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REVISTA TRIPLOV
de Artes, Religiões e Ciências
Nova Série | 2011 | Número 14
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RESUMEN:
En este artículo se estudia el
ideario evolucionista lamarckiano desarrollando cuatro elementos
analíticos. Primero, la elaboración de un arquetipo evolutivo
fundacional. Segundo, la interpretación de la naturaleza como un sistema
material donde el cambio orgánico da sentido a un proceso continuo
dirigido a la conservación de la vida. Tercero, la definición de un
principio genealógico sobre el origen de las especies que identifica el
método natural. Cuarto, la reformulación del concepto de especie
utilizando los argumentos de relatividad temporal e inestabilidad
individual.
ABSTRACT: This
paper studies the Lamarck’s evolutionist thought developing four
analysis lines. First, the lamarckian construction of a founding
evolutionary archetype. Second, the interpretation of nature as a
material system where the organic change represents a constant process
for adaptative conservation of life. Third, give explanation of the
origin of species and the natural method as a genealogical process.
Quarter, the redefinition of species concept employed the arguments of
temporary relativity and individual instability. |
EDITOR |
TRIPLOV |
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ISSN 2182-147X |
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Dir. Maria Estela Guedes |
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ANDRÉS GALERA
Lamarck y la
conservación
adaptativa de la
vida
(Lamarck
and the adaptative conservation of live) |
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El año 1812 se publicó la obra
Recherches sur les ossements fossiles de quadrupèdes,
en total cuatro volúmenes dedicados al estudio de los vertebrados
fósiles en cuyo Discurso preliminar Georges Cuvier hace preguntas
y da respuesta a cuestiones como ¿porqué han desaparecido especies de la
Tierra?, ¿qué relación mantiene la fauna actual con los organismos
extinguidos?, rechazándose la hipótesis genealógica transformista ante
la falta de restos paleontológicos que prueben la gradación orgánica
necesaria para justificar dicha parentela modificada. La fauna actual no
tendría correlación genésica con los desaparecidos animales vislumbrados
en el registro fósil, descartados como antepasados.
La negativa de Cuvier a admitir el supuesto evolutivo le obliga a
solventar el enigma de la extinción compaginando fijismo y sustitución
cronológica, y hacerlo ciñéndose exclusivamente a fenómenos naturales no
era un asunto baladí. Su teoría explica que periódicas inundaciones
habrían despoblado ciertos territorios que, restablecido el nivel
acuoso, serían colonizados por especies procedentes de regiones no
afectadas por la catástrofe. El cambio tiene, pues, un significado
meramente poblacional, es un acontecimiento distributivo sin repercusión
sobre la variabilidad biológica.
El discurso preliminar tuvo éxito traduciéndose inmediatamente al
inglés
alcanzando en 1817 una tercera edición cuyo prólogo, escrito por el
geólogo escocés Robert Jameson, ofrece un análisis valorativo sobre el
debate evolucionista circulante entre la comunidad de naturalistas
durante la segunda década del siglo. El análisis sitúa a Cuvier como el
referente antitransformista frente a Lamarck que lidera el movimiento
evolucionista interpretando la vida como un proceso modificador de
formas pretéritas adaptadas paulatinamente a los cambios
medioambientales ocurridos durante la cronología terrestre.
Tiene razón el paleontólogo Geoge Gaylord Sympson, iniciado el siglo
Lamarck recurrió <<de una manera valiente a la evolución como
explicación general de la historia de la vida>>.
Tuvo éxito y su idea fue debatida, rechazada, compartida y modificada,
por la comunidad científica
décadas antes de que Darwin lanzase su mensaje evolucionista encerrado
en la poliédrica botella del Origen de las especies el año 1859.
La futurista visión lamarckiana de una naturaleza cambiante fue para
muchos, caso del filósofo Hegel -transcurría el año 1817- sólo una de
esas representaciones nebulosas, sensibles, inefables, a
rechazar por la contemplación pensante del hombre.
