| 
      
        |  |  | 
 |  
        | REVISTA TRIPLOVde Artes, Religiões e Ciências
Nova Série | 2011 | Número 14
 |  
        |  |     
		RESUMEN: 
		En este artículo se estudia el 
		ideario evolucionista lamarckiano desarrollando cuatro elementos 
		analíticos. Primero, la elaboración de un arquetipo evolutivo 
		fundacional. Segundo, la interpretación de la naturaleza como un sistema 
		material donde el cambio orgánico da sentido a un proceso continuo 
		dirigido a la conservación de la vida. Tercero, la definición de un 
		principio genealógico sobre el origen de las especies que identifica el 
		método natural. Cuarto, la reformulación del concepto de especie 
		utilizando los argumentos de relatividad temporal e inestabilidad 
		individual.  
		ABSTRACT: This 
		paper studies the Lamarck’s evolutionist thought developing four 
		analysis lines. First, the lamarckian construction of a founding 
		evolutionary archetype. Second, the interpretation of nature as a 
		material system where the organic change represents a constant process 
		for adaptative conservation of life. Third, give explanation of the 
		origin of species and the natural method as a genealogical process. 
		Quarter, the redefinition of species concept employed the arguments of 
		temporary relativity and individual instability.  |  
        | EDITOR | 
		TRIPLOV |  |  
        | ISSN 2182-147X |  |  
        | Dir. Maria Estela Guedes |  |  
        | Página Principal |  |  
        | Índice de Autores |  |  
        | Série Anterior |  |  
        | SÍTIOS ALIADOS |  |  
        | TriploII - Blog do TriploV |  |  
        | Agulha Hispânica |  |  
        | Filo-cafés |  |  
        | O Bule |  |  
        | Jornal de Poesia |  |  
        | Agulha 
		Hispânica |  |  
        | O Contrário do Tempo |  |  
        | Domador de Sonhos |  |  
        |  |  |  
        |  | 
          
            | 
							ANDRÉS GALERA 
							Lamarck y la 
							conservación  
							adaptativa de la 
							vida  
							 (Lamarck 
							and the adaptative conservation of live) | 
			 |  
            |  |  |  
        |  | 
		
