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REVISTA TRIPLOV
de Artes, Religiões e Ciências
nova série | número 32 | outubro | 2012
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MARCO ANTONIO CAMPOS
Sostiene Pereira revisitado |
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EDITOR |
TRIPLOV |
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ISSN 2182-147X |
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Contacto: revista@triplov.com |
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Dir. Maria Estela Guedes |
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SUBIR AL EVEREST
En una de sus crónicas de El equipaje del viajero, José Saramago
recordaba la vez cuando era niño que subió hasta la copa de un fresno de
treinta metros. Según las capacidades que tiene cada quien, aquel
ascenso era una pequeña hazaña gigantesca parangonable de manera
emblemática a la de los alpinistas que son capaces de poner la bandera
de su país en la cumbre del Everest. Una metáfora parecida es la que se
halla en Sostiene Pereira, quizá la mejor novela de Antonio
Tabucchi. La pequeña rebeldía gigantesca del doctor Pereira es
equiparable, tratándose de quien se trata, a subir al Everest o llevar
a cabo las acciones heroicas de Rolando o del rey Arturo.
El personaje central, Pereira o el doctor Pereira (no sabemos por qué
doctor e ignoramos su nombre de pila) es un sesantenne gordo,
viudo, con problemas cardiacos, católico pero no creyente en la
resurrección de la carne, hijo del ya difunto dueño de la funeraria
llamada Pereira la Dolorosa, ex cronista de la página negra de un
diario de gran circulación, redactor de la página cultural de un
vespertino modesto de la capital portuguesa, el Lisboa, para el
cual escribe artículos sobre aniversarios y defunciones de escritores y
realiza traducciones de cuentos del siglo XIX y XX franceses, quien
recuerda como si fuera hoy los años de los estudios en Coimbra, que
tiene la manía a la vez tenebrosa y delicada de conversar con el retrato
de su mujer muerta, que le disgustan las personas fanáticas y las
personalidades literarias y políticas tipo D’Annunzio, Marinetti y
Claudel, y que en el verano abrasador del 1938 conoce una
transformación extrema de los valores apagados que hasta entonces
mantenían y sustentaban su vida.
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UN
PAÍS IRRESPIRABLE
La novela ocurre, dijimos, en el verano de 1938, o para ser más
precisos, del 25 de julio a fines de agosto, cuando ya los fascistas se
han consolidado en Alemania, Austria e Italia, en España están a un paso
de ganar la guerra y en Portugal la dictadura salazarista está
terminando de apretar los goznes para cerrar las puertas del país a
Europa. En la nota final a la novela Tabucchi dice por qué eligió el
año: “Volví a pensar en Europa al borde del desastre de la Segunda
Guerra Mundial, en la guerra civil española, en la tragedia de nuestro
pasado [italiano] próximo”.
En Lisboa las paredes oyen. Los teléfonos están intervenidos y no se
sabe si con quien se habla es un informante. ¿Cómo decir algo impropio
si el director del periódico es un adicto del régimen, si el amigo
antiguo de Coimbra, el profesor Silva, con quien se confiesa, prefiere
irse a la cómoda y no meterse en problemas con el gobierno, si la
portera misma del edificio del periódico es confidente de la policía
política?
En las plazas se extienden grandes mantas donde se honra a Francisco
Franco, en las ceremonias oficiales abunda la gente con camisa verde y
pañuelo en torno al cuello, y en la prensa se sigue con pasión al
batallón Viriato, que lucha al lado de los fascistas en la guerra civil
española.