La ida no dejaba de ser una manifestación estrambótica a esconder tras
un tupido velo. Otros pensadores se identificaron, sin embargo, con el
modelo haciéndose cómplices de la idea. Alguno, como el botánico
Frédéric Gérard, desarrolló su propia Théorie de l’evolution des
formes organiques con la intención de explicar, a la luz de los
conocimientos físico-químicos, cómo surgió la vida sobre la Tierra y
desvelar cuál fue el posterior desarrollo de los seres vivos hasta
alcanzar el grado actual.
Corría la década de los años cuarenta cuando ocurrió. Darwin no
participaba de la polémica pero conoció pronto este ideario que,
despectiva e interesadamente, calificó de panfleto.
La atrevida teoría de
Lamarck llegó a oídos del joven de
Shrewsbury
siendo estudiante en la universidad de Edimburgo. Será el profesor
Robert Grant, experto en invertebrados, quien durante los paseos
compartidos por el recinto académico anuncie a Charles Darwin las
bondades de una (r)evolución lamarckiana que no comprendía: <<Le escuche
con silencioso estupor, y, por lo que recuerdo, sin que produjera ningún
efecto sobre mis ideas>>.
En verdad, Darwin todavía no era el más listo de la clase, pero tuvo
ocasión de corregir su error al embarcarse en el Beagle y recibir,
durante la escala de Montevideo, el segundo volumen de los Principles
of geology de Charles Lyell, en cuyos primeros capítulos se analiza
la doctrina lamarckiana. Hasta 1836, al regreso del viaje, Darwin era un
convencido teísta fijista, aceptando el argumento del diseño propuesto
por William Paley
como prueba concluyente de la creación y el determinismo de la
naturaleza. Sólo en 1839 se convenció totalmente de la variabilidad de
las especies.
El año 44 confiesa haber llegado a conclusiones similares a las de
Lamarck, aunque las vías del cambio eran totalmente distintas.
Darwin reconoce haber leído la Filosofía zoológica escrita por
Lamarck, libro que a su parecer era, en el mejor de los casos,
extremadamente pobre, podía llegar a ser lamentable e,
incluso, una verdadera porquería; del cual, por supuesto, tampoco
sacó provecho alguno.
La porfía en desacreditar y renegar de Lamarck tiene tintes de
maledicencia o se debe a una incapacidad intelectiva real -tampoco la
suma de ambas es una opción desdeñable-, y ninguna de las circunstancias
le favorece. Pudo emular a su correligionario Ernst Haeckel pero no lo
hizo. El naturalista alemán fue respetuoso con Lamarck hasta el punto de
calificar su obra de admirable y considerarla como la primera exposición
de la teoría de la descendencia común, aplicada en toda su
extensión con todas sus consecuencias.
En el otro bando, peca de chovinista Pierre Flourens al afirmar que
Lamarck es el padre ideológico de Darwin, pero acierta al escribir que
aquel había comenzado el sistema, que, en el fondo, las ideas de
uno son también las del otro.
Arropado en la sensatez, Stephen Gould
reconoce la influencia de Lamarck sobre Darwin basándose en tres
argumentos que suscribimos: 1º el contacto con la obra lamarckiana, 2º
la actitud reflejada por la correspondencia, 3º el contenido mismo de su
teoría. Podemos llamar exagerado y partidista a Armand de Quatrefages,
acusarle de barrer para casa, incluso no siendo adepto a la doctrina,
por definir el movimiento evolucionista afecto al último tercio del
siglo XIX como una gran escuela de amplia distribución geográfica que
había recuperado las ideas de Lamarck y Geoffroy Saint-Hilaire
modificándolas parcialmente.
