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		Evolución es la teoría científica que define la manifestación de la vida 
		terrestre como un fenómeno biológico global basado en la sustitución 
		cronológica de unas especies por otras afines. Filogenia es el nombre 
		dado a esta secuencia de seres vivos continuada hasta el presente. El 
		resultado del proceso es indubitable. Sobre los pormenores de cómo 
		ocurre el cambio serial hay disparidad de criterio. Al naturalista 
		francés Jean-Baptiste Lamarck le corresponde el mérito de haber 
		formulado el primer modelo evolutivo. Es el padre de la criatura, pese a 
		quien pese. Su interpretación de una naturaleza cambiante a lo largo y 
		ancho de la historia del planeta alcanza, al menos, el año 1800, aunque 
		la teoría se hizo mayor con su libro
		Filosofía zoológica publicado 
		a los nueve años del siglo. El planteamiento era original, ambicioso, 
		descabellado, especulativo, revolucionario. Calificativos que por sí 
		mismos no distinguen las buenas de las malas ideas; pero la evolución es 
		una teoría acertada y cambió el modelo de naturaleza convirtiéndose en 
		el karma de la ciencia 
		biológica. Resumiendo, el ideario lamarckiano 
		introdujo en la biología moderna dos principios básicos:
		1) el origen de la vida a 
		partir de la materia inorgánica mediante la acción de procesos 
		físico-químicos propios del sistema natural;
		2) la común descendencia de todos los habitantes de la Tierra 
		mediante sucesivas transformaciones adaptativas partiendo del momento 
		inicial. El mecanismo es simple. La modificación drástica de las 
		condiciones medioambientales inhabilita a las especies para sobrevivir. 
		Guiados hacia la supervivencia, la anatomía de los individuos se altera 
		conformándose especies diferentes adaptadas a otro entorno. El ciclo 
		culmina con la reproducción: los padres transmiten a los hijos los 
		caracteres adquiridos. La operación se repetirá siempre que sea 
		necesario. Durante cincuenta años el pensamiento transmutacionista 
		lamarckiano recorrió los círculos científicos recogiendo opiniones. Hubo 
		partidarios, detractores, indiferentes. En 1859 Charles Darwin publicó 
		el Origen de las especies 
		generándose una bipolarización ideológica que hoy perdura. Darwin -quien 
		reconoció haber llegado a similares conclusiones que su antecesor sobre 
		la transformación secuencial de los seres vivos-, definió la evolución 
		en los conocidos términos de lucha por la existencia y supervivencia del 
		más apto. Proceso competitivo llamado selección natural. El modelo se ha 
		divulgado hasta la saciedad a modo de catecismo evolutivo. Bastará 
		repetir que el cambio sucede progresivamente acumulándose, generación 
		tras generación, los rasgos peculiares que aquellos individuos mejor 
		adaptados, escogidos por la selección natural, poseen y transfieren a 
		sus descendientes. Queda claro, Charles Darwin no propuso la idea de 
		evolución, sí un ingenioso mecanismo para explicar el proceso: los 
		organismos evolucionan sometidos a una lucha feroz resuelta en favor del 
		mejor. Un suceso comprensible sin necesidad de ser una lumbrera. Esta es 
		la clave para entender debidamente la popularidad alcanzada por la 
		decimonónica teoría sobre el 
		origen de las especies por selección natural (On 
		the origin of species by means of natural selection). Desde entonces 
		el tema fundamenta la investigación biológica, y científicos relevantes 
		han tratado de componer los escenarios de la evolución. Tampoco hay 
		duda, el actual marco cognitivo de la teoría responde a principios 
		epistemológicos abiertamente distintos de aquellos orígenes. Sin 
		embargo, (in)compresiblemente, (in)necesariamente, Lamarck y Darwin 
		continúan siendo el referente conceptual donde se reconstruye el puzzle 
		transmutacionista comenzado hace dos siglos.  