En ese periodo principia en Portugal la desbandada de artistas e
intelectuales. En el fascismo, salvo los picos de loro del régimen, no
tienen cabida las voces críticas. Hay una página en la novela, al inicio
del capítulo 14, donde Tabucchi hace que Pereira oiga en el
British Bar del Cais de Sodré, una supuesta conversación entre el
novelista Aquilino Ribeiro y el diseñador de vanguardia Bernardo
Marques, quienes, sintiendo ya el clima opresivo, oyendo pasos quemantes
en la azotea, toman dos vías de rechazo diversas: Ribeiro quiere emigrar
a París y Marques se niega a trabajar más. “Éste es un país horrendo, es
mejor no trabajar con nadie”, sentencia con amargura. En una sola y
espléndida página Tabucchi recrea toda la atmósfera del terror de Estado
que ya se inició.
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EL
SUEÑO Y EL SUEÑO DEL SUEÑO
Borges decía que la literatura es un sueño dirigido. Quizá antes de
conocer esta definición Tabucchi ya la aplicaba con habilidad en su
literatura. No sólo ha vuelto ficción los sueños de otros y suyos, sino
los sueños de sueños, o mejor, los ha vuelto continuos momentos
imaginativos. Dentro de sus libros tenemos especial gusto por Mujer
de Puerto Pim, fragmentos de historias e historias fragmentadas que
recoge del azar fértil durante un viaje por las Azores; Réquiem,
un día en la vida de un personaje en la ciudad de Lisboa que anda a la
busca de un personaje llamado Fernando Pessoa; su brevísima obra teatral
Al señor Pirandello lo llaman por teléfono, la cual leemos como
un cuento fantástico, y desde luego, Sostiene Pereira, la corona
áurea de su obra. Es lo que más hemos degustado de una obra en la que
casi no hay libro malo o deficiente. Pese a publicar uno o dos libros de
creación por año, no sentimos, o poco, que Tabucchi se repita. Tabucchi,
dirían Borges y Stevenson (a quienes el italiano ha leído muy bien), es
un escritor con encanto.
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EL
GRAN INVITADO
A Tabucchi, como a Magris, Schwob o a Arreola, le gusta, por un lado,
volver personajes a dos suertes de personas: a esos hombres pequeños y
absurdos que viven, o hacen que viven, “vidas escuálidas y grises” (así
adjetiva él esas vidas en un cuento), y por el otro, a esos artistas y
escritores excéntricos y raros que parecen más personajes que hombres de
la vida real. Después de la mitad de los ochenta, pero sobre todo en el
decenio de los noventa, nadie gira más en su obra, ningún personaje
literario se repite más, que el gran fingidor Fernando Pessoa.
A Pessoa, como Borges, Pirandello o Kafka, uno los piensa más como
personajes creados por la literatura que como hombres que hayan pisado
una vez la tierra. Con estudiarlos un poco uno se da cuenta que el árbol
genealógico es el mismo. Traductor de la obra completa de Fernando
Pessoa, autor de ensayos y crítica sobre el poeta portugués, Tabucchi ha
hecho que el gran fingidor aparezca asimismo con toda naturalidad
en sus ficciones. “Me ha gustado invitarlo a que habite en mis páginas”,
ha declarado Tabucchi, y Pessoa, o los varios Pessoa, le han dado el
gusto por más de quince años. Recordemos el relato “El juego del revés”
(1981), el breve monólogo Al señor Pirandello lo llaman por teléfono
(1988), la crónica novelada Réquiem (1991), el schwobiano “Sueño
de Fernando Pessoa, poeta y fingidor”, (1992) y su relato “Los tres
últimos días de Fernando Pessoa” (1994). Tabucchi se siente atraído por
ese personaje como marginal y fantasmal que gusta de tener múltiples
rostros, de usar una diversidad de máscaras, de actuar un gran número
de personajes, de habitar ciudades ficticias, y de crear, sin darse
cuenta, juegos de símbolos y una leyenda donde varios se parecen a uno,
o mejor, a una sombra que es uno y desaparece en nadie. Es un fantasma
que de pronto surge y creemos verlo en la banca de un parque o en la
mesa solitaria de un café y dejamos de ver de pronto.
