Ponto Morto
Había traído al castellano
desde el idioma portugués varios cientos
de poemas, hijos de muy distintos
bardos;
por eso me atreví con uno de los grandes:
Carlos Drummond
de Andrade y su audaz
y celebrado
“A Máquina do Mundo”;
pilar del Modernismo en este
Brasil
de mis desvelos.
“…se
foi miudamente recompondo,
enquanto eu, avaliando o que perdera,
Seguia vagaroso, de mão pensas.”
Llegué al punto muerto,
ciertamente,
en la postrera estrofa, piedra angular
y cierre del poema.
Mas stricto sensu
la dificultad,
insalvable por entonces,
de mão pensas
premeditada falta de concordancia
estaba en las tres palabras
últimas.
“Y como mis pies palparan
suavemente
una carretera de Minas, empedrada,
y en la aldaba de la tarde una
campana ronca…”
Me animó el principio, lo confieso,
y creyéndome
capaz de traducirlo entero
continué cargado
de optimismo contagioso contagiándome:
“…la máquina del mundo se
entreabrió
para quien de romperla ya se
arrepentía
y solo por haberlo imaginado
lagrimaba.”
Presentía mi inmodestia
algún inconveniente
de los considerados menores.
Nada ni nadie iba a suponer obstáculo bastante
para que, mi fuerza expresiva, expresara
-raíz y tallo nutriéndose, armonía encadenada-
lo mucho que mi inteligencia compartía.
“Arrancó suntuosa y reservada,
sin emitir un sonido considerado
impuro
ni un resplandor mayor que el
soportable…”
Progresivos
sonido y movimiento, amanecían
martes y miércoles unidos,
jueves y viernes de la mano
y yo me las prometía
tan felices.
Ignorando aún
lo que ahora sé, mi conocimiento
borraba:
Se abrió,
para escribir
en su lugar: “Arrancó”:
palabra clave.
“…esa exégesis integral de la vida
ese vínculo inicial y único
que no llegas a interpretar pues tan arisco…”
Filosofía, metafísica, teosofía, naturalismo,
sociología, sicología: entiendo al hombre
en su conjunto y en las partes:
homo homini lupus;
amor, primera fuerza
metafórica:
estoy bien preparado:
me dije:
exégesis
sin duda tiene ahí su hueco.
Sé adónde voy?: conozco un sendero.
“…y la gloria de los dioses y el imponente
sentimiento de muerte, que florece,
en el mástil de la existencia más gloriosa…”
Exultante estaba y convencido
de mis inestables reservas, ente yo
que se autoalimenta
alimentando la propia cambiante duda;
ya, viernes nueve,
poco antes
de las dos de la mañana,
desconociendo que en una noche
posterior de insomnio
el laberinto
de mão pensas
pensando y repensando
iba a mostrarme su salida.
“…como olvidados credos requeridos
pronto y vibrantes no se dispusieran
a colorear de nuevo la cara neutra…”
Presto y fremente:
pronto y vibrantes:
pluralizo porque preguntada Rê,
momentáneamente lisboeta, no
puede darme ayuda,
ni el diccionario Priberam siempre tan
atento a mis necesidades.
Recurro a Mario
también Andrade de apellido,
a sus cartas cruzadas con Carlos
y no está en ellas la salida.
A Ester Abreu voy, último recurso,
y en su respuesta rauda y contundente,
minucioso análisis de las palabras,
leo, acepto,
y resuelvo
motu proprio,
escribir:
“olvidados credos requeridos”.
“…pasara a dirigir mi voluntad
que, ya de por sí inestable, se cerraba
semejante a esas flores indecisas...”
Descubría admirables el nexo literario,
el ritmo, la pasión,
la vehemencia sujetada; pero en la amanecida
me intrigaba más aún
el sentido exacto que el poeta
quiso dar a las indómitas palabras
“de
mão pensas,”
su concreción abstracta.
Me encontraba en punto muerto
esperando una resurrección imposible
o un entierro profiláctico, cuando
la primera luz de la alborada, en otra noche,
iluminó mi mente trasladándome,
infante, a mi pueblo;
época agitada del trazado
de esa breve carretera que va de Valdepero
a
Valdeolmillos.
Allí el burrero y su reata de asnos,
serones repletos de rocas;
allí los pedreros, que
con sus martillos largos
machacaban peñas, alisando;
allí los peones con sus paladas de tierra,
allí la máquina aplanadora,
apisonadora por buen nombre:
férreo cilindro macizo la rueda delantera
destinada a compactar el suelo,
transformando
tierra y piedra sueltas
en calzada resistente.
Eso era, ahí estaba el quid.
Esclarecido y esclarecedor
me dispuse a retirar del engranaje el palo
en la traducción de "A
Máguina do Mundo".
La acompasada voz silente de la cachazuda máquina,
vino a mí: atrás y adelante, adelante y atrás,
guiada por un operario experimentado,
sutil e inteligente,
que se hacía preguntas y respuestas,
y en los descansos muchos
bajaba a tierra para palpar con el pie el empedrado
o apoyaba, pensativo, en el timón
los brazos cruzados, las manos sobrepuestas,
observando los trajines de los demás oficios
desarrollados a sus pies.