		
		Simplificando demasiado las cosas diremos que el problema básico de la 
		evolución orgánica es saber cómo se hace un ser vivo. Para los 
		organismos pluricelulares la multiplicación sexual -fusión de los 
		gametos parentales constituyendo un germen celular capacitado para 
		generar otro individuo- es un procedimiento habitual. Centraremos el 
		análisis en esta modalidad. En la reproducción sexual el proceso 
		evolutivo sucede cuando las modificaciones individuales se integran en 
		el modo reproductor, al ser este el canal formativo que aporta 
		individuos a la naturaleza perpetuando la vida. Espacio donde el 
		mecanismo embrionario expresa todo su potencial evolutivo. La pregunta 
		¿cómo evolucionan las especies? toma sentido dentro de un ámbito 
		biológico preciso, correspondiente a la secuencia morfológica desplegada 
		por el óvulo fecundado en su tránsito hacia un nuevo ser. La conexión 
		entre evolución y embriología es un suceso necesario, circunstancia que 
		los embriólogos del siglo XIX comprendieron inmediatamente. En esta 
		fecha el saber embriológico-evolutivo estuvo representado por sendas 
		líneas de investigación: la teratología experimental y la embriología 
		comparada. Aquella fue una corriente temprana nacida del lamarckismo; la 
		segunda dominó el panorama darwinista a partir de los años sesenta. ¿Qué 
		representan?
 
		Considerada 
		en su esfera embriológica, la dimensión temporal de la evolución cambia. 
		Los hechos abandonan la reconstrucción paleontológica del pasado 
		componiendo el presente. Ahora, el objetivo es entender cómo se forman 
		dos especies a partir de la misma unidad biológica. Lograrlo requiere 
		saber qué mecanismo condiciona la morfología de los organismos. El nuevo 
		enfoque conduce hacia un planteamiento metodológico diferente. Observar, 
		describir, resulta insuficiente para descubrir las leyes evolutivas de 
		la vida. La tarea precisa el uso del experimento. Pensar la evolución 
		empíricamente fue un rasgo distintivo del naturalista Étienne Geoffroy 
		Saint-Hilaire -colaborador directo de Lamarck-. A partir de los años 
		veinte, aplicando las razones ambientalistas del maestro, guiado por los 
		resultados obtenidos en su laboratorio, Étienne enunció una teoría 
		transformista inaudita sustentada en la teratología como causa general 
		del fenómeno. La génesis de una nueva especie ocurriría en la etapa 
		embrionaria mediante la formación de
		monstruos: unidades 
		catalogadas como productos contrarios al normal orden reproductor. 
		Expresada en tales términos, la morfogénesis constituye el mecanismo 
		operativo de la evolución y la transformación orgánica significa la 
		modificación organizativa de la materia viva. Un planteamiento 
		teóricamente sencillo, pero no desde el punto de vista fenomenológico. 
		La etapa embrionaria estaría condicionada por factores ambientales que 
		canalizarían el desarrollo hacia la formación regular de individuos. Si 
		el medio se modifica, las nuevas circunstancias inducirán en el embrión 
		nuevas características anatómicas. Son variaciones adaptativas 
		vinculadas al mundo exterior donde vivirán los descendientes. Hay, pues, 
		un fenómeno de transferencia informativa expresado morfológicamente. Por 
		ejemplo, cabría conjeturar la aparición del aparato respiratorio, 
		pulmones y branquias, como una modificación ligada a la concentración de 
		oxígeno. Una menor proporción gaseosa habría causado en los embriones de 
		especies pretéritas un incremento del tejido respiratorio compensando la 
		perdida del fluido. La condición acuosa o aérea del hábitat dirige el 
		producto final. El aumento de la superficie funcional dotó al sistema de 
		mayor eficiencia preadaptando el organismo a circunstancias de vida 
		adversas, diferentes, originándose un sujeto anormal capaz de colonizar 
		otro nicho ecológico. Un
		monstruo polivalente,
		esperanzado en cuanto a la 
		posibilidad de vivir en el medio apropiado a su naciente cualidad 
		anatómico-funcional. Organigrama que configura la evolución hacia la 
		génesis de organismos diferenciados, adaptados, a una realidad insólita. 
