Ningún Edén: abundancia de
huesos
y nervios, servida en plato de
porcelana;
por allí anda todavía un
espíritu de coyote
y, al revés del viento, el niño
pálido
que arma mundos con hilo y
cartón.
¿Qué quieren decirme –me
preguntaba-
esas rasgaduras luminosas
en la tela negra
que los mayores llaman la noche,
la última rama del árbol que se
inclina
para beber del suelo un agua
improbable?
Anda todavía, una denodada
flacura como único credo,
una mínima porción de belleza
arrebatada
al juego brutal al que sólo
interrumpe la lluvia.
Lo dije antes: no vendrá. Y no
vino.
O vino invisible, imperceptible,
inasible,
en número y no en letra,
en letra muerta y no en amor
entre relámpagos,
no en amor entre relámpagos.
Carlos Barbarito
|