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REVISTA TRIPLOV
de Artes, Religiões e Ciências
Nova Série | 2011 | Número 21
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ANDRÉS GALERA
Mariano de la
Paz Graells
y la naturaleza
útil
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EDITOR |
TRIPLOV |
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ISSN 2182-147X |
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Contacto: revista@triplov.com |
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Dir. Maria Estela Guedes |
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Aplicando un mínimo razonamiento biológico, resulta
evidente que para sobrevivir cualquier organismo necesita hallar en la
naturaleza cierto grado de utilidad. El género humano no es ajeno al
hecho y, al hilo de su desarrollo cultural, hizo de la necesidad virtud
albergando la ególatra actitud de controla el mundo a su antojo. Como
escribe Bertrand Russel en The scientific Outlook, al desvelar el
secreto funcionamiento de la máquina natural surge la posibilidad de
manipularla. Es el poder de la ciencia. El camino, sirva sólo de
ejemplo, se describe en la Biblia, donde no faltan buenos
consejos que hemos seguido al pie de la letra: <<poblad la tierra y
someterla; dominad sobre los peces del mar, las aves del cielo y cuantos
animales se mueven sobre la tierra>>, proclama a los cuatro vientos el
libro del Génesis (1, 28). En tiempos modernos el precepto
religioso es paulatinamente remplazado por el dictamen de una comunidad
científica autosuficiente, soberbia y sin freno. La biología es deudora
de este pragmatismo, y en su historia el adjetivo útil se escribe
en mayúsculas convertida en un instrumento al servicio de la humanidad.
Fascinado por la zoología aplicada, el naturalista Mariano de la Paz
Graells fue un cualificado representante del modelo. Él comprendió,
participó, y propagó la idea en una España decimonónica políticamente
inestable. Por las venas de este idealismo científico corre sangre
francesa insuflada por el colega Isidore Geoffroy Saint-Hilaire desde la
Société Zoologique d’Acclimatation, cuyo programa
encerraba la vieja ambición de convertir la historia natural en un saber
también práctico, no sólo empírico y razonado, subyugando la vida
terrenal para dotar a la humanidad de nuevos recursos y riquezas. Deseo
compartido por Mariano, que no dudó en alentar el poder del hombre sobre
la naturaleza. |
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Mariano de la Paz Graells
junto a su perro Curicus |
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PEDRUSCOS, PLANTAS Y ANIMALES |
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Nació Mariano Graells un 24 de enero de 1809 en la
riojana localidad de Tricio. Estudió medicina en Barcelona,
trasladándose a Madrid el año 1837 para poner orden en el Museo de
Ciencias Naturales. Instalado en la capital supo capear con tino los
sucesivos vaivenes políticos propios del siglo que le tocó vivir,
convirtiéndose en una figura indiscutible, y discutida, de la ciencia
española. Para nuestros intereses resulta oportuno comenzar repasando la
nota necrológica escrita por Graells recordando a su amigo el doctor
Marcelino Andrés y Bernat. Entre otras anécdotas, el relato recoge la
disputa mantenida sobre los beneficios que la entomología aportaba al
quehacer humano. La localidad de Caldas de Montbuy fue el escenario. La
fecha, el verano de 1827. Marcelino tuvo el atrevimiento de preguntar a
Mariano por su diario, y diríase infructuoso, pasatiempo de recoger
insectos. Abrumado por la respuesta, el médico sintió la vergüenza de su
ignorancia acerca del beneficio obtenido por el hombre de tan minúsculos
seres. Desconocimiento comprensible teniendo en cuenta que entonces,
principios del siglo XIX, apenas existían en España instituciones
dedicadas al estudio de la naturaleza. Conocimiento que cada cual
aprendía por su cuenta en los manuales y en el campo. La historia
natural era entonces una disciplina capitidisminuida, carente del
organigrama institucional necesario para vertebrar a cualquier comunidad
científica tanto en su faceta docente como investigadora. Ser
naturalista era nadar contracorriente; era un reto a construir en
primera persona, sobre la experiencia propia de leer libros y observar
piedras, plantas y animales sin finalidad aparente. La situación no
había mejorado cuando, interinamente, en 1837 Graells ocupa la cátedra
de zoología en el antiguo Gabinete de Historia Natural. El
establecimiento madrileño ilustraba el fracaso científico de la época.