		El resto de la centuria la teratología evolutiva desempeñó un papel 
		secundario. Destacados naturalistas, particularmente Isidore Geoffroy 
		Saint-Hilaire y Camille Dareste, exploraron esta vía experimental, 
		vinculada finalmente al ideario darwinista.  Sustentada 
		por la embriología comparada, la teoría de la recapitulación, es decir, 
		la idea de considerar la embriogénesis como un relato de la historia 
		evolutiva de la especie, prorrumpe con fuerza, con diferentes 
		enunciados, durante las primeras décadas de 1800. Pronto formó parte del 
		abecé embriológico, pero su incorporación en mayúsculas al debate 
		evolucionista sucedió en la década de los años sesenta. Lo hizo, 
		expresamente, con la versión elaborada por el zoólogo alemán Ernst 
		Haeckel en su obra Generelle 
		Morphologie der Organismen, editada en 1866. Conocida como ley 
		biogenética, la teoría haeckeliana afirma que los diferentes estadios 
		embrionarios representan aquellas formas adultas encarnadas por la 
		especie en su camino evolutivo. Abreviadamente,
		la ontogenia recapitula la 
		filogenia. Sentencia tan divulgada como errada. Imaginemos el caso 
		de la especie humana. En su desarrollo, sucesivamente, el embrión 
		rememora un pez, un anfibio, un reptil, un mamífero, un primate, hasta 
		alcanzar la morfología del hombre. Discurrida en términos 
		recapitulacionistas, la evolución es un sumatorio de partes 
		identificando cada cual un producto final concreto. Preguntémonos ¿cómo 
		ocurre? Haeckel dividió el patrimonio hereditario en dos clases. Un 
		grupo responde a los caracteres transmitidos por los progenitores 
		representando el tipo normal. El segundo lo componen los caracteres 
		adquiridos por el adulto en su relación adaptativa con el medio. Una 
		singular concesión a Lamarck. La herencia adquirida constituye la fuente 
		de variabilidad evolutiva, se manifiesta en la fase final del ciclo 
		embrionario incrementándose el número de etapas. Sopesado, el argumento 
		tiene un grave problema práctico que antaño tampoco pasó desapercibido. 
		La continua agregación de estadios evolutivos provocaría una distorsión 
		fisiológica de la ontogenia haciéndola inabarcable. La ley biogenética 
		fue reformulada. La embriogénesis no sería una recapitulación absoluta 
		sino la repetición condensada, abreviada, simplificada, acelerada, del 
		pasado de la especie. Alcanzado el siglo XX pocas eran las dudas sobre 
		la falsedad de la teoría. El propio Haeckel reconoció haber alterado las 
		pruebas para facilitar su 
		comprensión simulando una secuencia evolutiva común entre los embriones 
		de las distintas especies comparadas. La embriología recuperó la lógica 
		científica dictada por el biólogo Ernst von Baer en los años veinte. Un 
		argumento sencillo, de sentido común: el embrión solo se asemeja a los 
		de su especie, pasando en su desarrollo del estado general al 
		particular, de lo amorfo a lo concreto, adquiriendo paulatinamente la 
		condición anatómica propia del ser informativo contenido en el huevo. 
