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El poema citado pertenece a
Colectivo de escritores jóvenes, Santiago de Chile, 1985. Nadie sabe si
aún publica textos, o se los comió algún puesto público, Edwin Díaz,
nacido en 1959, ya tendrá le edad de las descargas y del cansancio, no
por viejo, sino por vivencias concebidas en medio de una ofrenda con la
poesía, más es posible que todo sea una leyenda: un joven que dirigía
poemas para matar el tiempo, una arma de palabras para descargar
fastidios, o un artesano del mundos para construir silencios. Un
enamorado de una adolescencia hecha de tragos en media noche de fuma y
de quejas por la vida: “Imagen. Imagínate/ he creado/ un espacio/ que
por rara/ coincidencia/ se proyecta/ en perfecta/ comunión/ con tus
labios”, pequeña arenga de un desafortunado amante que quería ver en el
deseo todo la poesía posible para construir una imagen del alma. Más si
uno vuelve a los adolescentes turbios, a los inestables paradigmas del
poema en ciernes, no podremos olvidar a Tudor Arghezi, el gran rumano,
cuando no deja la nostalgia colgada de un árbol nervioso, de una
pubertad sin rumbo, simple, casi cuerdo loco, más siempre nos deja a pie
entre nariz y boca, la otra fuerza de su pasado y de un porvenir por
inventarse siempre: “tan sólo heredarás cuando me muera,/ únicamente un
nombre sobre un libro./ En una noche hirviendo de revueltas/ llegó de
mis abuelos hasta ti”, son abismos profundos, son barrancos, libro
escalón para seguir viviendo. [1] Por eso el alma es imprescindible, un
bello invento de lo que hablaba María Zambrano, no la epidermis de la
imaginación sino la condensación de una espiritualidad con el centro en
los pies del mundo. La pregunta no es fácil, pues la apuesta en ateísmos
termina casi religiosa. Aquí se trata de una fuerza, nada racionalmente
concebida, pero si de una lógica de rigor incuestionable. No se trata
del Alma, con mayúscula, de esas advertencias metafísicas entre el arte
de perder el cuerpo para ganar un halito de esperanza casi a crédito. Se
trata de un no advertido código, de una no noción de claridad y de orden:
Alma antes que la foto no dibujada, antes que el libro de la memoria del
abuelo sabio, antes que la piedra que se vuelve talismán y lleva un
testimonio del mundo geológico que se deshace y se hace en miles de
episodios con el magma, la profunda boca del dios Pan, Pánico, Caos,
orden primigenio. Se trata de Alma, nada de nociones de catecismo,
credos, fervores, es una capacidad de tarantela, fiesta mística y
gozosa. El Sufí, el derviche, el canto maya, el chamán, el tan-tan de un
tambor hasta reventar los dedos, el enamorado de dos pétalos cuando la
flor no tiene nombre, pueden describir mejor la condición de alma. Es
poco probable encontrar un desalmado, un armado, un embestido de
tinieblas, un asesino en prácticas de absurdo, es más fácil encontrarlo
almado, pues no es que no tenga alma, sino que han perdido su bitácora.
Seres sin sentidos, no por falta de los cinco dedos de su mano, de los
cinco olfatos de su cuerpo, de los cinco ojos de sus sueños, de las
cinco lenguas de sus imprecaciones, de los cinco oídos de la
supervivencia, tal vez más, puede que ha perdido la capacidad de
preguntar por el sinsentido de sus preguntas con la soledad y el miedo.
El mejor ejemplo de esa condición
de alma esta en César Vallejo, la pregunta por el pan que siempre
velamos como un cadáver, con dos cerillas y un hambre gigantesca de
esperanza. La precariedad y el don de sostenernos en medio del abismo,
la historia de su tierra en un París con aguacero, en el barrio con dos
calles en medio de una metrópoli de inciertos. La gran duda, si, la gran
duda por no saber del cielo pero no abandonar el alma, cosa bella,
extraña, humanamente humana, una fuerza interior que nos concedió las
alas.
