REVISTA TRIPLOV
de Artes, Religiões e Ciências


nova série | número 29 | julho | 2012

 
 

 

 

 

 

AGUSTÍN MONSREAL

Sobre las plumas del pavo

Fot.: Marco Ugarte                                                              

 

EDITOR | TRIPLOV

 
ISSN 2182-147X  
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Dir. Maria Estela Guedes  
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   Así me pintaron a Casiopea: cabellimedusiana, ojidominadora, narihelénica, boquisuculenta, cuellicisnácea, pechidelicias, cinturiavispada, caderienérgica, glutipasmante, muslimanjares, chamorriexquisita, casquiligera, manilúdica, carnientrona, en resumen: una muchacha inteligente. De manera que empecé a interesarme en su poesía, y acepté que le dieran mi número de teléfono para que me hablara.

     Se puso en contacto conmigo hasta siete días después porque andaba de viaje en Oaxaca, averiguando acerca de las influencias de Miró y Picasso en las artesanías populares. Por la mañana. Digo, me llamó por la mañana, y de entrada me tuteó y en vez de decirme “señor”, me dijo por mi nombre. Ricurigualada, pensé. La cité para las ocho de la noche en una cafetería y ella prefirió que fuera a las nueve y en su departamento. Es más cómodo en casa, explicó, y yo me pasé el resto del día interrogándome: ¿Hubo sugerencia en esa última frase? ¿Había segunda intención en su timbre de voz? A mí me pareció insinuante, me decía yo; pues a mí me sonó de lo más normal, me respondía yo; a mí en cambio me latió a indirecta, me volvía a decir yo; pues a mí y etcétera. Por si las dudas, y ante la inutilidad de la dialéctica, me bañé con champú, me retoqué el bigote y me corté las uñas de los pies. Faltando escasos dos minutos para las nueve, relajado, jovial, enteramente vestido de blanco, oprimí el timbre de su puerta. Tuve que esperar dos minutos exactos para que me abriera.

     —¿Casiopea? —pregunté idiotamente. Bastaba verla, enorme y hermosa como una constelación en la noche sin límites del universo, para darse cuenta de que era ella.

     Ella no tuvo necesidad de inquirir si yo era yo porque ya me conocía por mis fotos en los periódicos, poetilaureado, glorinacional, y porque cierta ocasión estuvo en una de mis magníficas conferencias. Imposible, objeté, machihalagado y de paso calenturientiarremetedor: Una mujer como tú jamás me hubiera pasado inadvertida. Bueno, dicho sea con burlifranqueza, lo que sucedió fue que la lectura estaba tan aburrida que se salió de la sala a los cinco minutos. Su risa, que borboteó igual de alegre que el agua de la fuente que tengo en mi estudio, le destapó dos hiladas de dientes salvajes, briosos y avariciables como los de Berenice (la del cuento de Poe). Yo sonreí con esa ferocidad humilde que uso frente a mis detractores, pensando te voy a hacer tragar tus palabras, y sintiendo cómo mi manzana de Adán forcejeaba con el nudo de mi corbata.

     —¿Una copa, un té, un café, un vaso de leche? ¿Qué tomas? ¿Quieres oír algo de música? ¿Como qué te gusta? —ofreció con sencillez, pero además con una dulzura y una generosidad geishiencantadoras.

     Me sirvió un infame café soluble, que era lo único que tenía, y puso un disco en un aparato que conjeturé instalado allá en la pieza contigua, la cual supuse sería la recámara e imaginé eróticamente acondicionada con un vasto lecho y un morbosiespejo duplicador efímero de los combates de la carne. Después vino a sentarse muy cerquita, entre cojines gordos y ceniceros y dos lamparillas tristes, la vibración de la música creando una atmósfera propicia para las intimidades.

     —Mahler —aseveré cabeciaprobatoriamente, clasiconocedor.