En “El juego del revés” es como un modelo o presencia fantasmal para
los personajes principales, quienes juegan a que Pessoa sabía el juego
del revés, donde las traducciones de Pessoa a lenguas extranjeras se
vuelven una misteriosa estafeta para enlazarse con la extraña
protagonista y donde ambos juegan a moverse en los perímetros donde
merodean las sombras de los heterónimos Bernardo Soares y Álvaro de
Campos.
En la pieza Al señor Pirandello lo llaman por teléfono Pessoa
aparece como un actor que se finge el autor o se finge un poeta que
finge un diálogo telefónico nunca habido pero posible con Luigi
Pirandello, un alma del todo afín, con quien pudo encontrarse cuando el
dramaturgo y narrador siciiliano llegó en 1931 a Lisboa al estreno
mundial de su pieza Sogno...ma forse no.
En Réquiem, que Tabucchi llama una alucinación, todo prepara el
último capítulo, donde el personaje, quien puede ser el autor, luego de
una dura jornada de humedad bochornosa bajo el intenso sol del mes de
agosto, tiene una cena real o imaginaria con Pessoa, con quien entabla
un diálogo real o imaginario, sobre aspectos de la vida de éste, como
una infancia feliz, o la afición a fingirse numerosos personajes, o de
cómo Pessoa, que no conoció Europa, acabó siendo el escritor más europeo
del siglo XX.
Pese a que Réquiem anunciaba (desde el título del libro) o
creíamos que anunciaba la despedida del gran fingidor como personaje
múltiple de Tabucchi, éste lo retoma al año siguiente como uno de los
protagonistas de su libro Sueño de sueños en el relato “Sueño de
Fernando Pessoa, poeta y fingidor” y en 1994 en “Los tres últimos días
de Fernando Pessoa”. En el primero, Tabucchi describe el sueño de Pessoa
del 8 de marzo de 1914, cuando se encuentra en Santarém con su maestro
Alberto Caeiro, quien le revela que él es Pessoa, o al menos, su parte
más oscura y profunda, y Pessoa sueña que es poeta y sueña que ese día
nace el Pessoa plural, es decir, nacen para él y para nosotros Pessoa y
los heterónimos.
Si Réquiem es para Tabucchi una alucinación, “Los tres últimos
días de Fernando Pessoa”, son un delirio. El 28, 29 y 30 de noviembre de
1935, mientras agoniza en el hospital a causa de una cirrosis hepática,
sus heterónimos lo visitan durante las noches: el ingeniero Alvaro de
Campos, poeta futurista y fervoroso teórico; su maestro y padre lírico
Alberto Caeiro, poeta de los rebaños y de las estaciones del campo; el
monárquico Ricardo Reis, quien escribe desde él odas pindáricas y
adaptaciones horacianas; el oscuro Bernardo Soares, que con el título
El libro del desasosiego halló uno de los símbolos de la vida de
nuestro siglo, y el filósofo loco Antonio Mora, quien predijo en la
clínica psiquiátrica de Cascais el regreso de los dioses y que un día le
dio sus manuscritos, pero Pessoa...
Luego de estos textos creativos, Tabucchi publica un bello y sugestivo
ensayo sobre las cartas de Pessoa a Ophélia Queiróz, una graciosa
dactilógrafa, la única novia que tuvo el poeta, la mujer que amó o creyó
o fingió amar, a quien Tabucchi juzga “inteligente y un poco
desorientada”. En su ensayo Tabucchi parte del juicio de Pessoa de que
para éste la obra literaria está antes que la vida y todo lo demás es
secundario. Y hace una conclusión desoladora: “Pessoa ha elegido la
literatura simplemente porque no podía escoger el amor”. No en balde en
las cartas –en las conversaciones mismas con Ophélia-- los heterónimos,
sobre todo Álvaro de Campos, ocupan un lugar tan importante como el
mismo Pessoa, o sea, no deja de disfrazarse o de ponerse máscaras o de
ocultarse aun en sus relaciones más íntimas. “Como este amor, que fue un
pensamiento, también la ‘verdadera’ vida de Pessoa parece un
pensamiento, como si todo hubiese sido pensado por otro. Existe pero no
tiene lugar. En esta ausencia está su inquietante grandeza”,
remata Tabucchi.
