La mujer porta
cofia, grandes aros, fantásticas pestañas y camisón transparente,
acampanadísimo. Ciento treinta metros de largo; y con muchas y pequeñas
pesas en el ruedo. No usa ropa interior. Muslos. Globos pesados. En una
cama allá a lo alto, a lo muy alto, sublime. A la cama (tobogán)
se sube o se baja (o se bajaría) por una escalerilla. Cubierta por una
sábana, la mujer resopla, emite chasquidos.
—¡Si no quiero a
todas las personas!... Y ya sé que no soy una princesa. Pero quiero
vivir. Vivir... esta vida. —Llama:— Claudio... —Se destapa la cara. Como
si lo tuviera a su lado:— Claudio. ¿Pensás en mí?... Claudio.
El enanito, con
disimulo, mira hacia las gradas. El público mastica pochoclo. Un león
ruge, lejos. Ella sigue:
—Una foto mía no la
tiene que tener un... Un navegante, sí. Un diplomático, sí. Alguien que
me merezca. Me da una cosa cuando fantaseo... Me suaviza toda. Tu amor
me vivifica. ¿Soy como de terciopelo? Como que me astillaría por un
parpadeo descontrolado.
El enanito
carraspea. El público traga pochoclo. La mujer:
—¿En qué estás
pensando, malo? Malo-malo. Sergio Sebastián. Eso sí. Es justo lo que me
pedís. A mis pies y con cara de que me comprendés. ¡Ay, cómo me
estimula saber que estás en alguna parte! Podés, entre los dedos podés
besarme. ¡Ay, cosquillas! —Saca un brazo—. Vos no sos Alejandro, Arturo.
Sos azafrán, un soldado templado, un soñador. Me voy a bajar de acá y
vas a ver. Sí, sí, corré. No vale que me llamés a los gritos. No soy una
mujer para gritar. ¡Y además no quiero a todas las personas!... Soy para
apreciar. Una joya de mucho valor. Aunque esté decaída, desmemoriada.
—Intempestivamente, como si alguien la tocara:— ¡Roberto!... —Saca el
otro brazo—. A ver... —Hunde la cara en la almohada—. ¡Toda mi vida!
¡Toda mi vida, Roberto, si te sirve! Oigo palabras y como un aliento.
Olas que vienen y ¿¡qué hago con la espuma!?, decíme. —Se recompone.
Queda destapada hasta la cintura—. Un poco de recato es necesario. Y
perfumes. Fragancias del Oriente Medio. O bien, del Trópico de Aries.
Una tiene su lugar en la historia. En la historia trasquilada. Su
lugarcito. En la historia trasquilimocha. Su propio lugar.
El hombre, absorto,
en éxtasis. El enanito se adormila. Los acomodadores tantean sus
bolsillos. La mujer:
—Como un clavo en
la pared. Como un pez en el agua. Como un geranio en el florero. Como
una pluma en el capuchón...
Al público le causa
gracia.
—Como un murciélago
en el aire. Como una bala en el tambor. Como un olor en la pituitaria...
—También a ella le causa gracia lo que dice—. ¡Como un antropófago en la
olla! ¡Como un hombre en el anzuelo! ¡¡Como un plato con mierda en el
ojo de una aguja!! —Se destapa más. Se recompone—. ¡Aaaaaahhhhhhh!...
El público ríe. Los
acomodadores se van. El enanito se desmorona. El hombre arrastra la mesa
en dirección a la mujer. Serenata:
—Yo te
quiero explicar
que soy
tu zona más querida:
el área
de la mansedumbre,
el
eslabón perdido,
el
tornillo que cayó
del avión
de tu inconstancia;
ámame
como a los repollos,
escuálida
mujer frontal,
yo puedo,
yo puedo, yo puedo,
yo solo
no puedo tanto,
¡yo puedo
más con vos!...
La mujer saca una
pierna de abajo de la sábana.
—¿Es verdad? ¿Es
verdad, Gerardo? ¿Qué late? ¿Qué late acá?... ¿Es cierto, Ignacio?
¿Cierto-cierto? ¿Así?... No es fácil aceptarme. ¡No es nada fácil para
mí! Quiero abandonarme. Torcerme los tobillos... Suavizarme. ¿Quién no
lo querría?...
—¡Yoooooo lo
querrííííaa!... —dice el hombre. Y para sí:— Espero todo todavía...
El público, serio.
Nadie come. Otra vez el rugir del león.
—¿Es verdad, opaco?
—dice la mujer—. ¿Me clavarías un puñal amoroso?... ¿Me eyacularías la
luna?... ¿Me serías completamente pernicioso? ¿En qué parte tuya...
podría verme reflejada?...
El hombre asoma
medio cuerpo de entre las patas de la mesa.
—¡Soy oído por
fin!... ¡Soy oído por alguien más que yo! Mi casa es clásica y es leve.
¿Debo habitar yo?... —Advierte dónde ha quedado la mesa. La desliza
hasta volver a cubrirlo—. Recién creía que sí...
La mujer saca la
otra pierna de debajo de la sábana. Se arregla el camisón.
—Oscar-Eugenio-Miguel-Matías-David-opaco-opaco.
El hombre llega con
su mesa al pie de la escalerilla.
—No, no, no. Sí. Yo
sí. No, no. Ay, sí, sí, sí.
La mujer se
incorpora.
—Yo puedo —dice el
hombre.
—Sí —dice la mujer.
—Yo existo —dice el
hombre.
La mujer toma el
ruedo del camisón. Arroja pesas y camisón.
—Sí —dice.
—Yo existo, carajo
—dice el hombre.
La mujer cubre con
su camisón al hombre y su mesa. Una carpa.
—Sí —dice.
Se apagan las
luces. El público llora, grita, patalea. Las lágrimas derramándose por
las gradas son despejadas con rotundos secadores por personal de
boletería. El público lanza sus sombreros a la pista. Se encienden las
luces y el hombre y la mujer no agradecen las efusiones.
El enanito, ya
lo dijimos, sinceramente, duerme. |