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FEDRA
Lo he visto saltar la tapia, para
huir. ¿Por qué? El mito es absurdo. Y en la vida hay sólo vida. Desnudas
las piernas largas (tan bellas) se le enredan a las ramas peladas de los
árboles, y el pelo es una gresca maravillosa y deshecha, mientras
entreveo el sexo (la más vulgar deseosa) entre el ancho calzoncillo
cogido al azar entre las viejas prendas de su padre, inútiles… Rómpete,
tela sucia (pensé) y
que mi amorcito no se avergüence del tesoro casi visible, del torso
desnudo y los ojos de miel, porque su madre lo ama, como los pájaros y
el sol de junio y el humo hostil de las chimeneas que se arrodilla…
¿Quién no diría a su esplendor, en ti comienza la vida? ¿Quién
no lo haría perseguir por los sabuesos, pero degollaría al que
apenas rozase su piel de magnolia, sus labios mordidos levemente por
esos dientes de luna, mientras cree que huye hacia el garaje arriba?
Dulce Hipólito. El amor es más
lejos. Y el deseo es más lejos todavía. Yo lameré tu cuerpo como una
lluvia, y tu belleza estallará en mis manos oferentes. Porque nada
calmará mi amor sino tu desmayo saciadísmo, ni mi sed otra fuente que el
hontanar que celas y se encrespa. Saco tu vello aún de mi boca y mis
manos de tu fin y mi caricia de la longitud de tus piernas, y otra vez
más mis manos de tu perfección mareante como lo perfecto. ¿Pero en
verdad dormías? ¿En verdad ignoras tu humedad, tu salvaje perfume a
tierra fértil, mi embriaguez codiciosa y absoluta? El amor no tiene
límites. Y ninguno el deseo. Nadie hay más bello que tú, cachorro. Y es
absurdo pensar que soy la mujer de tu padre, porque tu madre ha muerto.
No me saciaré de ti, mi dulce muchacho. No ignores que te copié las
llaves de tu apartamento. Hipólito, goza. Eres hermoso al huir y hermoso
en el lecho, que revuelve tu pelo y alarga tu sexo. ¿Nunca te desnudó
una mujer treinta años mayor que tú? Tu padre sueña en sus negocios y
sus vuelos. Yo sola te amo delirantemente. Y no tengo miedo, no puedo
tener miedo al esplendor de tu joven belleza. Hasta luego, precioso. Que
no hieran tu piel esas secas cortezas. Guárdame tu muerte, y por favor,
toda, toda tu vergüenza…
COBRIZO, LIGERO
Perdón. No sé si es un poco tarde. Soy... ¿Se acuerda? Quiero decir, ¿te
acuerdas? En la playa, esta mañana. O ayer, sí. Llevaba las hamacas, ¿te
acuerdas? No, no creo que haya pasado tanto tiempo... ¿Te acuerdas? Por
eso estoy muy moreno. Y viento. Y me dijiste: Podrías ser un buen
bailarín. ¿Te acuerdas? Por las piernas o la altura, supongo. ¿Se ríe?
Claro, por qué iba sino a estar aquí... Hacía mucho sol, un sol muy
fuerte, casi blanco. Hablamos. Un buen bailarín o un modelo. Allí no le
pude (no te lo pude) decir, que prefiero bailar. Y por eso vengo de
noche. Leías un libro. Y me dijiste –luego, y no sé de quién hablabas-
sólo un bailarín, un bailarín singular y mágico, sólo él podría bailar
el “Claro de luna” de Debussy, desnudo. Me he visto en un espejo. Más de
una vez. Así. Y por eso he venido de noche. Ser bailarín. Como dijo ¿No
le importa, verdad, que haya venido...?
EL CÓNSUL
Mi ciudad –fuera cual fuese- era
civilizada y era noble. La gente libre y pacífica (aunque siempre existe
la miseria) y el oro una
metáfora, un cuerpo, un libro...
¿Por qué no vivo en mi ciudad y
porqué perdí aquella casa –allí- espaciosa y tranquila? Vine a la
frontera. O me enviaron, no lo recuerdo bien. Y ahora –han pasado
bastantes, muchos años- no sé salir ni sé volver. Y aún peor, pues
ignoro si mi ciudad (aquella armoniosa ciudad) existe todavía. Vivo
aquí, en clima áspero y entre gente ruda. Entre zafios y patanes, muy
presuntuosos a menudo. Adoro a ciertos hijos suyos, que a veces me
lanzan verriondos aullidos... Ignorantes, toscos, poderosos, ricos,
incultos hasta el yermo, groseros, mendaces, híspidos. ¿Qué hago yo
entre ellos? No, éste no es mi mundo, ni éstos –patrioteros como son, de
una u otra esquina- son mi gente. De los míos sólo de tanto en tanto
recibo noticias, con retraso notable. He dicho que mi ciudad
–probablemente- ha sido ya censurada y abolida. Por lo demás, no sé
volver, y estos patanes usan una moral de viejas tontas... Sé que casi
nunca me entienden. A veces, al despertarme –entrado el mediodía-
desazonado casi siempre, digo: ¿Dónde estoy? ¿Qué hago yo aquí? Y no sé,
de veras, si pertenezco ya al pasado o al futuro.