Pero es incuestionable que el pensamiento transformista lamarckiano fue
conocido por los naturalistas de su tiempo
y supuso una renovación epistemológica sobre la manera de averiguar,
percibir e interpretar la naturaleza; que su enfoque del problema sentó
cátedra proliferando en múltiples corrientes de las cuales la variante
darwiniana fluye como río independiente trazando su propio curso. |
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Diversificando la vida |
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Si
tuviésemos la ocurrencia de leer las disquisiciones sobre el sexo de
las plantas escritas por Linneo en 1760, comprobaríamos que la
intención de diversificar cronológicamente la aparición terrenal de las
especies por medios naturales atañe a la conciencia de ciertos
naturalistas antes de manifestarse el episodio evolucionista
decimonónico. Linneo no pone en duda la existencia de nuevas especies
botánicas producto de la hibridación, ni la posibilidad de que este sea
el mecanismo que con el transcurso del tiempo origine la multitud de
especies que componen un mismo género a partir de una única planta.
El desarrollo de semejante planteamiento conduce a una aplicación
restrictiva y regulada del modelo fijista, reduciendo el papel genésico
de la creación a la fundación del taxón genérico. Luego, hija del
tiempo, vendrá la diversidad específica que compone cada grupo
caracterizada por su interrelación parental. Dios
sigue siendo el artífice del programa creacionista pero el acto ha
perdido su norma sobrenatural convertido en un fenómeno actualista
resultado de la reproducción, diversificándose las formas por
combinación de las ya existentes.
Con el título de
Les époques de la nature,
el conde de Buffon ofrece una versión más ambiciosa, compleja y refinada
de la idea de naturaleza mudable.
En su mente la cosmogonía terrestre discurre por siete etapas hasta
alcanzar el grado actual de diversificación orgánica e inorgánica.
Primera y segunda son fases abióticas de conformación de la corteza
terrestre. En la tercera irrumpe la vida al licuarse el vapor
atmosférico, convirtiéndose la litosfera en un caluroso mar universal.
Es la hora de los primeros animales acuáticos, y ellos serán también las
primeras especies perdidas al renovarse las condiciones
ambientales. La cuarta es la era de los vegetales colonizando, primero,
las altas cumbres que el agua no alcanzó a anegar e invadiendo, después,
la superficie liberada del mar por el hundimiento del fondo marino y la
actuación volcánica modelando barreras orográficas. Sobre esta masa
continental eclosiona una fauna terrestre caracterizada por los
gigantescos animales que muestran los fósiles; es la quinta época, el
momento de una especie humana aún incivilizada. La actual división
continental acontecerá en la sexta etapa; y en la última el hombre toma
posesión de la Tierra. La consecuencia lógica de construir este
escenario materialista es la obligación de responder la pregunta ¿cómo
se originan los seres vivos a partir de la materia inanimada? La
solución se antoja temeraria, pura fantasía. Buffon aplica el concepto
de molécula orgánica: indestructibles partículas vivas producidas por la
acción del calor sobre la materia dúctil cuya agregación origina los
organismos. Una vez constituidos, animales y plantas poseen un molde
interior donde, ingeridas con la respiración y nutrición, se insertan
las moléculas orgánicas sirviendo de copia reproductora. Inmersas en
esta dinámica, fauna y flora consumen cotidianamente las moléculas
orgánicas, sólo cuando acontecen las fases de extinción señaladas por el
registro fósil los organismos desaparecen y el proceso se interrumpe
quedando las moléculas circulando libremente por el medio con la
posibilidad de organizarse en nuevas especies que reemplazarán a las
desaparecidas. El modelo carece de nexo biológico, sólo es un referente
mecánico acorde con la idea de sustitución orgánica deducida de los
datos paleontológicos. La intuición de una descendencia común de los
organismos debemos buscarla en otro apartado del pensamiento buffoniano,
existe de forma explícita, sin equívocos, interpretando la vida como un
factor conectivo entre las diferentes especies, siendo posible pensar
que animales y vegetales han tenido un único origen multiplicándose a
través del tiempo.
