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RAFAEL COURTOISIE
Poemas
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Rafael Courtoisie
(Montevideo, Uruguay, 1958). Poeta, narrador y ensayista. Miembro de
número de la Academia Nacional de Letras. Su antología
Tiranos temblad obtuvo el
Premio Internacional de Poesía José Lezama Lima (Cuba, 2013). Acaba
de aparecer, en España, su libro
El lugar de los deseos
(Valencia, editorial pre-textos) y la segunda edición (en
Uruguay, 1ª edición en España) de
Partes de todo
(ensayo-poesía). Ha dictado seminarios y conferencias en numerosas
universidades e instituciones de España, Inglaterra, Francia,
Italia, Israel, Grecia, Turquía, Bosnia, Canadá, Estados Unidos y
América Latina. Ha recibido, entre otros, el Premio Fundación Loewe
de Poesía (España, Editorial Visor, jurado presidido por Octavio
Paz), el Premio Plural (México, jurado presidido por Juan Gelman),
el Premio de Poesía del Ministerio de Cultura del Uruguay, el Premio
Nacional de Narrativa, el Premio de la Crítica de Narrativa, el
Premio Internacional Jaime Sabines (México), el Premio Blas de Otero
(España) y el Premio Casa de América (España).
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PRESENTACIÓN
Ars poética: siempre el mar
Recuerdo perfectamente la primera vez que vi el mar. Quiero decir, no
sabía que esa masa plana que se extendía hasta el horizonte y que se
movía como un animal
inmenso, en cuyo lomo pastaban las ovejitas de las olas, era el famoso
mar. Poco después descubrí sus adyacencias: los animales marinos reales
e imaginarios: peces, caracoles, endriagos, marineros y bañistas.
Más tarde descubrí que la poesía era otro mar, aún más profundo.
Me acerqué a la poesía leyendo a los autores del Siglo de Oro (o de los
siglos de oro, puesto que puede decirse que fueron varios). Luego
descubrí una poesía de comunicación inmediata, sin efectismos, en la
obra del uruguayo Líber Falco.
En la adolescencia estuvo siempre Lautreamont (L’autre a` Montevideo, el
otro en Montevideo). Isidore Ducasse fue un abuelo literario, una sombra
tutelar y un desafío: ¿qué era aquello? ¿poesía? ¿así que era posible
hacer poesía de ese modo? Lautreamont fue liberador, pero fue también un
enorme compromiso, con la irracionalidad humana pero a la vez con la
lucidez y racionalidad para convertirla en producto estético, para
“sublimarla”.
Vallejo es otra referencia ineludible. Cuando ya parecía que no se podía
mucho más, Vallejo demostró que el más allá es móvil, que puede trazarse
de nuevo siempre.
Ese horizonte, móvil como todo horizonte, es la única preceptiva
posible.
Rafael Courtoisie
CRIATURAS
DE U
En el Jardín de los Cerezos crecen cráneos de lo alto de los árboles,
manzanas tremebundas: de la blanda vulva de la fruta sólo queda el
olvido. Los niños se trepan y desde la fronda tiran inútiles esferas de
granito. Las madres hacen dulce, un compacto dulce de arena que junto
con su almíbar polvoriento, harto de sequedad, va a parar a los
acantilados, donde las ballenas muerden y se rompen los dientes.
Una mujer deja cebos envenenados en los árboles inmediatos a su casa,
para que los gatos que de noche la despiertan con sus maullidos de amor
y las gatas servidas no la mortifiquen con sus gritos de goce gatuno y
le recuerden, de madrugada, su propia falta de placer.
Minuciosa, vierte leche con estricnina en pequeños platos, deja bolitas
de avena con oxalato de calcio, albóndigas con un carozo negro dentro,
con un carozo donde está la muerte pura y pequeña, llena de frío
absoluto. Los gatos comen y beben, y al otro día los cadáveres aparecen
en los jardines. Son cadáveres aéreos, voladores, puesto que muchos de
ellos murieron en el momento del salto, o en el salto mucho mayor del
apareamiento, de la cópula. Muchos, atontados por el trago de veneno, se
levantan de su primera muerte e inician la cuenta regresiva: la muerte
les acarició los lomos, pero las otras vidas se les despiertan dentro
dejándoles otra posibilidad de vagabundeo, de maullido y amor que
contrariará la Perfidia de Umbría.
Algunas mujeres se consuelan con dedos que arrancan de las estatuas.
Un lago tibio les crece entre las piernas y en el fondo del lago colean
pececillos y se escurre en lo profundo su rojez partida en dos. El
pulpo, como una estrella blanda sumergida, recibe al anular y provoca
una estampida de puntas de peces y arenas del temblor que desmoronan.
Las mujeres acaban exhaustas y en los lúbricos dedos de mármol,
brillantes de humedad del lago, se entibian y boquean, hasta morir,
algunos pececillos adheridos.
Cualquiera que en Umbría traduzca un texto de otra lengua transforma el
lenguaje. El producto de traducción, lo traducido, introduce una
distorsión en la realidad de Umbría que la modifica en forma
irreversible. Por esta razón los traductores guardan el secreto de su
oficio y son celosamente custodiados. Quienes espontáneamente traducen a
lengua de Umbría cualquier texto sin autorización, son ejecutados. La
expresión "traición a la patria"
y la expresión "traducción a la
lengua de la patria" no guardan diferencia en la lengua de Umbría.
Cualquier traducción, cualquier vertido de un vocablo extraño, se
considera una traición porque altera el Orden de Umbría, que es su
universo.
La muerte de O provoca un río en la muerte, una cavidad de luz. La gente
tapa las bocas de los pozos, y cubre los aljibes, mira hacia arriba para
no encandilarse. Pero de noche nadie puede dormir, porque por las
junturas de las tablas del piso, y aun de entre las caries de los
mármoles de los palacios, sale jugosa luz de O que nadie ignora. En
algún sitio de una inmensa pradera negra, relinchan osamentas de
caballo, y fosforecen furiosas las hormigas.
Rielan los huesos de O toda la noche.
Entre las mujeres que vuelven a Umbría hay una que tiene los pechos
llenos de un agua de negrura. Su ferocidad se escancia, su voz está
llena de humo. El que la conoció antes de volver se atora con su sueño,
muere de sed cada noche sobre su piedra de agua, sobre su piedra
luminosa, sobre su piedra de bestias desamparadas que van a beber allí,
al pie de su murmullo.
El lugar de las mujeres que vuelven está lleno de mujeres que no están.
El lugar de las mujeres que vuelven tiene una sola calle en cuyo extremo
hay una fuente llena de sed entre las piernas de la mujer que no está.
Mientras ella, recostada, lánguida, no se ha movido de su sitio y
contempla lo que ocurre, sin haber vuelto, sin haber dejado de irse.
Sin mirar.
-Textos
pertenecientes al libro Levedad de
las piedras (Antología de poesía en prosa).
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