		El año 1812 se publicó la obra 
		Recherches sur les ossements fossiles de quadrupèdes, 
		en total cuatro volúmenes dedicados al estudio de los vertebrados 
		fósiles en cuyo Discurso preliminar Georges Cuvier hace preguntas 
		y da respuesta a cuestiones como ¿porqué han desaparecido especies de la 
		Tierra?, ¿qué relación mantiene la fauna actual con los organismos 
		extinguidos?, rechazándose la hipótesis genealógica transformista ante 
		la falta de restos paleontológicos que prueben la gradación orgánica 
		necesaria para justificar dicha parentela modificada. La fauna actual no 
		tendría correlación genésica con los desaparecidos animales vislumbrados 
		en el registro fósil, descartados como antepasados. 
		La negativa de Cuvier a admitir el supuesto evolutivo le obliga a 
		solventar el enigma de la extinción compaginando fijismo y sustitución 
		cronológica, y hacerlo ciñéndose exclusivamente a fenómenos naturales no 
		era un asunto baladí. Su teoría explica que periódicas inundaciones 
		habrían despoblado ciertos territorios que, restablecido el nivel 
		acuoso, serían colonizados por especies procedentes de regiones no 
		afectadas por la catástrofe. El cambio tiene, pues, un significado 
		meramente poblacional, es un acontecimiento distributivo sin repercusión 
		sobre la variabilidad biológica. 
		El discurso preliminar tuvo éxito traduciéndose inmediatamente al 
		inglés 
		alcanzando en 1817 una tercera edición cuyo prólogo, escrito por el 
		geólogo escocés Robert Jameson, ofrece un análisis valorativo sobre el 
		debate evolucionista circulante entre la comunidad de naturalistas 
		durante la segunda década del siglo. El análisis sitúa a Cuvier como el 
		referente antitransformista frente a Lamarck que lidera el movimiento 
		evolucionista interpretando la vida como un proceso modificador de 
		formas pretéritas adaptadas paulatinamente a los cambios 
		medioambientales ocurridos durante la cronología terrestre. 
		Tiene razón el paleontólogo Geoge Gaylord Sympson, iniciado el siglo 
		Lamarck recurrió <<de una manera valiente a la evolución como 
		explicación general de la historia de la vida>>. 
		Tuvo éxito y su idea fue debatida, rechazada, compartida y modificada, 
		por la comunidad científica 
		décadas antes de que Darwin lanzase su mensaje evolucionista encerrado 
		en la poliédrica botella del Origen de las especies el año 1859. 
		La futurista visión lamarckiana de una naturaleza cambiante fue para 
		muchos, caso del filósofo Hegel -transcurría el año 1817- sólo una de 
		esas representaciones nebulosas, sensibles, inefables, a 
		rechazar por la contemplación pensante del hombre. 
		La ida no dejaba de ser una manifestación estrambótica a esconder tras 
		un tupido velo. Otros pensadores se identificaron, sin embargo, con el 
		modelo haciéndose cómplices de la idea. Alguno, como el botánico 
		Frédéric Gérard, desarrolló su propia Théorie de l’evolution des 
		formes organiques con la intención de explicar, a la luz de los 
		conocimientos físico-químicos, cómo surgió la vida sobre la Tierra y 
		desvelar cuál fue el posterior desarrollo de los seres vivos hasta 
		alcanzar el grado actual. 
		Corría la década de los años cuarenta cuando ocurrió. Darwin no 
		participaba de la polémica pero conoció pronto este ideario que, 
		despectiva e interesadamente, calificó de panfleto. 
		La atrevida teoría de 
		Lamarck llegó a oídos del joven de
		