		Las coincidencias embrionarias entre grupos diferentes testimonian un 
		pasado conjunto, nada más. Un embrión no
		recapitula su pasado
		repite parcialmente la 
		ontogenia de sus antepasados. Entonces, ¿cuál es el significado 
		evolutivo de la reproducción? Cuestión pertinente, necesaria, cardinal, 
		modelada a lo largo de la vigésima centuria a través de la genética y la 
		biología del desarrollo. El 
		interrogante tuvo una respuesta anticipada el año 1866, aunque pasó 
		desapercibida. Referimos el consabido experimento con guisantes 
		realizado por Gregor Johann Mendel en el monasterio cisterciense de la 
		ciudad de Brno. Durante una década el monje cruzó millares de plantas y 
		examinó los frutos. Estudió la forma, el tamaño, el color, la textura, 
		al objeto de explicar la evolución en un contexto preciso: conocer qué 
		mecanismo biológico posibilita que los hijos hereden los rasgos 
		paternos. Su teoría hereditaria dio fundamento a la genética. En su 
		mente las especies no evolucionaban 
		influenciadas por el medio, ni dirigidas por la selección 
		natural. El azar era el responsable de mezclar los caracteres parentales 
		durante la fecundación. Espontáneamente, a veces, la
		combinación
		genética resultante se 
		estabilizaba en los hijos. En tal caso, abruptamente, la descendencia 
		conformaba un colectivo específico reproductivamente constante 
		constituyendo otra especie. Llanamente, la evolución sería la 
		consecuencia de una recombinación cromosómica singular. En 1900 se 
		redescubren las leyes de Mendel. La genética comienza su imparable 
		ascenso biológico. Antes se formula la teoría cromosómica; después 
		vendrá la noción de gen: unidad cromosómica responsable de la expresión 
		fenotípica. Aplicando el modelo mendeliano, el botánico holandés Hugo de 
		Vries, uno de los afortunados redescubridores, redactó
		Die mutationstheorie (La 
		teoría de la mutación); dos innovadores volúmenes dedicados al 
		origen de las especies aparecidos el primer y tercer año. Concisamente, 
		el ideario mutacionista propone que la evolución no sigue la pauta 
		darwinista. La formación de una especie no acontece por la lenta y 
		gradual acumulación de pequeños cambios orgánicos, sucede por la 
		manifestación reproductora de bruscas variaciones tipológicas, 
		espontáneas, estables, repentinas, heredables, denominadas mutaciones, 
		modificándose abruptamente la tipología del progenitor. El suceso es 
		colectivo y finalista; ocurre en la descendencia diferenciando grupos 
		morfológicos. La mutación remplazaba a la selección natural como motor 
		de la evolución. Sería la causa primera. Pocos años después, persuadido 
		por el mendelismo, el embriólogo Thomas Hunt Morgan inicia en la 
		Universidad de Columbia sus experimentos con
		Drosophila melanogaster: la 
		popular mosca de la fruta. Este peludo y minúsculo insecto de saltones 
		ojos color bermellón revolucionó la genética. En el laboratorio de 
		Morgan no criaban moscas por casualidad. La idea era comprobar si la 
		prole mostraba las modificaciones espontáneas predichas por la teoría. 
		Lo consiguieron, en parte. Transcurridos varios años nació un individuo 
		de ojos blancos. El ejemplar probó la existencia de mutaciones naturales 
		aunque el significado evolutivo no era el esperado: no constituía una 
		nueva especie. Docenas de mutantes experimentales aparecerán en los años 
		venideros. Moscas sin alas, con alas enroscadas, atrofiadas, cortadas, 
		acanaladas, individuos de ojos pardos, castaños, color melocotón, son 
		ejemplos de esta zoología fantástica fruto de la manipulación génica. Al 
		vislumbrarse el modus operandi del genoma algunas piezas del 
		rompecabezas morfogenético comienzan a encajar: el cromosoma es el 
		soporte material del gen cuya expresión regula la diferenciación 
		embrionaria. Publicado en 1915, 
		The Mechanisme of Mendelian Heredity es el libro donde se exponen 
		los resultados. El texto establecía las bases de la genética moderna. 