Sin lugar a dudas Buffon focaliza el problema del origen de las
especies en clave trasformista, trazando un prometedor horizonte a
beneficio de pensadores capaces de actuar sin prejuicios. El primer paso
era sencillo, él mismo lo dio con disimulo, consistía en reemplazar al
creador por una naturaleza reglada mediante las leyes físicas de la
atracción y el impulso.
Lamarck comprendió
la idea y avanzó en la solución del problema. Lo hizo sin tapujos,
poniendo negro sobre blanco un planteamiento inusual, incierto y
atrevido, representativo de una manera distinta de ver la naturaleza,
descatalogada como entidad superior y convertida en un conjunto de leyes
físicas y objetos interrelacionados por un sinfín fenomenológico.
Lo hizo cambiando la escena analítica, penetrando en la forma para
conocer, comprender y convertir la función en el genuino referente de la
vida. Con él y desde entonces, el binomio constituido por la forma y la
función diferencia una unidad vital directriz conforme al medio cuyo
desarrollo temporal representa la historia orgánica terrestre,
convertida en postulado fundamental de la biología. |
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Hacia una filosofía de la evolución |
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En la
Conferencia Huxley dictada el 29 de mayo de 1911 en la Universidad de
Birmingham, el filósofo Henri Bergson expresaba su adhesión a la idea de
una evolución de las especies, entendida como la generación sucesiva de
formas orgánicas a partir de otras más simples. Hipótesis que, según el
filósofo, desde Lamarck se había confirmado progresivamente por
observaciones provenientes de la anatomía comparada,
de la embriología y la
paleontología.
Rescatando el testimonio de Bergson queremos reconocer dos propiedades
estructurales que identifican el fenómeno de la evolución. Primera, su
definición general como un proceso biológico común responsable del
origen cronológico de las especies por modificación de las precedentes;
argumento descriptivo –lo que ocurre- a partir del cual las distintas
teorías ejecutan su opción particular justificando cómo, por qué, y para
qué sucede. Segunda, la condición empírica del supuesto, inducido de
datos obtenidos en diferentes áreas de conocimiento. Este armazón
ideológico fue trazado por Lamarck y fundamentará el principio
intelectivo de los demás modelos evolutivos. En opinión de su
contemporáneo Yves Delaye, antes de Lamarck era impensable atribuir una
causa natural al origen de las especies.
Hablando con precisión afirmaremos que la imposibilidad no era de pensar
en términos naturales –físicos, químicos y biológicos- como fuente
material de aquellas especies bajo cuya apariencia se manifiesta la
vida, el imposible radicaba en cerrar el círculo ampliando la idea y
explicando la génesis de los organismos mediante una genealogía que
relacionase a todos entre sí y con el medio, estableciendo un canal de
información biológica desde el pasado hasta el presente a través de la
reproducción. Epistemológicamente, el acierto de Lamarck consiste en
definir un nuevo estatus natural remodelando libremente, ad libitum,
un concepto clásico, recurrente, eterno, del pensar naturalista;
representación de una naturaleza invariante determinada hasta sus nimios
detalles: la escala natural o cadena de los seres, que desde
Platón y Aristóteles relaciona y ordena morfológicamente las formas
orgánicas por su proximidad anatómica componiendo una secuencia
rectilínea de complejidad y perfección crecientes hasta el hombre,
definiéndose un grupo natural único, unilateral, unidimensional y
unidireccional. Para Lamarck el término naturaleza obtiene su valor del
orden de las cosas que la constituyen,
pero la ordenación no responde al estándar de la escala natural.
En 1800 rechazó públicamente el esquema abandonando el planteamiento
uniformista. En su mente dejó de existir la rectilínea serie morfológica
que daba continuidad a las diferentes especies.