Cuando ocurren los hechos de Sostiene Pereira han pasado dos años
y medio de la muerte de Pessoa. Tabucchi lo menciona tres veces en la
novela pero de una manera incidental: una, cuando Pereira escribe sobre
él uno de sus “Aniversarios”; la segunda, cuando el doctor Cardoso, en
la clínica de terapia de Parede, dice a Pereira que ha leído su artículo
acerca de Pessoa y su traducción de Maupassant, y la última, la vez
cuando Pereira coliga que Pessoa fue amigo de Antonio Ferro, el director
fascista de la Secretaría Nacional de Propaganda (“la verdad es que
Pessoa tenía cada amigo”, piensa Pereira).
Y sin embargo, si creáramos una escena posible, nada nos parecería más
natural que imaginar en las tardes y hacia el atardecer las
conversaciones literarias del doctor Pereira y de Fernando Pessoa en
una de las mesas del café Orquídea o en algunos de los cafés que
frecuentaban Pessoa y sus heterónimos.
De los personajes imaginados por Tabucchi quizá Pereira sea el que se
corresponda más con Pessoa en su insignificancia grandiosa, en su
resplandor moral.
Si como ha dicho Tabucchi lo más importante en una narración es el
personaje, Pessoa, de un lado, sería paradójicamente el personaje
literario más vívido de su obra, y del otro, en el de los seres
minúsculos, lo sería Pereira, sin duda su gran creación, uno de los
personajes más queribles de la literatura italiana, quien
paradójicamente es portugués.
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OIGAMOS EL RITMO DE LAS PALABRAS
En un poema, cuento o novela, es fundamental la primera línea y tener
el tono. Tengo la impresión, como tendrán muchos, que la nota
musical que crea el concierto verbal que oímos a través de estas páginas
nace del título coloquial del libro: Sostiene Pereira. En estas dos
palabras, que funcionan como uno de los ritornelos, Tabucchi maneja
situaciones y personajes e intuimos que la última línea será la primera:
Sostiene Pereira. Al leer, al oír de continuo el ritornelo,
sabemos que algo muy hondo, algo como un drama, se está contando. Sin
esos ritornelos, sin los sostiene Pereira o Pereira sostiene o sostiene,
que se repiten por cosa de un centenar de veces en las páginas de la
novela, la estructura musical se caería como cae una carta de la baraja.
¿Pero a quien cuenta Pereira la historia? ¿Quién es el que repite:
Sostiene Pereira o Pereira sostiene o sólo sostiene? Tabucchi no lo
dice. Aun en la relación de los hechos hay zonas que no sólo el autor
sino el mismo Pereira, si encarnara, no sabría explicar, o el autor y
Pereira juntos no sabrían explicar, cosas que se citan pero no se
detallan “porque no tienen nada que ver con esta historia”. Por lo
general en las ficciones de Tabucchi hay cosas que no llegan a saberse,
que guardan su secreto, que se quedan como juego de posibilidades. “Los
malentendidos, los equívocos, las zonas de sombra, las falsas
evidencias, las realidades soñadas, los sueños marcados por una realidad
terrible, la búsqueda de lo que se sabe de antemano perdido, los juegos
del revés, las voces provenientes de lugares próximos al infierno, son
elementos que a menudo encontramos en el mundo de Antonio Tabucchi”, ha
señalado Sergio Pitol (El arte de la fuga).
Sostiene Pereira es el libro más musical de Tabucchi y tengo para
mí que lo escribió para ser leído y oído.
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LOS PERSONAJES SON TAMBIÉN LAS SITUACIONES
Si los personajes son lo más importante para Tabucchi ¿quiénes son ésos,
principales, secundarios e incidentales, que rodean a Pereira, y a
través de quienes se va dibujando la situación del Portugal y quienes
van dejando la semilla en el surco para que surja y crezca la espiga de
la rebeldía de Pereira?