Si el catedrático no mentía, el Museo estaba hecho unos zorros,
abandonado a su suerte, en total desorden, sin fondos y olvidado por el
gobierno. Sus riquezas permanecían huérfanas del talento humano:
amontonadas, mal clasificadas o pendientes del trámite, cuando no
perdidas por el descuido. Las adversas circunstancias chocaban
frontalmente con la seguridad, la protección y el orden disfrutados por
Graells en su precedente empleo como catedrático de zoología y
taxidermia de la barcelonesa Academia de Ciencias Naturales y Artes.
Organizar fue prioritario en su nueva etapa. Recuperado el orden, será
el momento de enseñar y propagar la historia natural en aras de
construir élites de estudio, de trasmitir a los jóvenes la pasión
por la naturaleza formando individuos que practiquen la disciplina en
todos los rincones de un país bendecido por un entorno natural único
pero olvidado por aquellos a quienes sustenta. Cuestión de
idiosincrasia. Este imaginario programa docente fue un hablar en voz
alta expresando buenos deseos y mejores intenciones hasta la reforma
educativa surgida del plan de estudios promulgado en 1845. La historia
natural se incorporaba a la universidad, creándose los institutos de
segunda enseñanza con la obligatoriedad de impartir la materia y
fomentar el coleccionismo naturalista. El compromiso ideológico de
Graells con las líneas directrices del proyecto resulta meridiano y, si
nos dejamos influir por su visión optimista de los hechos, deberíamos
convenir que se erigieron cátedras de historia natural en todas las
universidades, institutos y colegios; que el objetivo era formar
naturalistas preparadores para prestar servicio en los distintos
establecimientos; y que los profesores excursionarían recolectando
objetos para formar museos en cada localidad. Pedruscos, plantas y
animales, abarrotarían los anaqueles museísticos descubriendo las
riquezas naturales. La cartilla doctrinal del revolucionario programa
educativo también paso por las manos de Graells quién, instado por la
Dirección General de Instrucción Pública, redactó la Guía del
naturalista recolector. La guía era un compendio de consejos
prácticos destinados a desarrollar el coleccionismo entre los futuros
militantes de la secta natural, quienes debían aprender no sólo qué y
cómo recoger las muestras sino también que las excursiones permiten
enriquecer la ciencia con nuevos estudios y observaciones. Catalogar la
naturaleza no excluía pensar en ella, y ambas tareas colaboraban
necesariamente en la infinita labor de conocerla. La bonanza política no
duró lo suficiente, y quienes contribuyeron a tan útil obra
fueron relevados de sus puestos. La estructura docente se mantuvo pero
la guía quedó archivada, inútil, durante varios lustros, hasta 1869.