Su interpretación de la naturaleza cambió reduciéndose la conexión
orgánica a una gradación matizada, nuancée, circunscrita al
sistema de organización identificado en las clases y grandes
familias taxonómicas. El resto, géneros y especies, forman
ramificaciones laterales que separan, aíslan, unos organismos de otros
conformando el arborescente simbolismo que identificará el nuevo orden
natural evolutivo, representando una secuencia genealógica de la vida
donde los seres vivos provienen y se suceden unos a otros formando
especies que tienen una constancia relativa, son temporalmente
invariables;
porque sólo el individuo es la esencia natural. Hay un orden perfilado
como una serie ramosa, irregularmente graduada e ininterrumpida,
bifurcada en sendos reinos –animal y vegetal- compuestos por series
filéticas sinfín. Relación de parentesco constitutiva del verdadero
método natural en detrimento de las artificiosas distribuciones
sistemáticas vigentes.
<<Durante mucho tiempo
pensé que había especies constantes en la naturaleza>>, explicaba
Lamarck en el auditorio parisino del Museo de Historia Natural con
ocasión de la apertura del curso zoológico el año 8 republicano.
Error que no se repetirá. Revisar el concepto de especie es la
consecuencia inmediata de observar la naturaleza bajo el prisma
transformista, episteme definible ahora como una secuencia bidimensional
espacio-temporal. El grupo específico es una realidad transitoria
constituida por individuos dependientes del medio, válidos sólo si se
mantienen las circunstancias ambientales.
En román paladino, la especie es un colectivo de individuos que durante
un periodo largo de tiempo se asemejan totalmente presentando pequeñas
variaciones accidentales.
Después, transcurrido un tiempo inverosímil para la existencia humana,
las condiciones del medio cambian gradualmente y los individuos acomodan
su formato orgánico a las nuevas necesidades –funciones- adquiriendo
otra conformación que heredan sus descendientes.
El conjunto constituye una especie diferente asimismo perecedera.
También puede ocurrir que un subgrupo, accidentalmente separado del
colectivo, experimente en otro espacio condiciones distintas adquiriendo
hábitos diversos que determinan otra forma biológica. El grupo
constituirá una nueva especie, teoriza Lamarck
incorporando al proceso de especiación una modalidad por separación
geográfica grupal a partir de la población parental con futuro dentro de
la biología evolutiva.
Las especies ya no son hijas del tiempo linneano, lo son de un medio
cambiante en el ciclo temporal y, en distinta medida, por segregación
poblacional. Hay, pues, dos vías de especiación para un mismo mecanismo
de transformación orgánica –modo- siendo la adaptación el motor de esta
casuística evolutiva; lo es como condición sine qua non a cumplir
por los seres vivos para sobrevivir. Nos enfrentamos a una naturaleza
conservante de la vida individual, no de la especie, mediante la
adecuada combinación adaptativa, suceso donde, racionalmente, el
fenómeno de la extinción carece de fundamento al no producirse la
interrupción existencial del objeto sino una continuada conversión
adaptativa. En tal caso ¿cuál es la correspondencia biológica
deducida de los datos paleontológicos? Los fósiles no identifican
especies desaparecidas de la faz terrestre, constituyen estadios pasados
y conexos de la misma materia testimoniando cómo fueron antes de
convertirse en su manifestación presente
igualmente perecedera. Son las piezas caducadas de un proceso
individualizado de sustitución no selectiva, no hay competencia ni
intraespecífica ni interespecífica. El cambio lamarckiano es sólo
acumulativo, la suma de partes convergentes en nuevas morfologías dentro
de una naturaleza variante en sentido paulatino, moderado e incesante,
nunca catastrófico. Cambiar requiere tiempo
y ocurre mediante los pasos sucesivos que muestran los fósiles.
