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REVISTA TRIPLOV
de Artes, Religiões e Ciências
Nova Série | 2011 | Número 17
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Hay viajes obligados y dolorosos,
escribe John Milton en El paraíso perdido (Paradise Lost):
exilio, destierro. Ambas travesías conducen a la pérdida de la indolente
felicidad propia del Edén individual. Situación extrema extensiva a los
seres que el hombre maneja. Objetos cautivos de esa irracional
racionalidad proclive a someter al prójimo como fuere sea animal,
vegetal o mineral. Como anillo al dedo viene al caso los dos cuadrúpedos
protagonistas de este cuento, historia, relato, ensayo, que enjuiciamos.
El primer personaje es un rinoceronte nombrado Ganda, transportado por
los portugueses desde la India hasta la lisboeta desembocadura del
Tejo el año 1515. Ganda es uno de esos seres que la poética
naturaleza de Francis Ponge (Le parti pris des choses), aúna como
animales capaces de agitar su cuerpo para desplazarse a su manera por
el mundo, en libertad. Por eso viajó atado, encadenado, enjaulado,
nadie le pidió opinión, le secuestraron. Su viaje fue espacial, a otro
territorio. Cambió de hábitat, de domicilio. Aprendió a tener dueño, a
que le dieran de comer. |
EDITOR |
TRIPLOV |
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ISSN 2182-147X |
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Dir. Maria Estela Guedes |
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Contacto:
revista@triplov.com |
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ANDRÉS GALERA
Cuadrúpedos
inefables
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A propósito del
libro de Juan Pimentel, El rinoceronte y el megaterio. Un ensayo
de morfología histórica, Madrid, Abada, 2010, 317 pp. |
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Con
el segundo protagonista sobran las palabras. Es un puñado de huesos, un
esqueleto carente de parecer y sustancia más allá de los hechos
sonsacados por la perspicacia humana. Fue exhumado el año 1788 al otro
lado del Atlántico, en las inmediaciones de río Luján, al norte de la
actual provincia bonaerense. Más tarde, convenientemente empaquetado,
viajó a España para su estudio y custodia en el madrileño Gabinete de
Historia Natural. El suyo es un viaje en el tiempo, la resurrección de
un muerto. Los restos pertenecen a una bestia enorme, un gigantesco
habitante de una época antigua cuando el hombre no paseaba por la
Tierra. Es real pero no tiene nombre y lo innombrable no se puede
conocer, comprender, explicar, compartir, porque no existe para la
colectividad que da sentido a estas funciones. Todo cambia al bautizarlo
como megaterio pues nombrando las cosas, como enseña Emilio Lledó,
aprendemos a mirarlas <<a contemplar lo real, para tocarlo, para usarlo
si es preciso, pero sobre todo para entenderlo>> (Elogio de la
infelicidad). Hubiésemos valorado positivamente que planteamientos
similares circulasen por el libro leído pero no sucede. Simplemente se
eligió otra manera de abordar el tema. Fórmula desacertada a nuestro
entender, por superficial y retórica.