La frase <<Váyanse formando sucesivamente muchos
catálogos de los objetos que produce nuestro suelo, que de ellos
resultará el índice general de la historia natural española>> (Graells,
1846, p. vi), es un latiguillo ideológico que fustiga injustamente la
memoria de nuestro personaje aunque le pertenezca sin ambigüedades, pero
como prestigiosa pieza curricular. Conozcamos los motivos. En 1849
Graells integró el comité de naturalistas formado para describir la gea,
la flora y la fauna nacionales -Comisión del Mapa Geológico Español se
denominó posteriormente-, y desempeñando esta misión plasmó
singularmente la labor de recoger materiales que contribuyesen al
conocimiento de la fauna española. Cabe suponer que este conocer fuese
una de sus mayores aspiraciones. Buen ejemplo de dicho quehacer es su
obra Fauna mastodológica ibérica; un tratado sobre mamíferos
peninsulares que hubiera sido de mayor utilidad de haberse publicado
cuando se redactó, pero el manuscrito fue relegado al olvido, casi
cuatro décadas, hasta que la benefactora Real Academia de Ciencias
Exactas, Físicas y Naturales tomó partido editándolo el año 1897. Tarde
e indiferente vio cumplidos los deseos del implacable recolector que
fue: inventariar un mundo desconocido. De los tantos trofeos obtenidos
en tan sui géneris safari nacional el más popular es la mariposa
Graellsia isabelae. Especie desconocido hasta entonces. El
lepidóptero se convirtió en objeto de deseo cuando el naturalista Juan
Mieg comunicó el avistamiento en los alrededores de Madrid de un
ejemplar, supuestamente, perteneciente a la especie americana
Saturnia luna. La historia la cuenta Graells en los anales de la
francesa Société entomologique. Once años duró su peregrinar por
los agrestes parajes de la sierra de Guadarrama buscando la Saturnia
americana. La naturaleza ocultó celosamente el secreto hasta la
primavera de 1849, cuando pudo capturar un ejemplar ignoto diferente de
la Saturnia luna imaginada por Mieg. La historia cuenta que
paseaba con su perro Curicus por los alrededores del pueblo de
Peguerinos cuando de improviso el can se paró en seco señalando un
extraño ser volador. Era una mariposa admirable por su belleza. La
bautizó Saturnia isabelae, en homenaje a la reina Isabel II. Como
era de esperar, el cuento de la mariposa terminó felizmente. Ni
corta ni perezosa, la soberana testimonió sus simpatías haciéndose
engarzar un ejemplar a modo de gargantilla. Así, el hermoso lepidóptero
paseo por palacio embelleciendo a su graciosa majestad. Utilidad
poética. |
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Graellsia isabelae |
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DOMESTICAR LA VIDA |
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<<¿Qué provecho, qué bienes sacaría la sociedad de
nuestros estudios si estos se limitaran a satisfacer la curiosidad del
sabio>>?, preguntaba públicamente Graells en la madrileña Academia de
Ciencias justificando la obligada orientación práctica de la
ciencia en beneficio de la vida humana. Diríase que sobre el
conocimiento básico, los principios que mueven el mundo, echa raíces el
progreso social fundamentado en un hedonista modelo científico capaz de
aumentar los goces de la vida satisfaciendo las demandas
del hombre. Para los zoólogos la cuestión se resuelve en términos de
amansar, domesticar y aclimatar animales salvajes moradores de
lugares remotos. Doblegar la indómita
naturaleza es el lema. La parisina Sociedad zoológica de
aclimatación el buque escuela y el naturalista francés Isidore
Saint-Hilaire el líder incondicional. Al sui géneris entender de Graells
dicha sociedad constituía una asamblea de hombres buenos, sin fronteras
sociales, políticas, geográficas ni religiosas, empecinados en
aprovecharse de la naturaleza con el filantrópico deseo de asegurar la
subsistencia de la humanidad y socorrer sus necesidades. Para alcanzar
tal fin estos desinteresados individuos laboraban urbi et orbi
connaturalizando especies e intercambiando logros buscando el bien de
sus semejantes. El espacio elegido donde concretar este
bienaventurado proyecto serían los zoológicos y jardines botánicos del
mundo entero, convertidos en parques de aclimatación para adecuarlos al
signo de los tiempos y avanzar en la gloriosa tarea de manejar a
voluntad el orden natural colocando las ciencias naturales al nivel
de las más útiles para el hombre.
