KANDINSKY
La cuestión aquí es
la despedida:
un pañuelito que se
agita despacio
y una acequia por
las mejillas.
Toda despedida es un
pequeño luto,
como el negro de tu
falda
o aquella tarde de
domingo a la luz de la lluvia.
Algo de nostalgia
también hay:
no por el pasado,
sino por el futuro,
camino perdido entre
malezas,
profecía que nunca
ha de cumplirse.
Luego está la
canción,
sea grillo, vals o
chacarera,
candombe, acordeón o
pajarito:
ruido impertinente
que suena en el cerebro
sin que nadie lo
llame,
justo cuando el
pañuelo se agita
y las acequias
desbordan
la lluvia, tu falda
y el domingo.
La canción:
línea de fuga a lo
Kandinsky
que pretende
elaborar sus teorías
trazando una
espiral:
punto en expansión por donde escapa el tiempo.
ESCUCHANDO A LOU REED
La canción de las
cenizas
desgarra el aire con
sus lamentos:
prédica de lo que
será, de lo que fuimos.
Afino la sintonía
y la cortina que
disimula la nitidez
se desvanece para
sacarnos una foto:
vos con tu manía de
lo verdadero,
yo con la
imaginación de una vejez perfecta.
Cuando la canción de
las cenizas se calle
todo volverá a su
anestesia,
ilusión de
eternidad, espejismo de lo durable.
Pero la canción de
las cenizas volverá a sonar
para acunarnos.
Confundidos en sus
notas,
esparcidos en un mar
a cuya orilla
arderá la hoguera de
unos huesos
parecidos a nosotros.
TIGRE
Felino sí.
Probablemente puma o
simple gato:
la madera tallada no
transmite verdades
y a un tigre de
madera no se le ven dibujos.
Faltaría un pintor,
alguien que con minucia
le decore el hocico,
las patas, los costados,
para que la madera
forme al tigre,
espejismo de rayas,
pura voluntad de artesanía.
Luego sí, vendrá
algún domador hecho de plomo:
acercará la silla, y
al oído del tigre
escupirá verdades
hasta formar la jaula.
Con un poco de
alambre cubierto de algodones
construirá un gran
aro para que el tigre salte
y el fuego lo
consuma, como consume el fuego la madera.
¿Y si el tigre le
ruge? ¿y si el tigre no salta?
¿si la silla se
rompe y el domador tropieza?
¿y si el fuego
perdona los colores del tigre
y se encarga del
plomo y lo convierte en río,
y el tigre va y se
baña, como hacen los tigres
que no son de
madera, y se queda sin jaula?
¿Entonces se sabrán
los dibujos del tigre?
¿O será por el agua,
su devenir, sus ríos,
que Heráclito
hablará de las certezas?
CÁLCULO
Tendríamos que medir
las consecuencias.
Eso sería como
delinear un perímetro con un compás,
el círculo
imperfecto de lo que sobra.
Pero las sobras no
son lo que parecen:
las objeciones, por
ejemplo, a veces sobran,
y otras veces son
una condición de lo posible.
Atravesar la
multitud con una soga
sería el modo de
saltar hacia el vacío
sin dejar de ser cuerdos,
coincidencias de
partes entre muchas opciones.
Supongamos, por
caso, que hay un árbol.
Detrás del árbol el
escenario es abierto
y la lírica brota
como croar de sapos.
Supongamos, también,
que a diez cuadras
otro árbol se
enciende con un fulgor distinto
y la lírica trueca
en serpentinas, en chispazos con humo.
De estas formas del
canto no se sabe cuál cuenta:
si la cuerda atada a
la cintura, si la soga en el cuello,
o la forma perfecta
de tu boca, el círculo exterior de lo posible.
MOTIVOS
No es fácil perder tantas
peleas,
remontar las tareas cotidianas,
decidirse a vivir con la náusea
en la nuca.
Resucitar por día, por minuto,
reencarnado en helecho o en
hormiga,
resucitar contrarreloj en la
caída
para evitar morir de doble
muerte.
No es posible aflojar: así es el
juego,
esta sutil condena de continuar
naciendo
a pesar de los otros.
Por eso es que persisto en mi
disfraz de circo,
porque la risa y el amor son
escaleras
que trepamos sin miedo mientras
nos resbalamos.
Quiero decir:
tus ojos me han mirado,
y así vale la pena tanto
esfuerzo.
(de
Piedra al pecho, 2013)
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