		Patrón que por décadas caracterizó la teoría neodarwinista ahormada 
		ahora entorno a la genética de poblaciones. Pensaron que la evolución 
		era una ciencia exacta escrita en lenguaje genético. En los años 
		cuarenta la hegemonía cristalizó bajo la denominación de
		teoría sintética o síntesis 
		moderna. Julian Huxley, uno de los fundadores del movimiento, 
		calificó el acontecimiento como la 
		revancha del darwinismo. También fue el título de la conferencia 
		impartida en el parisino Palais de 
		la Découverte el primer miércoles del mes de octubre, en 1945. El 
		neodarwinismo asimiló fácilmente el patrón de variación génica aplicando 
		una receta harto conocida: la relación causa-efecto. La evolución 
		tendría un soporte exclusivamente genético consecuencia de la expresión 
		de pequeñas mutaciones que introducen modificaciones puntuales en la 
		tipología de la población; conjunto donde ocurre la selección. Repetido 
		de forma gradual, continuada, acumulativa, el fenómeno explicaría como 
		se diversifican las especies a lo largo del tiempo mediante la paulatina 
		y selectiva adición de mutaciones. Con esta letra se escribió la 
		partitura fundacional del darwinismo moderno. Por aquellas 
		fechas hacía décadas, desde 1880, que la embriología era una disciplina 
		netamente experimental dejando atrás el proceder descriptivo. Se 
		investigaba cuál era la mecánica del desarrollo embrionario. Surgieron 
		muchos interrogantes. El principal, conocer cómo opera la diferenciación 
		celular, tisular, orgánica, en la construcción del individuo. Problema 
		biológico subrogado en primera instancia a descubrir qué factores 
		determinan la transformación del embrión. La investigación avanzó en el 
		sentido de definir el suceso como una reacción en cascada, de tal manera 
		que la estructura organizativa inducida en una etapa sería el elemento 
		desencadenante de la siguiente. Así sucesivamente. Luego tenemos el 
		concepto de campo morfogenético: el embrión se organiza en regiones 
		autorreguladas, denominadas campos, actuando cada cual para producir una 
		determinada anatomía. Los campos se adecuan correlativamente al momento 
		embriológico indicando lo que se hace en todo instante. De este modo, el 
		proceso tiene la plasticidad necesaria para alcanzar su nivel 
		organizativo en los sucesivos estadios. Fueron los años veinte, treinta 
		y cuarenta de 1900. Sumando la teoría genética, el modelo embriológico 
		es el producto de un complicado discurrir fisiológico de origen génico; 
		aunque la presunta equivalencia entre genoma y morfología resulta 
		insuficiente para explicar el interactivo e intrincado entramado 
		embrionario. Alcanzado este punto, al identificar la evolución como un 
		fenómeno mutacionista el biólogo se pregunta ¿cómo influye el cambio 
		genómico en la ontogenia trazando una vida diferente? El reto es 
		elaborar una teoría unificada capaz de integrar la información 
		cromosómica celular con el proceso embriológico activado por la 
		fecundación. Richard Goldschmidt, un heterodoxo genetista alemán 
		afincado en Estados Unidos -profesor en la universidad de Berkely desde 
		1936-, aceptó el desafío. Planteó el problema abiertamente, sin ambages. 
		Su teoría fue impresa el año 40. El libro se titula
		The Material Basis of Evolution. 
		Cuatrocientas páginas de manual dedicadas a consolidar un esquema
		embriogenético bifocal 
		atendiendo a los conceptos de macro y microevolución. La hipótesis 
		general concibe el hecho evolutivo como un suceso embriológico siendo 
		los cromosomas el material básico de la evolución. Dos mecanismos 
		actuarían remodelando las poblaciones. Uno la microevolución, resultado 
		de la aparición de micromutaciones identificadas como alteraciones 
		morfológicas acordes con la estructura anatómica de la especie y, 
		consecuentemente, compatibles con el programa embrionario existente. El 
		cambio conllevaría la mejora adaptativa de un colectivo a una región 
		específica dentro del área de distribución de la especie, generándose 
		subespecies, razas, o variedades. Sencillamente, sin perder la 
		identidad, la tipología se remodela de manera eficiente para habitar 
		entornos locales. La micromutación sería un
		callejón sin salida evolutiva; 
		constituiría un mero mecanismo de especialización incapaz de producir 
		nuevas especies.  Por contra, 
		evolución es sinónimo de macroevolución. Noción definida como una 
		reorganización genómica -llamada mutación sistémica- en grado de 
		constituir otro patrón cromosómico, otro sistema genético. La emergencia 
		de un sistema informativo diferente induciría un proceso ontogénico 
		también diferente. Este cambio será el origen de nuevos organismos 
		vinculados a una novedosa línea evolutiva, viable siempre y cuando 
		hallen un nicho medioambiental adecuado a su innovadora naturaleza.