		Shrewsbury 
		siendo estudiante en la universidad de Edimburgo. Será el profesor 
		Robert Grant, experto en invertebrados, quien durante los paseos 
		compartidos por el recinto académico anuncie a Charles Darwin las 
		bondades de una (r)evolución lamarckiana que no comprendía: <<Le escuche 
		con silencioso estupor, y, por lo que recuerdo, sin que produjera ningún 
		efecto sobre mis ideas>>. 
		En verdad, Darwin todavía no era el más listo de la clase, pero tuvo 
		ocasión de corregir su error al embarcarse en el Beagle y recibir, 
		durante la escala de Montevideo, el segundo volumen de los Principles 
		of geology de Charles Lyell, en cuyos primeros capítulos se analiza 
		la doctrina lamarckiana. Hasta 1836, al regreso del viaje, Darwin era un 
		convencido teísta fijista, aceptando el argumento del diseño propuesto 
		por William Paley 
		como prueba concluyente de la creación y el determinismo de la 
		naturaleza. Sólo en 1839 se convenció totalmente de la variabilidad de 
		las especies. 
		El año 44 confiesa haber llegado a conclusiones similares a las de 
		Lamarck, aunque las vías del cambio eran totalmente distintas. 
		Darwin reconoce haber leído la Filosofía zoológica escrita por 
		Lamarck, libro que a su parecer era, en el mejor de los casos, 
		extremadamente pobre, podía llegar a ser lamentable e, 
		incluso, una verdadera porquería; del cual, por supuesto, tampoco 
		sacó provecho alguno. 
		La porfía en desacreditar y renegar de Lamarck tiene tintes de 
		maledicencia o se debe a una incapacidad intelectiva real -tampoco la 
		suma de ambas es una opción desdeñable-, y ninguna de las circunstancias 
		le favorece. Pudo emular a su correligionario Ernst Haeckel pero no lo 
		hizo. El naturalista alemán fue respetuoso con Lamarck hasta el punto de 
		calificar su obra de admirable y considerarla como la primera exposición 
		de la teoría de la descendencia común, aplicada en toda su 
		extensión con todas sus consecuencias. 
		En el otro bando, peca de chovinista Pierre Flourens al afirmar que 
		Lamarck es el padre ideológico de Darwin, pero acierta al escribir que 
		aquel había comenzado el sistema, que, en el fondo, las ideas de 
		uno son también las del otro. 
		Arropado en la sensatez, Stephen Gould 
		reconoce la influencia de Lamarck sobre Darwin basándose en tres 
		argumentos que suscribimos: 1º el contacto con la obra lamarckiana, 2º 
		la actitud reflejada por la correspondencia, 3º el contenido mismo de su 
		teoría. Podemos llamar exagerado y partidista a Armand de Quatrefages, 
		acusarle de barrer para casa, incluso no siendo adepto a la doctrina, 
		por definir el movimiento evolucionista afecto al último tercio del 
		siglo XIX como una gran escuela de amplia distribución geográfica que 
		había recuperado las ideas de Lamarck y Geoffroy Saint-Hilaire 
		modificándolas parcialmente. 
		Pero es incuestionable que el pensamiento transformista lamarckiano fue 
		conocido por los naturalistas de su tiempo 
		y supuso una renovación epistemológica sobre la manera de averiguar, 
		percibir e interpretar la naturaleza; que su enfoque del problema sentó 
		cátedra proliferando en múltiples corrientes de las cuales la variante 
		darwiniana fluye como río independiente trazando su propio curso.    |  
        |  |  
        |  |  
        |  |  
        |  |  
        |  |  
        |  |  
        |  |  
        |  |  
        |  |  
        |  |  
        |  |  
        |  |  
        |  |  
        |  |  
        |  |  
        |  | Diversificando la vida |  
        |  | 
		Si 
		tuviésemos la ocurrencia de leer las disquisiciones sobre el sexo de 
		las plantas escritas por Linneo en 1760, comprobaríamos que la 
		intención de diversificar cronológicamente la aparición terrenal de las 
		especies por medios naturales atañe a la conciencia de ciertos 
		naturalistas antes de manifestarse el episodio evolucionista 
		decimonónico. Linneo no pone en duda la existencia de nuevas especies 
		botánicas producto de la hibridación, ni la posibilidad de que este sea 
		el mecanismo que con el transcurso del tiempo origine la multitud de 
		especies que componen un mismo género a partir de una única planta. 
		El desarrollo de semejante planteamiento conduce a una aplicación 
		restrictiva y regulada del modelo fijista, reduciendo el papel genésico 
		de la creación a la fundación del taxón genérico. Luego, hija del 
		tiempo, vendrá la diversidad específica que compone cada grupo 
		caracterizada por su interrelación parental. Dios 
		sigue siendo el artífice del programa creacionista pero el acto ha 
		perdido su norma sobrenatural convertido en un fenómeno actualista 
		resultado de la reproducción, diversificándose las formas por 
		combinación de las ya existentes. 
		
