REVELACIONES
“y las palabras gimieron, aullaron”
(p. 16)
Decía David Foster Wallace (admirador de Borges y de Roberto Bolaño) en
un artículo de 1994 que sólo los escritores de Europa oriental y de
América Latina habían conseguido un buen maridaje entre, por un lado,
los asuntos del fuero íntimo y del sentimiento humano y, por otro, el
desapego paródico propio de la experiencia postmoderna.
Esa combinación sale justamente a relucir en el poemario
Recuerdos del futuro (2013), edición bilingüe
español-italiano, del chileno Mario Meléndez (1971), residente en
Italia.
Resulta, en efecto, reconfortante encontrar, entre tanta poesía chata y
previsible, a un poeta con audacia y humor negro, sabedor de que “el
lenguaje se burla de nosotros” (p. 14), y que no teme ser tildado de
fantasioso o extravagante.
Dotado de una conciencia magistral del oficio y de una aguda
sensibilidad literaria, Meléndez, poeta errante, desplazado (de Chile
pasó a México, y de México a Italia), no imposta la voz cuando afirma:
“No estoy, no soy, no pertenezco/
vago de lado a lado, como un gran gusano negro” (p. 42).
Sus poemas fluyen con las virtudes artesanales de medida y acabado, y el
poder lírico de sus palabras pareciera emerger de la superficie de la
conversación por su naturalidad y soltura:
“Vengan a ver mi poesía/ no está
hecha de material ligero/ aguantará perfectamente el invierno/ y en
verano refrescará/ las mentes y los cuerpos/ Hay poderosas vigas entre
cada verso,/ hay listones apuntalando mis palabras/ y si la lluvia desea
entrar/ pondré mis sueños en el techo/ y taparé las goteras/ con mi
propio dolor (“Para mayor seguridad”).
Meléndez se vuelve amargamente lúcido a la hora de aludir a la muerte,
que “tiene cuerda para rato”
(p. 42), a la que encara en “Confesiones” y con la que torea en los
magníficos versos de “La invitación”, donde narra con precisión
sarcástica sus propios funerales.
De otra parte, lleva a cabo un ácido escrutinio de Chile, del sitio
primigenio de sus tormentos, en los poemas épicos “Me sobra un muerto”,
“Más allá de la guitarra”, “Sangre en el exilio” y “Mi pueblo”. Son un
tanto altisonantes para mi gusto, pero en ellos sabe expresar la
certidumbre de que el orden social es apenas una tenue ficción que
encubre la áspera maleza de desolación y violencia que tan bien
conocemos en América Latina.
Sin embargo, como –según se dice- vivimos en la esfera de nuestros
deseos e imaginación tanto como en nuestra vida real, Meléndez cambia de
registro para abrirle paso al humor y a la paradoja. ¿El saldo? Ahí está
la deliciosa sátira de sus poemas felinos “El clan Sinatra” y “Mi gato
quiere ser poeta”, hasta culminar con esa alocada recreación
de “Caperucita roja” en “La Otra”, donde no vacila en añadirle
una capa insólita de juego y mordacidad –léase una “vuelta de tuerca”-
al clásico cuento infantil.
Y aparte le brinda al lector los poemas de voltaje erótico como
“Llévame”, “Si fueras calva también te amaría”, “Será debajo de la cama”
y “Un día volveré a tus ojos”. Aquí la maquinaria de su poesía se
enardece y sus versos, aptos para “rendir cuentas” del fragor amoroso,
se tensan habida cuenta de su propensión hacia las imágenes de linaje
surrealista: “Si fueras calva
también te amaría/ me volvería loco besando tu cabeza/ tu pequeña luna
dorada/ Si fueras calva, oh si fueras calva/ te llevaría por el río de
la memoria/ me sentaría junto al fuego de tus ojos callados/ derramaría
un cisne en medio de tu frente” (p. 62).
Resta mencionar que el formidable poema “La playa de los pobres” se
emparenta, por los particulares ritmos de su música, con el tono del
poemario Los pobres del
hondureño Roberto Sosa, que le hizo acreedor al Premio “Adonais” de
España en 1968, marcado por un lacónico y sosegado patetismo.
Para finalizar, diría en términos reseñísticos que, parafraseando a
Foster Wallace, Mario Meléndez
logra en Recuerdos del futuro
que la efusión emotiva y la excentricidad
irónica no sólo cohabiten sino que se refuercen la una a la otra.
Hernán
Antonio Bermúdez
Roma, 15 de abril del 2013 |