		El primer pájaro salió de un huevo 
		de reptil, repite Goldschmidt fotografiando la idea. Era el
		hopelful monster, el monstruo 
		esperanzado. Modelo recurrente -génesis embrionaria de seres anómalos 
		preadaptados a otro medio-, diferenciándose de antaño por hallar en el 
		componente genético la causa que da vida al proceso relegando el factor 
		ambiental. El argumento marca el punto álgido de la teoría, definiendo 
		la evolución como una sucesión de saltos evolutivos discordantes con el 
		programa gradualista-seleccionista establecido por la teoría sintética. 
		Por su insumisión, por su diferente manera de pensar, el científico 
		germano fue ignorado, repudiado, ridiculizado, excluido del pensamiento 
		evolucionista. Sin embargo, actualmente se reconsidera la vigencia de su 
		propuesta al explicar determinados episodios evolutivos; por ejemplo, 
		como fórmula de especiación del grupo botánico de las orquídeas. El año 1924 
		Hans Spemann, profesor de zoología de la universidad de Friburgo, y su 
		alumna Hilde Mangold, publicaron los resultados de su experimentación 
		con embriones de tritón demostrado la inducción embrionaria -uno de los 
		hitos en biología del desarrollo-. El hecho es un concepto fácil de 
		explicar; mucho menos precisar cómo se hace efectivo. Tempranamente, a 
		partir del estadio llamado gástrula, se diferencia en el embrión una 
		zona tisular que asume el control de la embriogénesis determinando el 
		organigrama futuro. Se denomina organizador, caracterizándose por su 
		polivalencia funcional: injertada en otro embrión una porción del 
		tejido, este segundo organizador genera un embrión secundario utilizando 
		la estructura celular del receptor. El programa se ejecuta a través de 
		señales químicas. Más de seis décadas han transcurrido hasta conocer la 
		base molecular del mecanismo. La inducción embrionaria fue el camino 
		recorrido por el naturalista británico Conrad Hal Waddington al trazar 
		la pretendida síntesis entre embriología, genética y evolución. La 
		pregunta correcta era: ¿cómo compatibilizar la rigidez informativa del 
		código genético, la propiedad conservativa del sistema ontogénico y la 
		variabilidad evolutiva? Durante los años treinta Waddington investigó la 
		verosimilitud del suceso en mamíferos y aves. Realizó experimentos 
		sorprendentes. Uno de los más sonados fue el transplante de un 
		organizador de conejo a un embrión de pollo provocando la formación de 
		un embrión secundario estándar. Cuando menos, la condición 
		interespecífica del experimento prueba que la señal emitida por el 
		organizador es la misma en distintas especies de vertebrados. La 
		respuesta no depende de la composición génica sí de su expresión. Hay 
		diferencias genéticas, cierto, y semejanzas moleculares, marcadores 
		químicos, reconocidos por la unidad celular al margen del origen. 
		Información relativa a la activación del proceso, nunca sobre el 
		contenido de un programa morfológico inalterado. La solución pensada por 
		Waddington considera la actividad del organizador como la consecuencia 
		de un suceso más complejo que la mera respuesta a una señal. 
		Simplificamos. La receta consiste en admitir que los genes responsables 
		-nominados homeóticos, del griego homeo: semejante- tienen un efecto 
		cuantitativo, actúan conjuntamente. Los marcadores químicos producto de 
		la transcripción génica establecen gradientes de concentración, actuando 
		como balizas que canalizan la distribución espacial de las células y, 
		con ello, la identidad morfológica a constituir posteriormente. El 
		esquema merece el nombre de paisaje epigenético (epigenetics 
		landscape), un intuitivo escenario ontogénico donde se distribuye la 
		comunidad celular guiada por las señales químicas -no genéticas- que 
		marcan las diferentes trayectorias. El proceso bioquímico es complejo. 