Subrayando la inestabilidad
orgánica como una cualidad inaparente de la naturaleza, Lamarck enuncia
su teoría biológica sobre el origen material de la vida y el
común desarrollo multiforme de los seres vivos interconectados con la
historia geológica del planeta. Si a título general la hipótesis culmina
la idea de una naturaleza independiente, capaz por sí misma de alcanzar
tales logros,
el mensaje subyacente es un mar de dudas respecto a la letra pequeña del
proceso natural. El antídoto contra tal ignorancia es un innovador
programa de investigación. El naturalista debe ser ambicioso, no puede
ser timorato y limitarse a consumir tiempo y esfuerzo describiendo y
clasificando la serie infinita de especies, géneros, órdenes y clases de
ambos reinos habitantes del globo.
Identificar el objeto vivo no basta para reconstruir adecuadamente el
sistema biológico natural. Completar la tarea requiere descubrir cómo la
naturaleza dio existencia a los objetos vivos que la componen
renovándolos incesantemente.
Consecuentemente, la prioridad será analizar el conjunto de relaciones
que condicionan al sujeto para expresarse en un modelo
anatómico-funcional. Metodológicamente, el objetivo se traduce en
conocer la organización de los seres vivos estudiando los fenómenos que
acontecen durante la reproducción y el desarrollo, y relacionando los
efectos que las condiciones del medio y la manera de vivir ejercen sobre
los cuerpos.
Este es el significado particular de la biología lamarckiana impresa en
1809 con el título de Philosophie zoologique, un corpus de
principios sobre la vida animal redactado a fin de dilucidar en qué
consiste y a desvelar cuáles son las condiciones que el fenómeno
natural precisa para manifestarse corpóreamente,
concluyéndose que para conservar la vida los individuos experimentan un
proceso continuado de transformaciones adaptativas relacionadas con las
condiciones ambientales de cada momento. Adaptación, continuidad
filética y variación cronológica de las especies, son los pilares del
arquetipo evolutivo fundacional lamarckiano. Desde entonces la fórmula
ha viajado en el tiempo generando un intenso, polémico e incesante
debate sobre el origen y la temporalidad de las especies, dejando claro
que una cosa es afirmar el fenómeno de la evolución y otra conocer cómo
y por qué tiene lugar; tal y como reflexiona el paleontólogo George
Simpson en la década de los años cincuenta.
Así las cosas, hoy el pensamiento lamarckiano, lejos de caer en el
olvido, es un activo del ser y sentir evolucionista porque, impregnado
del saber biológico actual, su visión transformista de la naturaleza
ofrece un ramillete de posibilidades originalmente insospechadas. Con
ecológicas razones Ramón Margalef escribe que el <<fantasma de Lamarck
es difícil de exorcizar en las discusiones sobre evolución, porque la
idea fundamental, o por lo menos la idea aprovechable de Lamarck no es
la herencia de los caracteres adquiridos, sino que los hábitos y las
apetencias pueden guiar la evolución futura, por configurar, de una otra
manera, la constelación de las características que se eligen para basar
en ellas el proceso de decisión, o de selección>>.
El debate continúa. |
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Notas |
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HEGEL, G. W. F. (1997), Enciclopedia de las ciencias filosóficas,
Madrid, Alianza, pp. 308-309 (ed. original 1817).
Cf. DARWIN,
F. (ed.) (1958), The autobiography of Charles Darwin and selected
letters, Dover, Nueva York, pp. 19, 63, 66, 175 y 184.
Sobre el tema cf.
GALERA, A. (2002b), Creating
evolution. En PUIG-SAMPER, M. A.; RUIZ, R.; GALERA, A. (eds.),
Evolución y cultura, Madrid, Junta de Extremadura-UNAM-Doce
Calles, pp. 13-20. GALERA, A. (2001), Crear la evolución. El
fundamento religioso del origen de las especies,
Atalaia-Intermundos,
Lisboa, 8-9, pp. 141-147 (también www.triplov.com/creatio/galera.htm).