BONAPARTE ATRAVESANDO LOS ALPES
EN EL GRAN SAN BERNARDO
(Jacques Louis David)
El pintor sabe que la energía no
debe separarse de la belleza. La diagonal asciende, para que veamos el
ímpetu y el afán de gloria, y la pasión magnífica que sólo una vez
arrebata en la vida. El culto a esa vibrante energía muda el mundo. (“La
felicidad reside únicamente en la acción”, dirá Shelley). El caballo
eleva las patas, sentimos que flota su crin al viento, y el blanco de la
nieve helada es el fondo perfecto para la agitación del alma, hecha sólo
de ríos caudales, de bocados de gloria, de diamantes polares encendidos.
La capa es viva llama ascendida en viento, y el primer cónsul es hermoso
(tanto como el caballo) porque no existe proeza ni cántico, ni fiesta en
las solemnes cúpulas del mundo, sin que todo sea fruto de la euritmia.
Geometría, orden, combustión, pétalo. Arrebatado y fogoso, asciende el
límite. Ondula el pelo y la mano señala arriba. Todo es arriba. Nada
vale si no está en lo alto, cimero. La belleza es un grito de perfección
ultrahumana y la vibración del ser, esplendor que todo lo eleva y
enciende. Ascensionales rosas en plena púrpura. Grita: ¡Todo es mío! Soy
el puro presente. El instante triunfal detenido. Al fin, lo
sublime.¡Mírame, y respira! ¡Respira altura!
(Abajo –el pintor no lo ve- los
muertos pedestres se pudren en el húmedo fango, como palestinos. A la
carcoma del hueso infectado y roto, al reguero de pus –miles, millones-
a la verdosa infección de la carne tumefacta, balas, sables, dinamita,
bombas incendiarias, bazookas, mohosas lanzas viejas, sangre seca,
rostros ausentes, brazos sueltos, mandíbulas descoyuntadas y fósiles,
gusanos recorriendo la llaga, piernas amputadas, soldadesca de cieno y
podre, civiles absurdos de un Líbano eterno, anónimos soldados, a todos
los infinitos muertos de las cien mil infinitas guerras, ese culto a la
energía, la augusta belleza de las montañas gigantes, y el joven general
tocando el Elíseo con un dedo, nada puede importarles. Los infinitos y
prosaicos muertos, ay, olvidaron la estética, cuánto ayuda lo bello, que
importante es un himno jubiloso a tiempo. En pintura, por ejemplo. Los
infinitos muertos, claro está, sólo pueden ser una infinita ausencia.
Neoclásico o romántico, el espléndido pintor lo sabe y lo tiene en
cuenta.)
DORA MAAR
No es fácil vivir, casi siempre,
con la ventana abierta al infinito, amigo. Pero ¿quién inquieto,
fantaseador, creador, en suma vivo, quién dejaría de notar que el abismo
se parece a la sirena del conocimiento, que llama y pule las garras
mientras florecen los salicores del sexo, su poder, su desesperado
vitalismo, necesariamente?
Vivimos porque nos asomamos al
balcón inmenso, ascendente en caída y surtidor de flechas, con faunos
que bullen y con damas locas. Quisiéramos ser felices, equilibrados,
familiares. No haber visto nunca la sangre en nuestros dedos, al azar de
un cuchillo. Quisiéramos. Pero –a lo sumo- conocemos instantes de
felicidad, más hermosos por ello. Lo otro, la equidad, la mesura, la
evitación del riesgo o del salto, la benignidad del crepúsculo junto a
la lámpara amiga, no se hizo para nosotros. “Tout court”: Investigamos
la senda, nunca hemos hecho turismo. En los derrumbes, flores. Ahí
mismo.
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Luis Antonio de Villena
(Madrid, España, 1951) es licenciado en Filología Románica. Realizó
estudios de lenguas clásicas y orientales, pero se dedicó nada más
concluir la Universidad, a la literatura y al periodismo gráfico y
después al radiofónico. Además ha dirigido cursos de humanidades en
universidades de verano y ha sido profesor invitado y conferenciante en
distintas universidades nacionales y extranjeras.
Entre sus libros figuran: Sublime
solarium (1971), El viaje a
Bizancio (1976), Hymnica
(1979), Huir del invierno (1981), La
muerte únicamente (1984),
Marginados (1986), Poesía
1970-1984 (1989), Como a lugar
extraño (1990), La belleza
impura (1995), Asuntos de
delirio (1996), Celebración
del libertino (1998), Afrodita
mercenaria (1998), Syrtes
(2000), Las herejías privadas (2001),
10 sonetos impuros (2003),
Desequilibrios (2004),
Alejandrías (2004), Los gatos
príncipes (2005), Países de
luna (2006),
Honor de los vencidos (2008),
entre otros.
Su obra creativa -en verso o prosa- ha sido traducida,
individualmente o en antologías, a muchas lenguas, entre ellas, alemán,
japonés, italiano, francés, inglés, portugués o húngaro. Ha recibido el
Premio Nacional de la Crítica (1981) -poesía- el Premio Azorín de novela
(1995), el Premio Internacional Ciudad de Melilla de poesía (1997), el
Premio Sonrisa Vertical de narrativa erótica (1999) y el Premio
Internacional de poesía Generación del 27 (2004). En octubre de 2007
recibió el II Premio Internacional de Poesía “Viaje del Parnaso”. Desde
noviembre de 2004 es Doctor Honoris Causa por la Universidad de Lille
(Francia).
Ha escrito y escribe
artículos de opinión y crítica literaria en varios periódicos españoles
desde 1973. Ha colaborado en numerosos programas televisivos y sobre
todo radiofónicos. Actualmente colabora en El Mundo y en Radio Nacional
de España. Ha hecho distintas traducciones, antologías de poesía joven,
y ediciones críticas.
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