La crisis política que aquejó a España durante los años
50 retrasó la actividad de Graells como delegado de la Société
zoologique d’acclimatation. Fue en 1857 cuando el gobierno atendió
su indicaciones sobre la conveniencia de instalar un zoológico en el
Real Jardín Botánico de Madrid e iniciar un novedoso programa de
aclimatación, como ocurría en otras partes de Europa. Así, el otrora
refinado recinto botánico, a cuyo ingreso se hacía observar estricta
etiqueta, las señoras aliviadas de mantilla y los caballeros de capa,
amen de prohibirse la entrada a la chiquillería, gente de mal vestir y
perros, se pobló de extravagantes y malolientes animales. Los reyes se
mostraron solícitos con el establecimiento, la prensa noticiaba sus
actividades y el público visitaba el establecimiento atraído por los
nuevos inquilinos. Procedentes de América llegaron guanacos, maras,
coipús, chinchillas, berniclas, y el venerado cisne de cuello negro. El
negocio hubo de ampliarse y los terrenos de la Casa de Campo acogieron
las instalaciones de un segundo parque donde pululaban a sus anchas los
patos, gansos, cisnes, pelícanos, gaviotas, flamencos, faisanes,
perdices, pavos, avestruces, y dromedarios. La fiebre aclimatadora se
expandió por la sociedad madrileña. Hasta los pajareros ampliaron el
negocio. El cantarín canario competía ahora con aves exóticas a la hora
de hacer arrumacos al cliente. Los indicios eran inequívocos, la
historia natural dejaba de ser un entretenimiento de curiosos mostrando
su cara oculta de progreso y bienestar. El proyecto tuvo su oportuno
reglamento, elaborado ex profeso por Graells para diseminar la
aclimatación por toda España. El futuro sería expansivo creándose una
red de sucursales territoriales tuteladas desde el jardín zoológico,
convertido en epicentro del programa zootécnico. Un organigrama
geográfico plural que permitiría ampliar el abanico de actuaciones y
potenciar los ensayos al amparo de la iniciativa privada, con particular
interés por la introducción de especies cinegéticas y piscícolas. Todo
fue inútil, el reglamento, que en enero de 1865 estaba redactado pero no
impreso, no sería necesario. Los cambios políticos dieron al traste con
la aventura científica.
El testimonio del díscolo botánico Miguel Colmeiro,
regidor del Real Jardín, contradice la idílica visión del maestro. A su
entender, el honor botánico fue mancillado por estos invasores de dos y
cuatro patas que arruinaban el vergel desnaturalizándolo. Los animales
usurpaban agua y espacio, se comían las plantas, infestaban la
atmósfera del recinto con su porquería y sustraían recursos humanos y
pecuniarios descuidándose lo principal: las plantas, favoreciéndose lo
advenedizo: los bichos. Connaturalizar animales estaba fuera de lugar en
el santuario verde. Cualquier otro lugar serviría, la escuela de
agricultura por ejemplo. ¡Que daño produce la ignorancia!, imaginamos
pensando a don Miguel cuando el año 1869 pudo desbaratar el tinglado.
Por su gusto no hubiera durado tanto si el comisario responsable del
tema hubiese compartido su opinión. Cedidos a la municipalidad, la
troupe terminó emplazado en zoo aledaño del parque del Buen Retiro;
convertido en casa de fieras para solaz entretenimiento de niños y
acompañantes felices de ver saltar las monas, ironizaba Graells.
Pero el desaguisado había comenzado antes, cuando el otoño del 68 la
hueste revolucionaria antimonárquica, alzamiento conocido como La
gloriosa, alcanzó la sede de la Casa de Campo. No dejaron títere con
cabeza. Los pocos supervivientes dieron igualmente con sus huesos en el
Retiro. Aquí reunida, la tropa zoológica servirá a la ciencia al menos
póstumamente, cuando sus cadáveres lleguen a las hábiles manos de los
profesores del Museo. Anatómica utilidad post mórtem.
La piscicultura fue otro de los charcos científicos
chapoteados por Graells en su afán de calibrar los recursos naturales
ofertados por el mundo animal. Gracias al apoyo regio las dependencias
acuáticas del Real Sitio de San Ildefonso devinieron piscifactorías.
Serían el escaparate nacional para quienes deseasen aprender y fomentar
una lucrativa industria piscícola. Finalizaba 1867 cuando todo comenzó.
Al año siguiente, millares de especimenes crecían en los lagos del
recinto y repoblaban las empobrecidas aguas de los arroyos cercanos.
