Mi deseada mujer madura hembra
plena y floreciente
de carne frutal y entendimiento reflexivo
eres la diosa Hera,
esposa del gran Zeus;
y de tus pechos, ubre generosa,
brota a diario en espiral la Vía Láctea,
galaxia formada por doscientos mil millones
de planetas inquietos.
Hijo del padre de los dioses y de la humana Alcmena,
yo soy Heracles,
el héroe que busca en tus pechos
la inmortalidad vedada.
Eres Penélope, mujer;
yo soy el nuevo Ulises, y regreso a Ítaca
cansado de guerras y aventuras engañosas.
Todo es hostil,
muros de intriga cercan la casa,
los enemigos han tomado posesión de lo mío,
pero tu agredida fortaleza aún resiste.
Tus pechos me reconocen,
esposa fidelísima;
identifican mi rostro, mis manos y mi voz;
tus pechos,
sólo ellos,
saben quién es este mendigo extranjero
antes de verme tensar el arco y pasar
la flecha a través de los doce ojos de hacha.
¡Créelos!,
tus pechos
mujer madura
conocen la verdad:
saben que mi corazón los quiere esféricos y
vanidosos,
mi tímida gacela, mi flor del Paraíso,
saben que mi corazón los ama impávidos y encumbrados.
Eres Helena, mujer,
la espartana Helena;
tu perturbadora belleza seduce por igual a dioses y a
mortales;
yo soy tu esposo Menelao, rey consorte,
y si perdono tu veleidosa conducta,
debes saber que a la memoria
de tus hermosos pechos obedezco.
Mujer nacida de la tierra fértil y las fragorosas
olas,
tus pechos son el portentoso acierto de la Naturaleza
práctica,
un misterio que los siete sabios de Atenas no podrían
desvelar,
un regalo de Mirón, un obsequio de Fidias.
una donación de Polícleto.
Eres Esther, la valerosa hebrea,
mi alígera corza, mi dulce enamorada,
mi señora,
mi reina,
yo soy Asuero, el Rey,
ciento veintisiete provincias se inclinan ante mí,
las doncellas más codiciadas pueblan mi harén
pero, únicamente, tus pechos
estimulante
vivificadora compañera,
llenan de fiesta mi vida.
Mi adorada mujer madura,
mi virginal doncella,
mi alumna impúdica, mi deseada
hembra sensual y placentera;
tus pechos me invitan, me convidan:
desde su posición de privilegio me convocan
a un banquete carnal inmoderado.
Poseen una titilación ictínea cuando los busco,
nocturnidad marina de la arena fresca
turgentes y altos en su entrega pudorosa,
pálidos a la luz de la luna turbia
perturbados por los luceros esplendentes.
Hembra total, mi animosa mujer,
mi marinera de imaginarias singladuras,
tus hermosos y erguidos pechos,
sólidos, firmes, resistentes, obstinados;
son el mascarón de proa y la proa intrépida
de tu cuerpo navegante.
Tus pechos, mujer, saben a dátiles
a papaya jugosa, a palmitos de sagú
a mango maduro, a almendra y a manzana;
tus pechos rotundos, mi inteligente e intuitiva
compañera,
saben a gloria.
Son de absenta de noventa grados tus pechos,
de mandrágora y belladona,
hembra soberana,
estrella polar de mi existencia,
alucinógenos son,
ciertamente adictivos
y los bebo para suavizar por dentro
antiguas cicatrices aún en carne viva.
A jacinto huelen tus pechos, pulquérrima mujer,
a laurel, a estoraque, a mirto
a eucalipto, a salvia,
a madreselva y a magnolia;
a los aromas bravíos de la flora silvestre
y a la substancia fecunda del tornadizo mar salobre.
Los pechos de la mujer madura son tersos y sensuales;
de día cubren su timidez desnuda
de noche desnudan su temeraria osadía.
En la penumbra se hacen fuertes
fanfarronean, me desafían, me provocan
y los pezones se inflaman
pronunciando mi nombre innominado.
Nada me atrae tanto como los esféricos, enhiestos
orgullosos pechos de la mujer madura,
ley de la gravitación universal.
Brillantes estrellas que me hacen guiños en las
noches
oscuras, cuando el cielo es transparente
y la vista cruza las enormes distancias.
Mi desconfianza viene de la primera juventud
soy un precavido a prueba de razones,
y todo lo fundamento en los pechos de la mujer madura
única realidad palpable.
Dioses del Olimpo y Monte Olimpo ellos mismos
a su cima subo para libar mi diaria
ración de ambrosía.
Admirable mujer, compendio de mujeres
bajo tus cálidos y esféricos pechos
mi experimentada sagacidad descubre
un corazón amante que aprecia el arrojo y la ternura;
una voluntad de entrega –hija, madre y esposa-
llevada a desvivirse por los suyos;
la grandeza de ánimo de la mujer emancipada
opuesta a las directoras bridas;
y el empeño social orientado a la conquista
del derecho a expresarse y actuar libremente.
P.S.deJ.
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