		Atendemos sólo al rasgo principal; suficiente para preguntarnos, y 
		entender, el sentido evolutivo del modelo. ¿Cuál? La intención básica es 
		integrar genética y evolución como elementos de un sistema dinámico, 
		situándolos en niveles operativos distintos para evitar que la 
		introducción de cambios evolutivos provoque una reorganización 
		cromosómica contraria a la viabilidad del organismo. El concepto de 
		paisaje epigenético asocia la  variabilidad 
		a una alteración de la expresión génica, a una inhibición total o 
		parcial de la función del gen, remodelándose el horizonte en grado de 
		provocar una respuesta celular diferente conducente a otra tipología. 
		Simultáneamente, la mecánica permite al sistema interacuar con el medio 
		externo componiendo una opción posible para la herencia de caracteres 
		adquiridos. 
		Director del
		Institute of Genetics de 
		Edimburgo, Conrad Waddington es uno de los grandes teóricos del siglo 
		veinte sobre embriología del desarrollo y evolución; referente 
		indiscutible, incluso, más allá de los años cincuenta.
		Organisers and genes, 1940, y 
		The strategy of the genes, 1957, son obras fundamentales.  
		La 
		ontogenia no recapitula la filogenia, la crea. 
		La frase pertenece al zoólogo británico Walter Garstang. Se publicó en 
		1922, incluida en su artículo "The 
		theory of recapitulation: a critical re-statement of the biogenetic law". 
		Ocho palabras, ocho, suficientes para impugnar la teoría; necesarias 
		para interpretar la evolución aplicando un criterio embriológico 
		revolucionario. ¿Cómo? La idea es sencilla, ingeniosa, posible; conlleva 
		una reforma conceptual necesaria para alterar el orden de las cosas, 
		para lograr que el proceso reproductor conduzca a un producto final 
		diferente al establecido en el guión cromosómico. La estrategia consiste 
		en trazar el camino de la evolución empleando las formas juveniles de la 
		ontogenia. Especialista en invertebrados marinos, Garstang entrevió las 
		implicaciones evolutivas implícitas en tal planteamiento aplicado a la 
		reproducción sexual externa; modelo generalizado en este grupo 
		zoológico. La fecundación ocurre en el agua. El huevo fecundado da paso 
		a una transformación larvaria secuencial que modela al individuo hasta 
		convertirlo en adulto. El conjunto se denomina ciclo vital -sirve de 
		recordatorio el caso de un vertebrado muy conocido, la rana-. Cada etapa 
		representa un esbozo orgánico autosuficiente, diferenciado del adulto 
		por su composición anatómica e inmadurez reproductora. Esta desemejanza 
		marca el quid de la cuestión. ¿Por qué? Simplificando, podemos catalogar 
		el estado de larva como un potencial
		hopelful monster adaptado al 
		medio acuático que, incapaz de independizarse, continúa la rutinaria 
		metamorfosis indicada en la partitura embrionaria. Considerando la 
		separación tipológica existente con el adulto, para crear una nueva 
		especie bastará con que la forma juvenil adquiera la capacidad sexual 
		prematuramente. Todo ocurre mediante una alteración espacio-temporal. El 
		desajuste organizativo de la especie original pasa a ser el organigrama 
		de una especie distinta. El proceso es directo, inmediato y conservativo 
		-no requiere la construcción de nuevas estructuras-, propiedades 
		decisivas al dictaminar su viabilidad. Este fue el esquema planteado por 
		Walter Garstang: considerar la potencia de los estadios juveniles para 
		manifestar una nueva línea evolutiva. Conclusión,
		la ontogenia crea la filogenia. La maduración sexual temprana ocurre 
		al alterarse el sincronismo ontogénico (heterocronía): las gónadas se 