Principio y final de un proyecto que la vandálica devastación de
La gloriosa tampoco respeto, y cuya primera piedra fue la
publicación de un Manual de piscicultura escrito por Graells para
popularizar la aplicación de tan útil materia zoológica. El texto es un
volumen compilatorio de saberes, propios y ajenos, analizados
comparativamente. La Biblia en verso sobre <<el arte de hacer
producir a las aguas como la agricultura a las tierras>> (Graells, 1867,
p. 119). En él la ciencia aplicada transforma el medio acuático en un
espacio fértil regulado por el hombre. La pesca ampliaba su horizonte
posibilista dejando de ser el tradicional arte de destruir sin
producir derivado de la mera captura de ejemplares. Creada en 1865,
la Comisión Permanente de Pesca será el referente institucional donde
Graells, era vocal científico, actuó con el firme propósito de
desarrollar la cría y propagación de los productos marinos. La
encomienda de la Comisión le llevó a inspeccionar las piscifactorías del
litoral francés alcanzando también los establecimientos suizos. En
precisas y razonadas memorias se recogen los adelantos teóricos y
prácticos de un ramo que en el extranjero estaba en ebullición. Si la
acuicultura española no obtuvo mejores resultados no fue por su culpa. A
instancias de los comisionados, esta mar domesticada tuvo
un espacio expositivo nominado Museo de la Pesca. Situado en el Museo
Naval, fue ideado como escenario para la industria marítima. Entre
redes, cebos, aparejos, conservas, y toda la gama pesquera, la historia
natural mostrará una faz radicalmente pragmática. Lo explica Graells, y
sabemos que nunca se pretendió formar otro gabinete naturalístico. La
muestra representaría un abanico zoobotánico dirigido a fomentar
el conocimiento de los organismos marinos beneficiosos y nocivos para el
hombre. Coleccionismo útil. |
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PENSAR LA NATURALEZA |
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En su libro Sobre la interpretación de la naturaleza
el filósofo Diderot explica la necesaria convergencia entre teoría y
práctica, argumenta la imprescindible complicidad de observar con pensar
para desenredar la maraña de fenómenos naturales. A pesar de su mala
prensa como genuino recolector, Graells también sintió esta tentación
unitaria, la practicó y la enseñó. Su Guía del naturalista recolector
lo demuestra. Buscar objetos no era recompensa suficiente, y tras la
recolección es en el gabinete donde cristaliza la verdad coordinando
y meditando las ideas y las cosas adquiridas durante el viaje. Más
tarde, la hipótesis resultante se comprueba experimentalmente. Modelo
científico aprendido ya en su juventud a expensas de su maestro Antonio
Martí. En el siglo XIX pensar la naturaleza conlleva reflexionar sobre
la idea de evolución, tarea que Graells no rehusó. Lo hizo a su modo,
desenterrando fósiles y teorizando sobre el significado de estas
pretéritas formas temporalmente desubicadas. En su mente, el
acontecimiento evolutivo, definido como un proceso de extinción, cambio
morfológico y relación genética de los individuos, fue una posibilidad
cuestionada y aceptada sucesivamente bajo supervisión científica. El año
1850 se descubrían en el cerro contiguo a la madrileña ermita de San
Isidro los restos óseos de un gigantesco mamífero. 10 días tardó en
exhumar el cadáver ayudado por su cohorte estudiantil. Los resultados
fueron incontestables: el elefante pertenecía a una especie
desconocida, un habitante de otra época paleontológica, infiriéndose de
la presencia de estos herbívoros la coetánea existencia de unas
condiciones del terreno muy diferentes al suelo actual, <<hoy seco y
árido, entonces húmedo e inundado; ahora cubierto por una vegetación
miserable, raquítica y enjuta, y en aquellos días alfombrado por otra
abundantísima, jugosa y probablemente gigantesca>> (Graells, 1850, pp.