Rimbaud encontraba una forma de
alma desdeñosa pero sabia, no cabía una perdurabilidad de la belleza
sino de la existencia. Cuando uno descubre en una noche que puede sentar
la belleza en sus rodillas, encontrarla amarga, y luego injuriarla, es
una forma de armarse contra todo tipo de justicia, la de los códigos
estéticos, la de las almas alteradas por registros finos de la
perfección. En una violencia de culatas y de vértigos de fusiles,
Rimabud conoce las formas del alma de la noche. Los verdugos muerden,
las plagas se ahogan en la arena, la desdicha es una forma de decir, se
dice en otras formas lo no dicho, las almas es la horrenda risa del
idiota que es cercana a la santidad. Rimbaud nos pone de frente con el
último Cuac, la llave del antiguo festín, el paraíso es el alma, mejor
la alma que nos contribuiría a recuperar el apetito. Cerca de esa alma
esta Alejadra Pizarnik, la alma de ella es la noche: “Poco se de la
noche/ pero la noche parece saber de mí,/ y más aún, me asiste como si
me quisiera, /me cubre la existencia con sus estrellas”. [2] Una
vertiginosa forma de convertirse en sombra, de abandonar la consistencia
de una materialidad pragmática, mejor, de ser cuerpo refugiado en el
bosque interior de su propia noche imantada. Pero hay almas siempre
diferentes, veamos otras formas de armar almas en medio de un
descreimiento tácito, mejor, almas que salen errantes como pensamientos
convertidos en frutos. Almíbar Osorio, en Vana Stanza, Divan selecto (
1962-1884) , nos deja otro ropaje para el alma: Stanza: “ Allá hay algo/
que quiere venir hasta este sitio/ Aquí hay algo/ que quiere ir sin
atravesar la galería./ Y decir algo que aún se oye( puede ser el eco)/
Pero por la galería viene algo/ que cierra las puertas con estrépito (
puede ser el viento)” , alma de la nostalgia, de lo imprevisto recordado
siempre, de seres inventados en la memoria de una mitología personal,
alma de las cábalas personales, pero más que eso, alma de un territorio
insomne, donde nadie duerme mientras eco y viento nos delatan nuestros
faltantes en las estancias del delirio. También me encontré con una
forma simple pero a la vez compleja de mirar lo de las almas: “Parto la
manzana/ Olor de pérdida: / Veo caerse los bosques”. [3] Puede ser una
escritura que no se escribe, se perfuma, alma de una pérdida, el boscaje
esta derretido en la memoria, la manzana es un paraíso deshecho, todo
cae, el físico determina la caída de los cuerpos, sólo observa, el dueño
de la Ballesta sabe que la manzana esta en la cabeza de su hijo, la
manzana no ha envenenado a ninguna ninfa, es una cuadrilátero de calles
en un trazado urbano, el bosque esta en el secreto de una planta
sembrada en el solar de la infancia.
Almas hay de todo tipo, las hay
andariegas y casi enfermas de vitalidad. He visto almas alfombra, de
esas que un día son tapetes voladores, como en las Mil y Una Noche y al
otro día cargadas de tristeza y polvo casero se acuestan con un par de
zapatos y una mochila sin uso. También las he visto, almas canoras, no
cantoras, como pájaros que gorgojean idiomas indescriptibles, lanzan sus
epítetos furiosos con el mismo amor que conquistan el nido de una luna
con plumas. Almas noche, almas sin estuche, desnudas caminando por los
pasadizos de una casa desvencijada. Almas con un trompo y una piola y
todos los días tiran hacia el piso un universo de madera por el simple
placer de verlo girar.
Bob Marley tenía alma de humo
danzarín, ritual de almas juntas, santoral de una aldea universal. Li
Po, copa en mano preguntó a la luna: “Yo estoy ebrio y el ermitaño,
feliz/ Juntos hemos olvidado las penurias del mundo”.
[4] Para cada cual las almas, cada cual sus búsquedas.