Entre las manos tuvimos un volumen espacioso,
trescientas y pico páginas se contemplan, ¿demasiadas?, compuesto e
ilustrado con mimo. Una edición cuidada vamos (un tiquismiquis señalaría
como carencia la ausencia de índices más allá del general, pero ni lo
somos ni hace falta recordarlo). El planteamiento editorial es un activo
de la obra; la temática es otro cantar. Ya conocimos a las estrellas
protagonistas de este ensayo de morfología histórica, mejor
literaria por el tratamiento formal. Está Ganda, inmortalizado por
Durero (quién puede olvidar la fantástica imagen del unicornio
acorazado, de músculo prieto y tobillos perfilados cual adonis
cuadrúpedo, trazada por el artista que la genialidad escultórica de
Salvador Dalí calcó modelado como rinoceronte con puntillas
rescatando el lado femenino de la fiera). Luego se materializa el
megaterio idealizado por el naturalista francés Georges Cuvier, apodado
el mago del osario en justo premio a su habilidad para recomponer
osamentas de todo tipo. Ambos seres se reparten el pastel informativo en
dos capítulos conexos: El paquidermo armado y Un extraño
cadáver. Títulos de novela negra con similar función narrativa:
desentrañar el significado del objeto-sujeto interactuando con sucesivas
variantes temáticas más o menos relacionadas y ninguna novedosa. El
resultado es una síntesis menor construida, diríase, a modo de
titulares. De Ganda conoceremos su viaje iniciático. Sabremos de su
aplaudida y amañada victoria en Terreiro do Paço frente a su
eterno enemigo el elefante, un ejemplar también propiedad del rey
portugués Manuel I. Comprenderemos su angustiosa muerte en aguas del
Mediterráneo ahogado al naufragar el barco que lo trasportaba hasta
Italia para postrarse ante su nuevo amo, el papa León X. Disparates de
hombres. Al hilo de venturas y desventuras, aparecen los unicornios,
dragones, elefantes, jirafas, seres inefables que asombraron a los
europeos según los hechos vertidos por Estrabón, Plinio, Damião de Góis,
Marco Polo; mínimos ejemplos de un largo y culto etcétera. La
escenografía de Ganda, confeccionada con elementos conocidos, alguna
dispersión y buena pluma, culmina, y debe ser así, con el grabado de
Durero, un guerrero de otro mundo dotado de una gran nariz que nos
indica, según leemos en el libro segundo de la Fisiognomía
redactada en 1586 por Giovan Battista Della Porta, que es un ser de
carácter astuto, ágil y vivaz. Lo escribimos nosotros por la ausencia
del sabio napolitano en el elenco de maestros. No es una reclamación,
sólo una vía expositiva. No pueden estar todos. Bastantes voces hay en
un capítulo doliente de erudición, acaso pedante, porque los excesos se
pagan.
El megaterio tiene vida propia aunque esté en los
huesos. Lo montaron de mala manera en el Gabinete madrileño. Cortar y
pegar. El disecador, Juan Bautista Bru, hizo lo que pudo. El joven
Cuvier lo estudió, comprendió su anatomía, lo integró en la naturaleza
pasada, y lo nominó haciéndole visible al mundo. Incluso el presidente
estadounidense Thomas Jefferson se interesó por el caso. De esta
historia se ocuparon José Mª López Piñero y Thomas Glick hace más de una
década escribiendo El megaterio de Bru y el presidente Jefferson,
libro que se rememora en la presente lectura. Pero los milenarios huesos
fósiles tienen valor añadido, significan algo más que un ser y un
existir, forman parte de la revolución biológica llamada evolución desde
la centuria de 1800. Una buena escusa para incursionar temerariamente en
la historia paleontológica. Imprudencia cometida a dos niveles. Uno
metodológico, enfocando erróneamente el asunto por atribuir al megaterio
un protagonismo que no tiene, siendo un componente más no la historia
misma de la paleontología. El otro es cognitivo. La materia se conoce a
la ligera, por cuyo motivo se incurre en errores conceptuales y se
repiten esquemas trillados. Por ejemplo, la importancia paleontológica