572-5). En aquel entonces, la ribera del Manzanares había incubado una
población animal y vegetal distinta, y dictaminar su desaparición en
tiempos remotos era un paso obligado y necesario para adentrarse por los
vericuetos del evolucionismo biológico. Luego vendrán preguntas más
exigentes: ¿cuál fue la causa de su desaparición?, ¿qué relación
mantienen con la flora y la fauna vigentes? En primera instancia, la
evolución no fue la idea elegida por Graells para explicar tan
extravagantes e inauditas desapariciones sino el fijismo paleontológico
descrito por el anatomista francés Georges Cuvier en un libro de
manifiesta repercusión internacional: Investigaciones sobre los
huesos fósiles de los cuadrúpedos. La extinción orgánica era un
fenómeno biológico causado por reiteradas catástrofes medioambientales,
inundaciones, cuya consecuencia eran cambios orográficos y la
eliminación de los seres inadaptados, prorrumpiendo los supervivientes a
expandirse y colonizar las zonas desabitadas al retornar las condiciones
ambientales propicias.
Graells compartió esta visión geográfica, defendió la
continuidad de las formas contemporáneas como los supervivientes del
último diluvio, destinados por Dios a repoblar la tierra sin
necesidad de que aparezcan nuevos tipos remplazando las especies
perdidas. La vida era mutable por modificaciones derivadas del clima, la
nutrición y la hibridación, variaciones, en cualquier caso, incapaces de
consolidarse individualmente ni, consecuentemente, de desencadenar la
aparición de otras especies. Renacer a partir de las cenizas de nuestros
antepasados era una hipótesis admisible sólo en el idealizado pensar del
filósofo; ¿Jean Baptiste Lamarck, tal vez? Conviene recordar que estamos
en 1850, los albores del darwinismo, y el principio transformista
interacciona aún débilmente con una naturaleza cercana para cuya
comprensión no se precisa. Es sólo, y lo será por décadas, la ilusión
extrema de desempolvar un misterioso pasado, temporal y científicamente
distante.
Los hechos <<apoyan grandemente las doctrinas de Lamarck
y las de Darwin>>, escribía Graells en la década de los setenta
suscribiendo incondicionalmente las tesis de estas lumbreras de la
ciencia (Graells, 1877, p. 38). ¿Esporádico cambio de
opinión? No, la consecuencia de un giro ideológico de 180º consistente
en leer el libro de la naturaleza de lo simple a lo complejo integrando
sucesivamente los fenómenos en sus distintos niveles de complicación,
desde el átomo hasta los organismos superiores. Con este enfoque la
evolución es un fenómeno lógico, cierto y necesario. Ya no hay dudas
sobre la diversificación de la célula primitiva hacia las múltiples
formas que poblaron y pueblan la tierra; ni las habrá sobre la capacidad
de la vida para orientar los organismos en la dirección correcta del
medio; ni tampoco que la evolución es un cuento común visualizado
durante la embriogenia, como explicaba Ernst Haeckel. Graells no lo
sabe, ni lo sabrá, pero su coetáneo alemán, al compararlas, trucó las
imágenes embrionarias del pez, la salamandra, la tortuga, el pollo, el
cerdo, la vaca, el conejo y el hombre, haciéndolas verosímiles con su
versión darwinista del desarrollo embrionario. Pero a esta altura del
partido poco importa invocar en vano el nombre de Darwin, discernir si
tiene o no razón, lo trascendente, como reflexiona Graells, es definir
la vida como un fenómeno biológico continuo basado en la herencia de
caracteres y la capacidad de los organismos para adaptarse al
medioambiente desarrollando modificaciones útiles en el
combate por la existencia. Ahora, adaptación y herencia se dan la
mano construyendo una naturaleza cambiante de generación en generación
por los siglos de los siglos. Porque la evolución es útil para
sobrevivir.
Aún se dedicaba a la enseñanza cuando el 14 de febrero
de 1898, cumplidos los 89, fallecía Mariano Graells en su domicilio
madrileño de la calle de la Bola. Entre sus pertenencias se hallaba una
espléndida biblioteca próxima a 7000 títulos, relativos a los diversos
ramos de la historia natural. La ocasión la pintan calva y hubiera hecho
bien el gobierno de turno en adquirirla enriqueciendo el patrimonio
universitario con un colección de libros única. Sin embargo, la ocasión
fue aprovechada por un tal Felix Dames, librero establecido en Berlín,
quien vendió los ejemplares por toda Europa. Tampoco los católicos
salieron mal parados del luctuoso trance. La esquela impresa en el
Heraldo de Madrid anunciaba que el Cardenal de Santiago, el Nuncio de su
Santidad, y algunos prelados más, concedían 100 y 40 días de indulgencia
por las misas, comuniones y rosarios, aplicados al alma del difunto.