El punto clave de inicio, el instante que despertará la conciencia de
Pereira, es su encuentro con Francesco Monteiro Rossi, un joven de
origen italiano, y su novia Marta, una bella muchacha quien, de primera
impresión, da la imagen de ser ligeramente frívola y algo descocada. Sin
duda, de primer golpe, no resultan muy simpáticos al lector, pero pese a
la imagen un tanto cínica de Monteiro Rossi y algo desfachatada de
Marta, la pareja en verdad se juega la vida y está históricamente
caminando en la vía dolorosa: son militantes antifascistas que hacen
causa por la república española, y por ende, en cierta dirección, contra
el régimen salazarista.
Pero el lector al principio, como el mismo Pereira, ve a Monteiro
Rossi como un tipo medio pesado y arrogante, un tipo que se aprovecha
del viejo, un provocador político, pero Pereira, por lástima o por
negligencia o por no sentirse tan solo, es incapaz de romper con él, o
con ella y él, y los ayuda y protege como puede.
Por detalles espléndidos, el lector percibe cómo Pereira siente al
principio una ligera y a la vez inconfesable atracción por Marta, como
la noche cuando la conoce –el mismo día que a Monteiro Rossi--,
“bellísima, clara de tez, con los ojos verdes y los brazos torneados”,
llevando un sombrero ligero, y Pereira baila con ella y piensa en su
juventud y en los hijos que no tuvo, o en ese otro momento, cuando en el
café Orquídea, donde la ha citado, ve a su llegada, desde atrás, el
resplandor rojizo de sus cabellos y al despedirse ve “su bella silueta
que cortaba el sol”. Marta cree, con bella ingenuidad, en un sueño de
sueños, en hombres libres, iguales y hermanos, y puede decir, con una
petulancia tolerable a su veintiséis o veintisiete años, que ellos no
escribían crónicas como Pereira, sino vivían la historia.
Desde luego está la mujer de Pereira, o si se quiere con más
precisión, el retrato de la mujer de Pereira, el cual se halla colocado
en la entrada de su departamento, y a quien el antiguo cronista cuenta
los hechos diarios que le acaecen, es decir, si observamos, las
relaciones de hechos que Pereira hace a su mujer podrían tomarse como un
resumen de las historias que corren en la novela.
Se halla también padre Antonio, don Antonio della Chiesa des Mercês, un
cura católico, confidente y de alguna manera conciencia moral de
Pereira, convencido antifascista, pero sin poder ir muy lejos en su
crítica y acción, y quien tiene que acabar viendo, casi con las manos
inermes, cómo la policía política salazarista empieza a cometer toda
suerte de crímenes infames contra los opositores.
Encontramos también un personaje en blanco y negro, más en blanco que en
negro, que es el médico Cardoso, dietólogo y psicólogo, un hombre
inteligente e informado, terapeuta en una clínica de mar próxima a
Lisboa, y quien en las conversaciones sostenidas en la clínica habla a
Pereira de la teoría de la confederación de las almas, es decir, que
cada hombre tiene no una sino varias o muchas almas, y que en los
tiempos de cambio hay una alma hegemónica, un yo hegemónico, que se
rebela contra el alma hegemónica anterior. Esa teoría confirma a
Pereira finalmente el cambio que está viviendo y justifica su rebeldía.
Sin embargo, días más tarde, en un nuevo encuentro en Lisboa, el médico,
como ya se lo había comentado a Pereira en la clínica, ha decidido irse
a trabajar a Saint-Malo, en el norte de Francia, arguyendo que Portugal
se ha vuelto irrespirable, pero Pereira debe seguir oyendo a su
alma hegemónica, o sea, el hombre joven altamente capacitado se va del
país pero le pide a un pobre viejo que se oiga sí mismo, que continúe su
rebeldía, que siga luchando, cuando en la realidad es una lucha de una
oveja contra una manada de lobos. Con todo Cardoso es el elemento clave
en el capítulo final, cuando Pereira echa a andar su estratagema
vengativa.
