hace al “yo”.    
		
		¿Qué sintonías cree Ud. haber establecido con otros poetas y escritores 
		de su país y su lengua?¿Cómo definiría la opción de pertenencia de su 
		obra? Con la llamada “generación del 
		20”, en especial con Raúl González Tuñón, y con grandes poetas del tango 
		como Homero Manzi. Y luego, Borges, Bioy Casares, Juan L. Ortiz, Andrés 
		Rivera, Osvaldo Soriano, Jorge Boccanera, Sarmiento, Echeverría, Daniel 
		Moyano, Enrique Molina, Olga Orozco, Francisco Urondo, Rodolfo Alonso, 
		Edgar Bayley, Francisco Madariaga, Miguel Ángel Bustos, Joaquín 
		Gianuzzi, y más. La otra pregunta: no pretendo dar ejemplos ni lecciones 
		con mi obra, y supongo que pertenece a la poesía en castellano.  
		
		¿Qué papel, si alguno, le concede Ud. al poema entre las formas de 
		discurso que se disputan hoy el significado de nuestro plazo en este 
		globo? La poesía no se pelea con 
		ninguna otra clase de discurso. Es. Viene del fondo de los siglos, 
		ninguna catástrofe natural o fabricada por el hombre ha podido 
		extinguirla y sólo desaparecerá cuando el mundo acabe. | 
      
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		Julio Ortega 
		(Perú, 1942). Después de estudiar Literatura en la Universidad Católica, 
		en Lima, y publicar su primer libro de crítica, La 
		contemplación y la fiesta 
		(1968), dedicado al "boom" de la novela 
		latinoamericana, emigró a Estados Unidos invitado como profesor 
		visitante por las Universidades de Pittsburgh y Yale. Vivió en Barcelona 
		(1971-73) como traductor y editor. Volvió de profesor a la Universidad 
		de Texas, Austin, donde en 1978 fue nombrado catedrático de literatura 
		latinoamericana. Lo fue también en la Universidad de Brandeis y desde 
		1989 lo es en la Universidad de Brown, donde ha sido director del 
		Departamento de Estudios Hispánicos y actualmente es director del 
		Proyecto Transatlántico. Ha sido profesor visitante en Harvard, NYU,  
		Granada y Las Palmas, y ocupó la cátedra Simón Bolívar de la Universidad 
		de Cambridge. Es miembro de las academias de la lengua de Perú, 
		Venezuela, Puerto Rico y Nicaragua. Ha recibido la condecoración Andrés 
		Bello del gobierno de Venezuela en 1998 y es doctor honorario por las 
		universidades del Santa y Los Angeles, Perú, y la Universidad Americana 
		de Nicaragua. Consejero de las cátedras Julio Cortázar (Guadalajara, 
		México), Alfonso Reyes (TEC, Monterrey), Roberto Bolaño (Universidad 
		Diego Portales, Chile) y Jesús de Polanco (Universidad Autónoma de 
		Madrid/Fundación Santillana). Dirige las series Aula Atlántica en el 
		Fondo de Cultura Económica, EntreMares en la Editorial Veracruzana, y 
		Nuevos Hispanismos en Iberoamericana-Vervuert. Ha obtenido los premios 
		Rulfo de cuento (París), Bizoc de novela breve (Mallorca), Casa de 
		América de ensayo (Madrid) y el COPE de cuento (Lima). De su crítica ha 
		dicho Octavio Paz: "Ortega practica el mejor rigor crítico: el rigor 
		generoso." |