		Con el título de 
		Les époques de la nature, 
		el conde de Buffon ofrece una versión más ambiciosa, compleja y refinada 
		de la idea de naturaleza mudable. 
		En su mente la cosmogonía terrestre discurre por siete etapas hasta 
		alcanzar el grado actual de diversificación orgánica e inorgánica. 
		Primera y segunda son fases abióticas de conformación de la corteza 
		terrestre. En la tercera irrumpe la vida al licuarse el vapor 
		atmosférico, convirtiéndose la litosfera en un caluroso mar universal. 
		Es la hora de los primeros animales acuáticos, y ellos serán también las 
		primeras especies perdidas al renovarse las condiciones 
		ambientales. La cuarta es la era de los vegetales colonizando, primero, 
		las altas cumbres que el agua no alcanzó a anegar e invadiendo, después, 
		la superficie liberada del mar por el hundimiento del fondo marino y la 
		actuación volcánica modelando barreras orográficas. Sobre esta masa 
		continental eclosiona una fauna terrestre caracterizada por los 
		gigantescos animales que muestran los fósiles; es la quinta época, el 
		momento de una especie humana aún incivilizada. La actual división 
		continental acontecerá en la sexta etapa; y en la última el hombre toma 
		posesión de la Tierra. La consecuencia lógica de construir este 
		escenario materialista es la obligación de responder la pregunta ¿cómo 
		se originan los seres vivos a partir de la materia inanimada? La 
		solución se antoja temeraria, pura fantasía. Buffon aplica el concepto 
		de molécula orgánica: indestructibles partículas vivas producidas por la 
		acción del calor sobre la materia dúctil cuya agregación origina los 
		organismos. Una vez constituidos, animales y plantas poseen un molde 
		interior donde, ingeridas con la respiración y nutrición, se insertan 
		las moléculas orgánicas sirviendo de copia reproductora. Inmersas en 
		esta dinámica, fauna y flora consumen cotidianamente las moléculas 
		orgánicas, sólo cuando acontecen las fases de extinción señaladas por el 
		registro fósil los organismos desaparecen y el proceso se interrumpe 
		quedando las moléculas circulando libremente por el medio con la 
		posibilidad de organizarse en nuevas especies que reemplazarán a las 
		desaparecidas. El modelo carece de nexo biológico, sólo es un referente 
		mecánico acorde con la idea de sustitución orgánica deducida de los 
		datos paleontológicos. La intuición de una descendencia común de los 
		organismos debemos buscarla en otro apartado del pensamiento buffoniano, 
		existe de forma explícita, sin equívocos, interpretando la vida como un 
		factor conectivo entre las diferentes especies, siendo posible pensar 
		que animales y vegetales han tenido un único origen multiplicándose a 
		través del tiempo. 
		Sin lugar a dudas Buffon focaliza el problema del origen de las 
		especies en clave trasformista, trazando un prometedor horizonte a 
		beneficio de pensadores capaces de actuar sin prejuicios. El primer paso 
		era sencillo, él mismo lo dio con disimulo, consistía en reemplazar al 
		creador por una naturaleza reglada mediante las leyes físicas de la 
		atracción y el impulso.
		Lamarck comprendió 
		la idea y avanzó en la solución del problema. Lo hizo sin tapujos, 
		poniendo negro sobre blanco un planteamiento inusual, incierto y 
		 atrevido, representativo de una manera distinta de ver la naturaleza, 
		descatalogada como entidad superior y convertida en un conjunto de leyes 
		físicas y objetos interrelacionados por un sinfín fenomenológico. 
		Lo hizo cambiando la escena analítica, penetrando en la forma para 
		conocer, comprender y convertir la función en el genuino referente de la 
		vida. Con él y desde entonces, el binomio constituido por la forma y la 
		función diferencia una unidad vital directriz conforme al medio cuyo 
		desarrollo temporal representa la historia orgánica terrestre, 
		convertida en postulado fundamental de la biología. |  
        |  | Hacia una filosofía de la evolución |  
        |  | 
		En la 
		Conferencia Huxley dictada el 29 de mayo de 1911 en la Universidad de 
		Birmingham, el filósofo Henri Bergson expresaba su adhesión a la idea de 
		una evolución de las especies, entendida como la generación sucesiva de 
		formas orgánicas a partir de otras más simples. Hipótesis que, según el 
		filósofo, desde Lamarck se había confirmado progresivamente por 
		observaciones provenientes de la anatomía comparada, 
		