¿En quién confiar? Pereira de hecho no sólo no tiene a nadie, ni
siquiera en realidad al padre Antonio ni al médico Cardoso, no sólo no
puede entenderse con el profesor Silva, su antiguo amigo de Coimbra,
sino está ya vigilado por la portera del edificio del periódico y el
director del diario lo tiene en la mira. Pero momentos bien o mal
compartidos con esos personajes van dibujando la situación política del
país, van justificando de raíz su rebelión, el nacimiento de una
pequeñísima pero conmovedora utopía, la recuperación del reino que se
perdió, que se da cuando la policía salazarista, representada por tres
policías vestidos de civil, entran a su departamento y pese a su
denodada resistencia, torturan a Monteiro Rossi y lo revientan hasta
matarlo.
Es entonces cuando se le ocurre su idea demencial y arma la estratagema
para eludir la censura y publicar el obituario acerca de Monteiro Rossi
y llevar a cabo su venganza, su mínima pero altamente significativa
acción, su ajuste inútil de cuentas.
Y la oveja huirá a partir de ese momento de la furiosa manada de lobos.
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ENCARNAR LA UTOPÍA
Sin la intención de ser, de alguna forma, una novela policiaca, o tener
tintes de ella, como La cabeza perdida de Damasceno Monteiro,
Sostiene Pereira juega muy bien las expectativas, va in crescendo
en los capítulos finales a partir del arribo de Monteiro Rossi al
departamento de Pereira con la veintena de pasaportes falsificados,
llega a un clímax con el asesinato del joven antifascista y termina en
una respirable pasividad.
Sostiene Pereira es una novela que en un recado implícito nos
dice que no hay edad en la vida de una persona para la rebeldía, que en
la medida de las posibilidades de un hombre está también el tamaño del
desafío, y que al menos una vez a largo de nuestra existencia es posible
conocer “el gran día de la victoria”.
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Revista InComunidade (Porto) |
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Marco Antonio Campos
(México, D.F., 1949). Poeta, narrador, ensayista y traductor. Ha
publicado los libros de poesía: Muertos y disfraces (1974),
Una seña en la sepultura (1978), Monólogos (1985), La
ceniza en la frente (1979), Los adioses del forastero (1996)
y Viernes en Jerusalén (2005. La editorial El Tucán de Virginia
volvió a reunir en 2007 su poesía en un solo tomo: El forastero en la
tierra (1970-2004). Es autor de un libro de aforismos (Árboles).
Ha traducido libros de poesía de Charles Baudelaire, Arthur Rimbaud,
André Gide, Antonin Artaud, Roger Munier, Emile Nelligan, Gaston Miron,
Gatien Lapointe, Umberto Saba, Vincenzo Cardarelli, Giuseppe Ungaretti,
Salvatore Quasimodo, Georg Trakl, Reiner Kunze, Carlos Drummond de
Andrade, y en colaboración con Stefaan van den Bremt, Miriam van Hee,
Roland Jooris, Luuk Gruwez, André Doms y Marc Dugardin. Libros de poesía
suyos han sido traducidos al inglés, francés, alemán, italiano y
neerlandés. Ha obtenido los premios mexicanos Xavier Villaurrutia (1992)
y Nezahualcóyotl (2005). Y en España, el Premio Casa de América (2005)
por su libro Viernes en Jerusalén. En 2004, se le distinguió con
la Medalla Presidencial Centenario de Pablo Neruda otorgada por el
gobierno de Chile. En París es miembro de la Asociación Mallarmé. En el
2009 obtuvo el premio de poesía Ciudad de Melilla, España. |
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© Maria Estela Guedes
estela@triplov.com
PORTUGAL |
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