Saturados de murmullos:
“hálito, eco
o simple sacudida”,
mis oídos internos.
Lleno yo de un vigor intuitivo
destinado a seguir vertiendo
al castellano
esas “verdades
más altas que tantos
monumentos erigidos a la verdad;”:
las tres robustas palabras últimas del vibrante
poema
de Carlos Drummond de Andrade,
adopté la decisión de terminarlo así:
“…poco a poco se fue recomponiendo,
mientras yo, valorando lo perdido,
permanecía indolente, mano sobre mano.”
PSdeJ El
Escorial a 15 de agosto de 2013
La
Máquina del Mundo
Poema de Carlos
Drummond de Andrade
Traducción de Pedro Sevylla de
Juana
Y como mis
pies palparan suavemente
una carretera
de Minas, empedrada,
y en la aldaba
de la tarde una campana ronca
se mezclara
con el murmullo de mis zapatos,
pausado y
áspero; y aves flotasen
en el cielo de
plomo, y sus formas negras
lentamente se
fueran diluyendo
en la crecida
oscuridad, bajada de los montes
y de mi propio
interior decepcionado,
la máquina del
mundo se entreabrió
para quien de
romperla ya se arrepentía
y solo por
haberlo imaginado lagrimaba.
Arrancó
suntuosa y reservada,
sin emitir un
sonido considerado impuro
ni un
resplandor mayor que el soportable
por las
pupilas gastadas en la observación
constante y
dolorosa del desierto,
y por la mente
rendida al registrar
toda una
realidad que excede
su
propia imagen esbozada
en el rostro
del misterio, en los abismos.
Se abrió en
inocente quietud, e invitando
a cuantos
sentidos y presentimientos conservaba
quien de
haberlos usado ya los perdiera
y no deseara
recobrarlos,
si en vano y
eternamente repetimos
los mismos
periplos tristemente desorientados,
invitándolos a
todos, en tropel,
a habituarse a
los desconocidos nutrientes
de la
naturaleza mítica de las cosas,
así me dijo,
empero, cierta voz
hálito,
eco o simple sacudida
atestiguando
que alguien, sobre la montaña,
a otro
alguien, noctívago y desventurado,
en conversa se
estaba dirigiendo:
“Lo que
indagaste en ti o fuera de
tu pequeñez y
nunca se mostró,
incluso
aparentando darse o rindiéndose,
y encogiéndose
más a cada instante,
mira, observa,
reconoce: esa abundancia
excedente en
toda perla, esa ciencia
sublime y
tremenda, pero impenetrable,
esa exégesis
integral de la vida,
ese vínculo
inicial y único,
que no llegas
a interpretar, pues tan arisco
se reveló ante
la vehemente investigación
en que te
desgastaste... percibe, considera,
abre tu pecho
para hospedarlo.”
Los más
soberbios puentes y edificios,
lo que en los
talleres se da forma,
lo que
discurrido fue y, seguidamente, alcanza
distancia
superior al pensamiento,
los recursos
de la tierra sometidos,
y las pasiones
y los impulsos y los suplicios
y todo lo que
explica al ser terreno
o se prolonga
hasta en los animales
y llega a las
plantas para filtrarse
en el sueño
resentido de los minerales,
rota al mundo
y vuelve a abismarse
en la insólita
disposición geométrica de todo,
y el absurdo
primigenio y sus enigmas,
sus verdades
más altas que tantos
monumentos
erigidos a la verdad;
y la gloria de
los dioses, y el imponente
sentimiento de
muerte, que florece
en el mástil
de la existencia más gloriosa,
todo se
manifestó en ese destello
y me reclamó
para su reino soberano,
sometido por
último a la visión humana.
Pero, como yo
me resistiera a responder
a solicitud
tan prodigiosa,
pues la fe se
adormecía igual que el ansia,
la esperanza
más exigua — esa aspiración
de ver
desvanecida la densa obscuridad
que entre los
rayos del sol aún se filtra;
como olvidados
credos requeridos
pronto y
vibrantes no se dispusieran
a colorear de
nuevo la cara neutra
que voy por
los caminos mostrando,
y como si otro
ser, distinto de aquel
habitante de
mí hace tantos años,
pasara a
dirigir mi voluntad
que, ya de por
sí inestable, se cerraba
semejante a
esas flores indecisas
en sí mismas
abiertas y cerradas;
como si un don
tardío ya no fuera
deseable,
antes bien desdeñando,
bajé los ojos,
negligente, distendido,
rehusando
aceptar la cosa ofrecida
que se abría
gratuita a mi intelecto.
La sombra más
tupida ya descansara
sobre la
carretera de Minas, empedrada,
y la máquina
del mundo, rebatida,
poco a poco se
fue recomponiendo,
mientras yo,
valorando lo perdido,
permanecía
indolente, mano sobre mano.
PSdeJ
El Escorial 15Agosto2013
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