		de la embriología y la 
		paleontología. 
		Rescatando el testimonio de Bergson queremos reconocer dos propiedades 
		estructurales que identifican el fenómeno de la evolución. Primera, su 
		definición general como un proceso biológico común responsable del 
		origen cronológico de las especies por modificación de las precedentes; 
		argumento descriptivo –lo que ocurre- a partir del cual las distintas 
		teorías ejecutan su opción particular justificando cómo, por qué, y para 
		qué sucede. Segunda, la condición empírica del supuesto, inducido de 
		datos obtenidos en diferentes áreas de conocimiento. Este armazón 
		ideológico fue trazado por Lamarck y fundamentará el principio 
		intelectivo de los demás modelos evolutivos. En opinión de su 
		contemporáneo Yves Delaye, antes de Lamarck era impensable atribuir una 
		causa natural al origen de las especies. 
		Hablando con precisión afirmaremos que la imposibilidad no era de pensar 
		en términos naturales –físicos, químicos y biológicos- como fuente 
		material de aquellas especies bajo cuya apariencia se manifiesta la 
		vida, el imposible radicaba en cerrar el círculo ampliando la idea y 
		explicando la génesis de los organismos mediante una genealogía que 
		relacionase a todos entre sí y con el medio, estableciendo un canal de 
		información biológica desde el pasado hasta el presente a través de la 
		reproducción. Epistemológicamente, el acierto de Lamarck consiste en 
		definir un nuevo estatus natural remodelando libremente, ad libitum, 
		un concepto clásico, recurrente, eterno, del pensar naturalista; 
		representación de una naturaleza invariante determinada hasta sus nimios 
		detalles: la escala natural o cadena de los seres, que desde 
		Platón y Aristóteles relaciona y ordena morfológicamente las formas 
		orgánicas por su proximidad anatómica componiendo una secuencia 
		rectilínea de complejidad y perfección crecientes hasta el hombre, 
		definiéndose un grupo natural único, unilateral, unidimensional y 
		unidireccional. Para Lamarck el término naturaleza obtiene su valor del
		orden de las cosas que la constituyen, 
		pero la ordenación no responde al estándar de la escala natural. 
		En 1800 rechazó públicamente el esquema abandonando el planteamiento 
		uniformista. En su mente dejó de existir la rectilínea serie morfológica 
		que daba continuidad a las diferentes especies. 
		Su interpretación de la naturaleza cambió reduciéndose la conexión 
		orgánica a una gradación matizada, nuancée, circunscrita al 
		sistema de organización identificado en las clases y grandes 
		familias taxonómicas. El resto, géneros y especies, forman 
		ramificaciones laterales que separan, aíslan, unos organismos de otros 
		conformando el arborescente simbolismo que identificará el nuevo orden 
		natural evolutivo, representando una secuencia genealógica de la vida 
		donde los seres vivos provienen y se suceden unos a otros formando 
		especies que tienen una constancia relativa, son temporalmente 
		invariables; 
		porque sólo el individuo es la esencia natural. Hay un orden perfilado 
		como una serie ramosa, irregularmente graduada e ininterrumpida, 
		bifurcada en sendos reinos –animal y vegetal- compuestos por series 
		filéticas sinfín. Relación de parentesco constitutiva del verdadero 
		método natural en detrimento de las artificiosas distribuciones 
		sistemáticas vigentes.
		 