		desarrollan anticipadamente permitiendo la reproducción del espécimen 
		inacabado -el ajolote es un ejemplo actual de esta fenomenología-. El 
		modelo elaborado por Garstang alcanzó pleno sentido evolutivo 
		investigando el ciclo vital de la ascidia. Este colorido tunicado, 
		frágil de apariencia y forma tubular, puebla el fondo marino concluida 
		la maduración. Contrariamente, los jóvenes proliferen libremente entre 
		las aguas oceánicas impulsados por un singular apéndice caudal. La 
		peculiar cola presentar una cuerda dorsal denominada notocordio. Un 
		cordón celular macizo, a modo de incipiente columna vertebral, que 
		desaparece al transformarse en adulto. El notocordio es una de las 
		características evolutivas -sinapomorfia es el correspondiente término 
		científico- distintiva de los animales cordados; conjunto compuesto 
		básicamente por los vertebrados. El hecho llevó a Garstang a situar el 
		origen evolutivo del grupo en un antepasado invertebrado con un 
		desarrollo larvario similar al de la ascidia. En algún momento, bajo 
		circunstancias concretas, el estadio juvenil adquirió la capacidad 
		reproductora manteniendo la cuerda dorsal como elemento fundamental de 
		su anatomía. Estos especímenes serían el germen de una exitosa línea 
		evolutiva, modelada de mil formas y colores hasta el presente. Con sus 
		investigaciones, Garstang abrió una puerta genuinamente embriológica a 
		la evolución, impensable hasta entonces. Por ella transitó otro 
		embriólogo británico, coetáneo, Gavin de Beer. Dos libro,
		Embriology and evolution, 1930, y
		Embryos and ancestros, 1940, contienen su ideario. No obstante, será 
		el paleontólogo Stephen Jay Gould quien convierta el argumento en 
		referente evolutivo. Lo hizo durante el último cuarto del siglo XX. Su 
		obra Ontogeny & phylogeny, 
		publicada en 1977, es un clásico de las ciencias biológicas. Hoy, esta 
		innovadora manera de pensar conforma sustancialmente la biología 
		evolutiva del desarrollo; usualmente conocida por su acrónimo inglés: 
		evo-devo (evolutionary developmental biology). 
		
		  Alcanzado el 
		punto final es obligado subrayar que la embriología evolutiva pone el 
		acento en conocer el proceso reproductor, deconstruirlo y comprender 
		cómo cambia espontáneamente el sistema generando organismos diferentes. 
		La acción ocurre partiendo de una situación estructuralmente definida 
		que condiciona la manera de actuar. Gráficamente, la evolución no tiene 
		las manos libres. Recurrimos a Cicerón al afirmar que en la naturaleza 
		sólo ocurre aquello que puede ocurrir, por muy sorprendente que sea. 
		Acabamos mediada la vigésima centuria. El relato queda incompleto. La 
		segunda mitad tuvo sus novedades. Interesantes. Particularmente 
		llamativa resulta la aportación realizada por la embrióloga francesa 
		Rosine Chandebois comenzada la década de los ochenta. Su teoría es una 
		propuesta antidarwinista con la finalidad de construir
		una nueva lógica del ser vivo. ¿Cómo lograrlo? guiándonos por las 
		similitudes al comparar las grandes líneas evolutivas con los parámetros 
		generales trazados por el embrión en su desarrollo (Pour en finir avec le darwinisme, 1993). Pero hoy esta historia no 
		nos pertenece. Se pospone para mejor ocasión. Recordar únicamente que, 
		contrariamente al objetivo pretendido por algunos, la solución del puzle 
		evolutivo no es única, sí compleja. Todavía faltan muchas piezas por 
		descubrir; de las conocidas, algunas están mal colocadas, otras no 
		sabemos dónde encajan. Paciencia, tesón y amplitud de miras, son 
		cualidades necesarias para avanzar en la prospección del
		pasado presente futuro de la 
		vida. |