     —No, Prokofiev —corrigió ella sin malicia, modesta y sensata como el mundo en tiempo de guerra.

     Bueno, al grano. Le pedí, no sin energía, que me leyera algunos de sus poemas, y mientras ella recitaba unos torpes y horribles versos más cercanos al panfleto revanchimujeril que a la poesía, yo me la figuraba mugiendo de placer y sucumbiendo al empuje de mi irrefrenable voluptuosidad. Luego que terminó de leer cuatro cinco de sus mamarrachadas rencorosas, levantó hacia mí el fulgor de sus ojazos y me miró, paciente y plácida como una esposa o una vaca. Le dije, fingiendo un claro y definitivo entusiasmo intelectual, que era admirable su intuición poética, envidiable su síntesis expresiva, espléndida su riqueza de vocabulario, magníficas y certeras sus metáforas, estupendas sus imágenes, asombrosas su precisión, su frescura, su vitalidad, y agregué, virando de tesitura, con pericia y cálculo de viejo lobo de amar, que asimismo resultaban impresionantes la amargura y la honda soledad que semejantes a liebrecitas perdidas saltaban de esas laboriosas líneas, ah, cuánta tristeza se adivinaba en ellas, cuánto sufrimiento, cuánto desamparo, se notaba que a la inocente criatura le había ido muy mal en su trato con los hombres, que sin duda confundidos por los valores aparentes y pasajeros de lo externo, oh lamentable ceguera masculina, ninguno había sabido hallar, vamos, ni siquiera sospechar el prodigioso universo espiritual, el caudal humano que albergaba en el interior de Casiopea. “Una mujer es un ser que ha encontrado su propia naturaleza. Tú la buscas. Eres virgen”, declamé citando a Giraudox.

     —Entonces, ¿tú crees...?

     Claro que sí, cachorrita ingenua, ella lo que necesitaba era un hombre que la ayudara a encontrarse consigo misma, un maestro, un guía, un varón solícito, maduro, cariñoso, tierno, comprensivo, experimentado, carilascivo, gestibabeante, aquí me tienes a tus pies rendido y mi rodilla nunca tocó el suelo, yo te haré penetrar en los arduos mitos de Pound, sólo tienes que ser boquifuente para mi sed; yo te develaré el misterio de las catedrales, sólo tienes que ser pechiabrevadero para mis fatigas; yo te enseñaré a recorrer todos los caminos proustianos del amor, sólo tienes que ser caderiensamble para mis noches inciertas; yo te conduciré por los laberintos lingüísticos de Joyce, sólo tienes que ser carnientrega conmigo, mamacita, yo haré de ti una gran poeta, yo te haré mujer.

     —Creo que ya se rayó el disco —pretextó zafándose de mi asalto mortal y yéndose a buscar el refugio de la pieza contigua, de seguro con el fin de arreglar el vasto lecho y conectar alguna luz indirecta y rociarse una gota de perfume en las orejas. Es cierto que a mi edad ya la carne es débil, y que una mujer como ésta requiere de los máximos esfuerzos, pero siempre quedan los recursos de la técnica y la sapiencia, no en balde ha vivido uno tantos años. La sentí regresar, pasos morosos, pies sobre nubes. Miré hacia arriba: sus labios adelgazados en una íntima sonrisa que acentuaba aún más la severidad desvalida de su belleza.

     —¿Sabes qué, poetiglorioso?— masculló imponiéndome su fiera estatura y conteniendo a duras penas el enronquecimiento pasional de la voz—. Estoy harta de los imbéciles, de los enanos ridículos como tú.