		<<Durante mucho tiempo 
		pensé que había especies constantes en la naturaleza>>, explicaba 
		Lamarck en el auditorio parisino del Museo de Historia Natural con 
		ocasión de la apertura del curso zoológico el año 8 republicano. 
		Error que no se repetirá. Revisar el concepto de especie es la 
		consecuencia inmediata de observar la naturaleza bajo el prisma 
		transformista, episteme definible ahora como una secuencia bidimensional 
		espacio-temporal. El grupo específico es una realidad transitoria 
		constituida por individuos dependientes del medio, válidos sólo si se 
		mantienen las circunstancias ambientales. 
		En román paladino, la especie es un colectivo de individuos que durante 
		un periodo largo de tiempo se asemejan totalmente presentando pequeñas 
		variaciones accidentales. 
		Después, transcurrido un tiempo inverosímil para la existencia humana, 
		las condiciones del medio cambian gradualmente y los individuos acomodan 
		su formato orgánico a las nuevas necesidades –funciones- adquiriendo 
		otra conformación que heredan sus descendientes. 
		El conjunto constituye una especie diferente asimismo perecedera. 
		También puede ocurrir que un subgrupo, accidentalmente separado del 
		colectivo, experimente en otro espacio condiciones distintas adquiriendo 
		hábitos diversos que determinan otra forma biológica. El grupo 
		constituirá una nueva especie, teoriza Lamarck 
		incorporando al proceso de especiación una modalidad por separación 
		geográfica grupal a partir de la población parental con futuro dentro de 
		la biología evolutiva. 
		Las especies ya no son hijas del tiempo linneano, lo son de un medio 
		cambiante en el ciclo temporal y, en distinta medida, por segregación 
		poblacional. Hay, pues, dos vías de especiación  para un mismo mecanismo 
		de transformación orgánica –modo- siendo la adaptación el motor de esta 
		casuística evolutiva; lo es como condición sine qua non a cumplir 
		por los seres vivos para sobrevivir. Nos enfrentamos a una naturaleza 
		conservante de la vida individual, no de la especie, mediante la 
		adecuada combinación adaptativa, suceso donde, racionalmente, el 
		fenómeno de la extinción carece de fundamento al no producirse la 
		interrupción existencial del objeto sino una continuada conversión 
		adaptativa. En tal caso ¿cuál es la correspondencia biológica 
		deducida de los datos paleontológicos? Los fósiles no identifican 
		especies desaparecidas de la faz terrestre, constituyen estadios pasados 
		y conexos de la misma materia testimoniando cómo fueron antes de 
		convertirse en su manifestación presente 
		igualmente perecedera. Son las piezas caducadas de un proceso 
		individualizado de sustitución no selectiva, no hay competencia ni 
		intraespecífica ni interespecífica. El cambio lamarckiano es sólo 
		acumulativo, la suma de partes convergentes en nuevas morfologías dentro 
		de una naturaleza variante en sentido paulatino, moderado e incesante, 
		nunca catastrófico. Cambiar requiere tiempo 
		y ocurre mediante los pasos sucesivos que muestran los fósiles. 
		Subrayando la inestabilidad 
		orgánica como una cualidad inaparente de la naturaleza, Lamarck enuncia 
		su teoría biológica sobre el origen material de la vida y el 
		común desarrollo multiforme de los seres vivos interconectados con la 
		historia geológica del planeta. Si a título general la hipótesis culmina 
		la idea de una naturaleza independiente, capaz por sí misma de alcanzar 
		tales logros, 
		el mensaje subyacente es un mar de dudas respecto a la letra pequeña del 
		proceso natural. El antídoto contra tal ignorancia es un innovador 
		programa de investigación. El naturalista debe ser ambicioso, no puede 
		ser timorato y limitarse a consumir tiempo y esfuerzo describiendo y 
		clasificando la serie infinita de especies, géneros, órdenes y clases de 
		ambos reinos habitantes del globo. 
		Identificar el objeto vivo no basta para reconstruir adecuadamente el 
		sistema biológico natural. Completar la tarea requiere descubrir cómo la 
		naturaleza dio existencia a los objetos vivos que la componen 
		renovándolos incesantemente. 
		Consecuentemente, la prioridad será analizar el conjunto de relaciones 
		que condicionan al sujeto para expresarse en un modelo 
		anatómico-funcional. Metodológicamente, el objetivo se traduce en 
		conocer la organización de los seres vivos estudiando los fenómenos que 
		acontecen durante la reproducción y el desarrollo, y relacionando los 
		efectos que las condiciones del medio y la manera de vivir ejercen sobre 
		los cuerpos. 
		Este es el significado particular de la biología lamarckiana impresa en 
		1809 con el título de Philosophie zoologique, un corpus de 
		principios sobre la vida animal redactado a fin de dilucidar en qué 
		consiste y a desvelar cuáles son las condiciones que el fenómeno 
		natural precisa para manifestarse corpóreamente, 
		concluyéndose que para conservar la vida los individuos experimentan un 
		proceso continuado de transformaciones adaptativas relacionadas con las 
		condiciones ambientales de cada momento. Adaptación, continuidad 
		filética y variación cronológica de las especies, son los pilares del 
		arquetipo evolutivo fundacional lamarckiano. Desde entonces la fórmula 
		ha viajado en el tiempo generando un intenso, polémico e incesante 
		debate sobre el origen y la temporalidad de las especies, dejando claro 
		que una cosa es afirmar el fenómeno de la evolución y otra conocer cómo 
		y por qué tiene lugar; tal y como reflexiona el paleontólogo George 
		Simpson en la década de los años cincuenta. 
		Así las cosas, hoy el pensamiento lamarckiano, lejos de caer en el 
		olvido, es un activo del ser y sentir evolucionista porque, impregnado 
		del saber biológico actual, su visión transformista de la naturaleza 
		ofrece un ramillete de posibilidades originalmente insospechadas. Con 
		ecológicas razones Ramón Margalef escribe que el <<fantasma de Lamarck 
		es difícil de exorcizar en las discusiones sobre evolución, porque la 
		idea fundamental, o por lo menos la idea aprovechable de Lamarck no es 
		la herencia de los caracteres adquiridos, sino que los hábitos y las 
		apetencias pueden guiar la evolución futura, por configurar, de una otra 
		manera, la constelación de las características que se eligen para basar 
		en ellas el proceso de decisión, o de selección>>. 
		 El debate continúa. |  
        |  | Notas |  
        |  | 
			 
