REVISTA TRIPLOV
de Artes, Religiões e Ciências


nova série | número 49 | dezembro-janeiro | 2014-15

 
 

 

MARIO BOJORQUEZ 

Diván de Mouraria

Mario Bojórquez (México, 1968). Es autor de libros de poesía, ensayo y traducción, y su obra ha obtenido diversos reconocimientos, como el Premio Estatal de Literatura de Baja California (1991), el Premio Nacional de Poesía Clemencia Isaura (1995), el Premio Nacional de Poesía Enriqueta Ochoa (1996), el Premio de Poesía Abigael Bohórquez (1996), el Premio Nacional de Poesía Aguascalientes (2007), y el Premio Bellas Artes de Ensayo Literario José Revueltas (2010). Recientemente recibió el Premio Alhambra de Poesía Americana (2012), otorgado por el Patronato de la Alhambra y Generalife y el Festival Internacional de Poesía de Granada, España y la Distinción Príncipe Tecayehuatzin de Huexotzinco. Entre sus libros de poesía destacan: Pájaros sueltos (1991), Contradanza de pie y de barro (1996), Diván de Mouraria (1999), El deseo postergado (2007) y El rayo y la memoria (2012). Es uno de los poetas más importantes de su generación.

 

EDITOR | TRIPLOV

 
ISSN 2182-147X  
Contacto: revista@triplov.com  
Dir. Maria Estela Guedes  
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CASIDA DEL ODIO 

I  

Todos tenemos una partícula de odio

un leve filamento dorando azul el día

en un oscuro lecho de magnolias 

 

II 

Todos

tenemos una partícula de odio macerando sus jugos

enmarcando su alegre floración

su fruta lánguida.

 

¿Pero qué mares

ay, qué mares, qué abismos tempestuosos golpean

contra el pecho y en lugar de sonrisas abren garras

colmillos?

 

Levanta el mar su enagua florecida, abajo de su piel va

creciendo otra ola dispersada en su vacua intrepidez elástica.

Levanta el mar su odio y el estruendo se agita contra los

muros célibes del agua y atrás y más atrás viene otra ola,

otro fermento, otra forma secreta que el mar le da a su odio,

se expande sábana de espuma, se alza torre tachonada de

urgencias; es monumento en agua de la furia sin freno. 

 

III 

Todos tenemos

una partícula de odio

y cuando el hierro arde en los flancos marcados

y se siente el dolor de la carne quemada

hay un grito tan hondo, una máscara en fuego

que incendia las palabras. 

 

IV 

Todos tenemos una

partícula de odio.

 

Y nuestros corazones

que fueron hechos para albergar amor

retuercen hoy sus músculos, bombean

los jugos desesperados de la ira.

 

Y nuestros corazones

otro tiempo tan plenos

contraen cada fibra

y explotan. 

 

V 

Todos tenemos una partícula

de odio

un alto fuego quemándonos por dentro

una pica letal que orada nuestros órganos.

 

Sí, porque donde antes hubo

sangre caliente, floraciones de huesos explosivos,

médula sin carcoma,

empecinadamente, tercamente,

nos va creciendo el odio con su lengua escaldada

por el vinagre atroz del sinsentido. 

 

VI 

Todos tenemos una partícula de

odio

y cuando el índice se agita señalando con fuego

cuando imprime en el aire su marca de lo infame

cuando se erecta pleno falange por falange

!Ah! qué lluvia de ácidos reproches

qué arduos continentes se contraen.

 

El gesto, el ademán la mueca

el dedo acusativo

y la uña

!ay!, la uña

corva rodela hincándose en el pecho. 

 

VII 

Todos tenemos algo que reprocharle al mundo

su inexacta porción de placer y de melancolía

su pausada, enojosa, virtud de quedar más allá

en otra parte

donde nuestras manos se cierran con estruendo aferradas al

aire de la desilusión; su también, por qué no, circunstancia de

borde, de extrema lasitud, de abismo ciego; su inoportunidad, sus prisas. 

 

VIII 

Todos tenemos algo que decir de los demás

y nos callamos.

 

Pero siempre detrás de la sonrisa

de los dientes felices, perfectos y blanquísimos

en sueños destrozamos rostros, cuerpos, ciudades.

 

Nadie podrá jamás contener nuestra furia.

 

Somos los asesinos sonrientes, los incendiarios,

los verdugos amables. 

 

(CODA) 

En alguna parte de nuestro cuerpo

hay una alarma súbita,

un termostato alerta enviando sus pulsiones,

algo que dice:

ahora

y sentimos la sangre contaminada y honda a punto de saltarse

por los ojos, las mandíbulas truenan y mascan bocanadas

de aire envenenado y la espina dorsal, choque eléctrico, piano

destrozado y molido por un hacha y los vellos, las barbas y

el escroto, se erizan puercoespín y las manos se hinchan de

amoratadas venas, el cuerpo se sacude, convulsiones violentas

y todo dura sólo, apenas, un segundo y una última ola de

sangre oxigenada nos regresa la calma. 

 

 

CASIDA DE LA ANGUSTIA 

I 

Un ácido durazno

una escaldada lengua de durazno

un picante y ardiente y amargo y picante durazno

en la escaldada lengua, oh tristes,

eso es la angustia.

¡Ah! sonrisa estudiada, aligerada, ensayada en el espejo

de lo que no digo.

¡Ah! estúpida respiración despepitada, oprimida, deletreada

veneno inocuo

ulceración.

Qué frágil corazón para el que sufre angustia

qué lenta máquina, qué desastrada

y lenta máquina es el corazón. 

 

II 

No conoció la fiebre

mi lengua no conoció la fiebre

no se alzó enardecida para un canto febril

sólo un cantar alegre

oh tristes

sólo un cantar alegre

cantaba mi lengua en su canción. 

 

III 

Este veneno ya estaba en mí

en mi sangre

antes de mí, mi sangre ardió,

antes de mí, mi sangre envenenaba a otros,

mi padre y su padre y sus abuelos, todos heridos

hasta el principio primordial.

Todos ardían como yo

todos arden conmigo. 

 

IV 

Pero el veneno escalda la lengua más feliz

¡oh, tristes!

Hablo de mí, sólo de mí.

 

(de Diván de Mouraria, 1999)

 

 

© Maria Estela Guedes
estela@triplov.com
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