Carta de Darwin a Charles
Lyell,
11 de octubre de [1859], reproducida en
www.darwinproject.ac.uk/darwinletters (también DARWIN, F.
(ed.) (1887),
The autobiography of Charles Darwin and selected letters,
Londres, John Murray, v. 2, p. 215.
HAECKEL, E.
(1914), The history of creation: or the development of the earth
and its inhabitans by the action of natural causes, Nueva York,
Appelton, 2 vols., 6ª edición, vol.
I, p. 114.
FLOURENS, P. (1864), Examen du livre de M. Darwin sur l’origine
des espèces, París, Garnier, p. 15.
GOULD, S. J. (2004), La estructura de la teoría de la evolución,
Barcelona, Tusquets, p. 220.
QUATREFAGES, A. de (1896), L’espèce humaine, París, Alcan,
p.27. La referencia
apunta hacia Etienne Geoffroy Saint-Hilaire, seguidor de Lamarck y
artífice, en las décadas de los años 20 y 30, del evolucionismo
experimental teratológico; cf. GALERA, A. (2006).
Cf. el análisis expuesto en LAURENT, G. (2001), La naissance
du transformismo. Lamarck entre Linné et Darwin, París, Vuibert,
pp. 123-128.
LINNEO, C. (1760), Disquisitio de sexu plantarum, Vidovonae,
pp. 127-8; en. VERGATA, A. La (ed.), L'evoluzione biologica: da
Linneo a Darwin 1735-1871, Turín, Loescher, 1979, p 109.
BUFFON, (1778), Les époques de la nature, París, Imprimerie
Royale.
Analizamos el tema en GALERA, A. (2007b), Una historia de la Tierra. En CERVANTES, E.
(coor.), Veintisiete libros y un prólogo abierto para una nueva
biología, La Rioja, ADEBIR-Ed. Crimentales, pp. 49-53. Cf.
también GALERA, A. (1994),
Reflexiones sobre el modelo sistemático, el concepto de especie y el
mecanismo de la reproducción en el siglo XVIII, Nouveau monde et
renouveau de l’histoire naturelle, París, vol.
III, pp. 97-130.
Buffon, Histoire naturelle. «L'ane», París, Gallimard, 1984,
pp. 193-4; cf. GALERA, A. (1994).
El
testimonio de Buffon fue recogido por M. J.
Hérault de
Séchelles en su Voyage a Montbard; citamos por la
edición de F. A. Aulard, París, Librairie des Bibliophiles, 1890, p.
39.
DELAYE, Y. (1895), La structure du protoplasme et les théories
sur l’hérédité et les grands problemès de la biologie générale,
París, Reinwald, p. 369.
Moritz Wagner,
Die darwinsche theorie und das migrationsgesetz der organismen,
Leipzig, 1868 (The Darwinian theory and the law of the migration
of organisms, Londres, 1873), fue el primer planteamiento
general sobre especiación geográfica. A esta línea pertenecen, por
ejemplo, los trabajos de D. S. Jordan, <<The origin of species
through isolation>>, Science new series, 22, 1905, pp.
545-562; y J. T. Gulick, <<Isolation and selection in the evolution
of species. The need
of clear definitions>>, American Naturalist, 42, 493, 1908,
pp. 48-53; y ampliamente conocido es el modelo asimétrico de la
población fundadora definido por Ernst Mayr (Populations, Species
and Evolution, Harvard University Press, 1970).
Ibídem, <<Discours d’ouverture an 1806>>, p. 123. Cf.
también p. 47.
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Proyecto de investigación HAR2009-12418.
Una versión de este artículo ha sido publicada en la revista Asclepio,
vol. LXI, fasc. 2, 2009,
pp. 129-140. |
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Andrés Galera (Espanha)
Centro de Ciencias Humanas y Sociales, CSIC.
andres.galera@cchs.csic.es |
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© Maria Estela Guedes
estela@triplov.com
PORTUGAL |
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