			 
			 
			 
			 
			 
			 
			
			
			 
			HEGEL, G. W. F. (1997), Enciclopedia de las ciencias filosóficas, 
			Madrid, Alianza, pp. 308-309 (ed. original 1817). 
			 
			 
			 
			 
			
			
			 
			Cf. DARWIN, 
			F. (ed.) (1958), The autobiography of Charles Darwin and selected 
			letters, Dover, Nueva York, pp. 19, 63,  66, 175 y 184.  
			Sobre el tema cf. 
			GALERA, A. (2002b), Creating 
			evolution. En  PUIG-SAMPER, M. A.; RUIZ, R.; GALERA, A. (eds.), 
			Evolución y cultura, Madrid, Junta de Extremadura-UNAM-Doce 
			Calles, pp. 13-20. GALERA, A. (2001), Crear la evolución. El 
			fundamento religioso del origen de las especies, 
			Atalaia-Intermundos, 
			Lisboa, 8-9, pp. 141-147 (también www.triplov.com/creatio/galera.htm). 
			 
			
			
			 
			Carta de  Darwin a Charles
			
			Lyell, 
			11 de octubre de [1859], reproducida en
			
			
			www.darwinproject.ac.uk/darwinletters (también DARWIN, F. 
			(ed.) (1887), 
			The autobiography of Charles Darwin and selected letters, 
			Londres, John Murray, v. 2, p. 215. 
			
			
			
			HAECKEL, E. 
			(1914), The history of creation: or the development of the earth 
			and its inhabitans by the action of natural causes, Nueva York, 
			Appelton, 2 vols., 6ª edición, vol. 
			I, p. 114. 
			
			
			 
			FLOURENS, P. (1864), Examen du livre de M. Darwin sur l’origine 
			des espèces, París, Garnier, p. 15. 
			
			
			 
			GOULD, S. J. (2004), La estructura de la teoría de la evolución, 
			Barcelona, Tusquets, p. 220. 
			