En Corozal, Majagual, Magangue,
Sahagún, Planeta Rica, Ayapel, el alma es pura sabana, un rito entre un
tambor de alborada y un ritmo de ron cantado entre vagabundeos de
potrero y leyendas de cantor. En Yaramal, Entre Rios, Amalfí, Remedios,
Yolombó el alma esta enterrada entre una vasija de oro, un canto negro y
un rosario. En Popayán el ama se fugó del cementerio, en el puente del
humilladero deja señales en la noche, entre una mata de coca y un
arcabuz con hidalgos apellidos. En Cali el alma sale descalza, baila
sola en medio de la gente, la salsa es un condimento para ahuyentar las
tristezas del hambre y los disparos de los catequistas del norte. En
Calarcá gime aún el cacique, en las monedas de diez centavos pusieron la
esfinge de un olvido con el cual nadie podría hoy comerciar. En Ibagué
ni Galarza se queda con su disfraz de bombero, hay una altanera alma de
guerrero triste y de canto nocturno, aparecen el parque Fundadores dos
goteras de cielo derretidas por una juventud con el nevado en la cabeza
y los movimientos geológicos en sus piernas. En Armero el polvo es
celebre, hace nupcias con la muerte y las plataneras, con el arroz y con
los llantos. En Lérida todavía las amas caminan por el Venadillo, salen
desnudas a preguntar por una camisa de agua y una manta de oxígeno. En
Medellín se borra la memoria de las almas, no penan ni están en sosiego,
cada alma esta fumando un poema en una esquina, una abuela con el alma
en la mano dispara una queja, una viuda sale a desalmar el barrio, un
gerente busca su alma en un cuadro de estadística, un alcalde piensa
encontrar las almas en un festín de flores, las flores acomodan sus
almas en un jarrón de pétalos plásticos.
Hay de algunos que tiene su alma
encerrada en la pirámide, en el piso de las especulaciones, en la esfera
de la desesperada vuelta a las loterías. Alma que se sonroja en la
palidez de un sábado sin comida tratando de agasajar una visita. Alma
azul como una poeta de quitasoles y de silencios a intervalos entre
amores y palabras.
He visto el ama de un albañil
puesta en el último retoque del pañete, el la palustrada del revoque, en
la ventana con dos adornos hechos de gratis para inmortalizar sus deudas
y el acto constructor de una belleza ajena.
Bello el carpintero que hacía
crucigramas y en el barniz dejaba una lagrima, untaba su pegante
narcotizado por un libro que leía a media noche, clavaba un estacón para
no dejar mover el mueble de la vida.
Bello el ajedrecista que cortaba
telas y cocía ropa para obreros de la madrugada. El que hacía guitarras
y peluqueaba cantineros por dos copas. El que salía vestido de domingo a
ofrecer el alma al infortunio de un cielo a crédito y luego volvía a la
casa santificado por las putas. Bello el que hace pan y vende recortes
de tostadas en bolsas de silencio, el que sabe de la harina y come con
tristeza. Ellos hacen almas a diario, vende fruta, cantan canciones con
periódicos ofrecidos no como noticia sino como ritual para envolver la
carne. Almas de recolectores de gruñidos, los que toman dos gritos y los
convierten en paletas. Los que a punto de amenaza se convierten en
trashumantes de los barrios. Los que no pagan la luz por que les
encandilan las cuentas. Alamas hay, yo las he visto padeciendo un cáncer
de miedo, carcomidos por el desamor, buscando en un rincón de la casa
una voz que les ayude a inventar una canción. Alma, armario, arma,
almacén, almacigo, revolcón, silencio, almas que a penas han logrado la
voz son silenciadas por el ruido, dejándoles sin aliento para descubrir
el otro lado de la Luna.
Por ahora, no siendo más, alma,
dejaremos descansar el cuerpo y fortificar los sueños.
Esto de preguntar por las almas es
muy similar a preguntar por una vecina loca que vive entre nosotros. Una
loca que cada que es invitada nos deja perplejos, pues del alma no
sabemos sino un retazo de nosotros mismos. |