de Robert Hooke no fueron las magníficas imágenes que visualizo sino la
dimensión temporal que dio al registro fósil cronometrando la
naturaleza: el tiempo geológico del individuo y de la especie. Suceso
pasado aquí de puntillas. Alrededor del anatomista Cuvier circula el
reiterado y equívoco cliché catastrofista-creacionista ignorante del
modelo migratorio propuesto en el Discours préliminaire del año
1812, compaginando extinción y unidad genésica de las especies (véase
A. Galera <<Huesos
fósiles>>, en Veintisiete libros y un prólogo abierto para una nueva
biología, 2007). A Nicolás Steno se le sitúa en la prehistoria de
la geología (p. 210) olvidando su relevante papel en el nacimiento
de la disciplina (G. Gohau, Les sciences della terre aux XVII et
XVIII siècles, 1990). Afirmar que en sentido evolutivo <<entre
Buffon y Lamarck hay un salto muy grande>> (p. 236), es faltar a la
verdad. Entre ambos naturalistas hay diferencias pero existe una
inequívoca continuidad ideológica hacia la idea de evolución desconocer
el estado de la cuestión (A. Galera, <<Lamarck y la conservación
adaptativa de la vida>>, Asclepio, 1, 2009). Y escribir (p.285)
que los restos del iguanodon fueron hallados por Mary Anning, mujer de
Gideon Mantell, equivale a no haber consultado ni la Wikipedia. Errar es
humano. Mary Anning no desenterró el iguanodon (sí el ictiosauro, el
plesiosauro, y el primer ejemplar de pterodáctilo recuperado en
Inglaterra) ni estuvo casada con Mantell, cuya esposa fue Mary Ann
Wooddhouse. Confusión subsanable, por ejemplo, leyendo el libro de
Deborah Cadbury, Los cazadores de dinosaurios. Divulgación con
categoría. Hubiera sido apropiado repasar un clásico: Paléontologie
et évolution en France de 1800 a 1860, escrito por Goulven Laurent,
sin desmerecer a Martin Rudwick y su Bursting the limits of time,
usado aquí como panacea.
Resumiendo, sometido a nuestra entendimiento tuvimos un
libro de temporada, dulce al tacto, frágil en los conceptos y de
agradable lectura. Y escribir bien es importante pero insuficiente
porque la literatura no hace ciencia aunque se trate de un tema
histórico. |
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Andrés Galera (Espanha)
Doctor en ciencias
biológicas por la Universidad Complutense de Madrdi, investigador
científico del CSIC y profesor honorario de la Universidad Autónoma
de Madrid. Ha sido responsable del
departamento de
Historia de la Ciencia (CSIC) en el periodo 2002-2006. Miembro
fundacional del Grupo de Estudios Americanos (GEA). Su trabajo de
investigación se desarrollado en dos áreas temáticas: las expediciones
científicas en el siglo XVIII, y teoría del pensamiento
evolucionista. Entre sus publicaciones se cuentan los
siguientes trabajos:
Evolución y cultura. Darwinismo en Europa e Iberoamérica,
Madrid, Doce Calles, 2002 (en
col. con M.A. Puig-Samper y R. Ruiz); Ciencia a la sombra del
Vesubio. Ensayo sobre el conocimiento de la naturaleza, Madrid,
CSIC, 2003;
<<El concepto biológico de naturaleza un instrumento cognitivo>>,
Éndoxas, UNED, nº 19, 2005, pp. 359-371;
<<La alquimia de la vida. Etienne Geoffroy Saint-Hilaire y el
evolucionismo experimental>>, en E. Guedes (ed.),
Numeros e outras coisas da vida, Lisboa, Apenas livros, 2006;
<<Naturaleza
mítica, jardín utópico>>,
en
E.Guedes (ed.),
Jardins no corpo, Lisboa, Apenas livros, 2006;
<<El
significado religioso de la teoría de la evolución>>,
en
Macario Polo (coord.), Religión y ciencia, Cuenca,
Universidad Castilla La Mancha, 2007;
<<Jardins com plantas>>
en J. E. Franco; A. C. da Costa Gomez (coord.), Jardins do
mundo. Discursos e prácticas,
Portugal, Gradiva, 2008. <<Lamarck
y la conservación adaptativa de la vida>>, Asclepio, vol. LII,
nº 2, 2009; <<La omnipresente selección natural>>, Endoxa,vol.
24, 2009;
<<La darwiniana especie Homo sapiens>>
Antropologia portuguesa,
2010.
Centro de Ciencias Humanas y Sociales, CSIC.
andres.galera@cchs.csic.es |
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