			
			 
			QUATREFAGES, A. de (1896), L’espèce humaine, París, Alcan, 
			p.27. La referencia 
			apunta hacia Etienne Geoffroy Saint-Hilaire, seguidor de Lamarck y 
			artífice, en las décadas de los años 20 y 30, del evolucionismo 
			experimental teratológico; cf. GALERA, A. (2006). 
			
			
			 
			Cf. el análisis expuesto en LAURENT, G. (2001), La naissance 
			du transformismo. Lamarck entre Linné et Darwin, París, Vuibert, 
			pp. 123-128. 
			
			
			 LINNEO, C. (1760), Disquisitio de sexu plantarum, Vidovonae, 
			pp. 127-8;  en. VERGATA, A. La (ed.), L'evoluzione biologica: da 
			Linneo a Darwin 1735-1871, Turín, Loescher, 1979, p 109. 
		 
			 
			
			
			 
			BUFFON, (1778), Les époques de la nature, París, Imprimerie 
			Royale. 
			
			
			 
			Analizamos el tema en GALERA, A. (2007b), Una historia de la Tierra. En CERVANTES, E. 
			(coor.), Veintisiete libros y un prólogo abierto para una nueva 
			biología, La Rioja, ADEBIR-Ed. Crimentales, pp. 49-53. Cf. 
			también GALERA, A. (1994), 
			Reflexiones sobre el modelo sistemático, el concepto de especie y el 
			mecanismo de la reproducción en el siglo XVIII, Nouveau monde et 
			renouveau de l’histoire naturelle, París, vol. 
			
			III, pp. 97-130. 
			
			
			 
			Buffon, Histoire naturelle. «L'ane», París, Gallimard, 1984, 
			pp. 193-4; cf. GALERA, A. (1994). 
			
			
			 El 
			testimonio de Buffon fue recogido por M. J.
			
			Hérault de 
			Séchelles en su Voyage a Montbard; citamos por la 
			edición de F. A. Aulard, París, Librairie des Bibliophiles, 1890, p. 
			39. 
			 
			 
			
			
			 
			DELAYE, Y. (1895), La structure du protoplasme et les théories 
			sur l’hérédité et les grands problemès de la biologie générale, 
			París, Reinwald, p. 369. 
			 
			 
			 
			 
			 
			 
			 
			 
			 
			 
			
			
			
			Moritz Wagner,
			Die darwinsche theorie und das migrationsgesetz der organismen, 
			Leipzig, 1868 (The Darwinian theory and the law of the migration 
			of organisms, Londres, 1873), fue el primer planteamiento 
			general sobre especiación geográfica. A esta línea pertenecen, por 
			ejemplo, los trabajos de D. S. Jordan, <<The origin of species 
			through isolation>>, Science new series, 22, 1905, pp. 
			545-562; y J. T. Gulick, <<Isolation and selection in the evolution 
			of species. The need 
			of clear definitions>>, American Naturalist, 42, 493, 1908, 
			pp. 48-53; y ampliamente conocido es el modelo asimétrico de la 
			población fundadora definido por Ernst Mayr (Populations, Species 
			and Evolution, Harvard University Press, 1970). 
			 
			 
			 
			 
			
			
			 
			Ibídem, <<Discours d’ouverture an  1806>>, p. 123. Cf. 
			también p. 47. 
			 
			 
			 |  
        |  | 
		Proyecto de investigación HAR2009-12418. 
		Una versión de este artículo ha sido publicada en la revista Asclepio, 
		vol. LXI, fasc. 2, 2009, 
		pp. 129-140.  |  
        |  | 
		 |  
        |  | Andrés Galera (Espanha)Centro de Ciencias Humanas y Sociales, CSIC.
		andres.galera@cchs.csic.es
 |  
        |  | 
		 |  
        |  | © Maria Estela Guedesestela@triplov.com
 PORTUGAL
 |  
        |  | 
		 |  
        |  |  |  |  |