Nunca el cielo estuvo tan cerca. Ocurrencias al margen, el retrato
literario del personaje le pertenece al padre Agustín Jesús Barreiro en
su historia del Museo de Ciencias Naturales. La frase es eficaz, concisa
y lapidaria: <<Fue D. Mariano de la Paz Graells naturalista por vocación
y por instinto, y su obra quedará siempre como testimonio irrecusable de
una vida consagrada por completo a la investigación y a la enseñanza de
la Historia Natural>> (Barreiro, 1992, p. 330). Un epitafio útil. |
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BIBLIOGRAFÍA |
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Anuario de la Comisión
Permanente de Pesca,
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establecimientos piscícolas, ostrícolas, de crustáceos y mejillones de
la bahía de Arcachon, ensenada de L’Aiguillon, isla de Ré, laboratorio
de Concarneau, bahía de Forest, y pesca y especulación sardinera en la
misma localidad, piscicultura de agua dulce en Huningue y Suiza, y de
agua salobre y salada en el litoral Mediterráneo francés, Madrid,
Estrada, Díaz y López.
Graells, M. (1870), Exploración científica de las costas del
departamento marítimo del Ferrol, Madrid, Fortanet.
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Madrid, Vda. e hijo de E. Aguado.
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la Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales de Madrid,
Madrid, Aguado.
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Andrés Galera (Espanha)
Doctor en ciencias
biológicas por la Universidad Complutense de Madrdi, investigador
científico del CSIC y profesor honorario de la Universidad Autónoma
de Madrid. Ha sido responsable del
departamento de
Historia de la Ciencia (CSIC) en el periodo 2002-2006. Miembro
fundacional del Grupo de Estudios Americanos (GEA). Su trabajo de
investigación se desarrollado en dos áreas temáticas: las expediciones
científicas en el siglo XVIII, y teoría del pensamiento
evolucionista. Entre sus publicaciones se cuentan los
siguientes trabajos:
Evolución y cultura. Darwinismo en Europa e Iberoamérica,
Madrid, Doce Calles, 2002 (en
col. con M.A. Puig-Samper y R. Ruiz); Ciencia a la sombra del
Vesubio. Ensayo sobre el conocimiento de la naturaleza, Madrid,
CSIC, 2003;
<<El concepto biológico de naturaleza un instrumento cognitivo>>,
Éndoxas, UNED, nº 19, 2005, pp. 359-371;
<<La alquimia de la vida. Etienne Geoffroy Saint-Hilaire y el
evolucionismo experimental>>, en E. Guedes (ed.),
Numeros e outras coisas da vida, Lisboa, Apenas livros, 2006;
<<Naturaleza
mítica, jardín utópico>>,
en
E.Guedes (ed.),
Jardins no corpo, Lisboa, Apenas livros, 2006;
<<El
significado religioso de la teoría de la evolución>>,
en
Macario Polo (coord.), Religión y ciencia, Cuenca,
Universidad Castilla La Mancha, 2007;
<<Jardins com plantas>>
en J. E. Franco; A. C. da Costa Gomez (coord.), Jardins do
mundo. Discursos e prácticas,
Portugal, Gradiva, 2008. <<Lamarck
y la conservación adaptativa de la vida>>, Asclepio, vol. LII,
nº 2, 2009; <<La omnipresente selección natural>>, Endoxa,vol.
24, 2009;
<<La darwiniana especie Homo sapiens>>
Antropologia portuguesa,
2010.
Centro de Ciencias Humanas y Sociales, CSIC.
andres.galera@cchs.csic.es |
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© Maria Estela Guedes
estela@triplov.com
PORTUGAL |
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