     Y envalentonada ante mi caballerosa estupefacción, metamorfoseada en energúmena, me llamó piltrafa miserable y andrajo de porquería y pedazo de estiércol y gusano y piojo y cucaracha y rata de albañal y sapo inmundo y araña grasienta y así hasta que me acabé el café y el cigarro y me incorporé y me fui, no sin antes advertirle que con esos modos no iba a llegar a ninguna parte. No hace falta decir que más tardé en irme que en perdonar a esa pobre muchachita víctima de los tiempos pretenciosamente feministas que corren. El perdón es un don natural que nos da la estirpe. Aunque eso sí, juro por Júpiter trinchador de sirenas que la tal Casiopea no estará incluida en mi próxima antología ni obtendrá jamás la Beca.

 

 

 

 

Agustín Monsreal (Mérida, Yucatán, México, 1941)
Inicia su carrera literaria con la publicación del libro colectivo 22 Cuentos 4 Autores (Punto de Partida, UNAM, 1970) y con la obtención del Premio Nacional de Cuento patrocinado por el INJM. En 1978 es finalista del Premio Nacional de Poesía Aguascalientes con el libro Canción de amor al revés (Ed. La bolsa y la vida, 1980) y se le otorga el Premio Nacional de Cuento San Luis Potosí por el volumen Los ángeles enfermos (Ed. Joaquín Mortiz, 1979). En 1982 es galardonado en el XIV Certamen Nacional de Periodismo por su columna Tachas del periódico Excelesior. Y en 1987 también obtiene el premio Antonio Mediz Bolio con el libro La banda de los enanos calvos (Ed. Lecturas mexicanas No. 83, Segunda Serie, 1987). También tiene publicados los títulos de poesía Punto de fuga (Cuadernos de Estraza, 1979), Cantar sin designio (Ed. Col. Molinos de Viento, Serie mayor, Poesía, UAM, 1995) y de cuentos cazadores de fantasmas (Ed. Práctica de vuelo, 1982), Sueños de segunda mano (Ed. Folios, 1983), Pájaros de la misma sombra (Ed. Océano, 1987), Lugares en el abismo (Ed. García y Valadés, 1993), Infierno para dos (Ed. Textos de Difusión Cultural, Serie Rayuela, UNAM, 1995), Diccionario de Juguetería (Ed. Aldus, Col. La Torre Inclinada, 1996), Las terrazas del purgatorio (Ed. Plaza y Janés, Col. Ave Fénix, 1998), Tercia de ases (Ed. FCE, Col. letras mexicanas, 1998) y Cuentos para no dormir esta noche (Ed. Secretaría de Cultura del Gobierno de Jalisco, Col. Hojas Literarias, Serie Cuento No. 27, 1998). Son famosas sus cuatro columnas de cuento semanal escritas en el diario Excelsior: Tachas, Gato encerrado, Barril sin fondo y Purgatorio, la de cuento de Revista de Revistas y la de Varia Invención en La Cultura en México. Colaborador habitual de revistas y suplementos culturales, traducido al inglés y francés, este autor forma parte del Consejo de Redacción de las revistas El Cuento, Tierra Adentro y Fronteras, además del Concilio de Ficticia. En 1971-72, es becario del Centro Mexicano de Escritores; por más de 25 años dirige uno de los talleres de cuento más importantes de México; en 1996 se le vuelve a otorgar el premio Antonio Mediz Bolio, en esta ocasión por su trayectoria literaria; y en 1998 se instituye en la Ciudad de Mérida el Premio Nacional de Cuento Agustín Monsreal, el cual, por su magnífica acogida, se instituye a partir del año 2000 como Premio Iberoamericano de Cuento Agustín Monsreal. Desde 1996 es miembro del Sistema nacional de Creadores de Arte, y en 1999 es galardonado con la medalla Yucatán, máxima distinción que otorga el gobierno del Estado de Yucatán. En el sello editorial Laberinto Ediciones ha publicado La banda de los enanos calvos (2008), Diccionario al desnudo. No ilustrado (2009) y Desde el vientre de la ballena (2010), que forman parte de la Biblioteca Monsreal, que incluirá la totalidad de su obra.

 

 

© Maria Estela Guedes
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