El mundo cabe entre el índice y el pulgar…
A Clemente Padín
El mundo cabe entre el índice y el pulgar,
apenas separados: cóncavo
y convexo, el Mal de ojo,
bosque, escombro, óxido de pala y remo,
Finlandia, la espina, la niebla y el gusto,
alquitrán, encina, lagarto, magia
y pesadumbre, mula, avaricia,
Metternich, abeja reina, Buda,
la gloria y el vuelo de la mosca, que la supera,
Sacré-Coeur al mediodía,
desierto, biblioteca, arrecife coralino,
bastón con empuñadura,
papel y escarcha, un pocillo con agua de lluvia,
el matiz, el pozo, la llama,
la seda, el ala del murciélago, la seda,
la ola vista de lado, el turquesa;
cabemos nosotros, ahora
que el día cae, envuelto en humos, hacia Oriente,
y todo deseo se resuelve en simetría,
toda ley deriva, ciega y asimétrica,
el aire se retira y en cuanto deja
asume pez traspasado por agujas.
Arco iris de sucesivos grises hasta el negro…
Arco iris de sucesivos grises hasta el negro:
¿quién que da muerte podrá darte la vida?
Ése camina sobre el agua, ¿para qué,
si sabiendo nadar no nada
y si no, no se ahoga? Se avecina
lo esperado, lo inesperado,
el gallo canta después del alba
para anunciar que, pese a la luz,
sigue siendo de noche. ¿Quién
comprende, abre los ojos,
entiende el porqué del golpe seco
del amor como látigo
contra el espejo? No
logro darle un nombre
a todo esto, una talla,
una fórmula; sólo con aire
no es posible lograr
que alguien respire,
pero ¿qué otra cosa?
Ahora estoy desnudo ante el silencio.
Estás desnuda y el silencio
te lleva en sus brazos
más allá del número y su borde;
no queda casa, plato, camisa,
apenas cenizas de padre,
que el viento, cruel o piadoso,
ya dispersa.
Si estiro el brazo, tal vez alcance. Al menos roce…
Si estiro el brazo, tal vez alcance. Al menos roce
esa materia jamás bruñida o cincelada,
con la que jamás se hizo una copa,
una bailarina, un códice. Si me extiendo
en sueños hacia donde más refulge,
hacia donde más y mejor irradia.
Pero, ¿qué veía o creyó ver Turner
en el momento en que se abrían de golpe las ventanas?
¿Qué encontró el hijo de Swansea
en el amarillo y en el mar austero,
luego de la primera muerte,
por entre las parábolas del sol
y las leyendas de las verdes capillas?
¿Vino puro, antes de la lluvia?
¿Garzas limpias de barro?
¿Alta cúpula sobre cuya aguja hay un pájaro inmóvil?
¿Pasarán ante mí un amor desatado,
una nítida caligrafía con aspecto de nieve,
un dorado sin error,
un iris libre de mercurio?
Pero, si me alargo, ¿y es sólo el engaño, el espejismo,
un rocío de belladona, seis estratos
de locura que creeré almohada,
una edad que, antes de ser, ya será fósil?
Poseído, libre, a mis ojos se abre…
A Christian Gustavo
Binderfeld
Poseído, libre, a mis ojos se abre
el mar y respiro del mundo el primer eco
y percibo más allá del yodo figura
y ganancia de locura, de amor;
qué breve el sentido, qué ancha el alba,
y qué suave martillo el que golpea
la cabeza cuando en ella todo es sueño, verdad.
A una pulgada, el asilo.
A una centésima, el hospicio.
Qué zumba en el oído cuando no hay olvido,
cuando la escena encuentra precisión en cada acto;
ahora descalzo en el ensalmo, el hechizo,
la santa guadaña profana el agua
para hacerla sábana que envuelve,
de a poco, a los desnudos.
Limpio, tatuado, adelgazo
hacia el origen, el final,
me inclino sobre una luz hembra,
sobre un amplio y justo diluvio
que sepulta a todos menos a niños y vírgenes.
A un paso, los firmes astilleros.
A dos pasos, el tembloroso verbo
que abraza al relámpago;
qué vibra cuando el zorzal
huye de los dientes del perro,
vuela hacia donde Adán escarba dos veces la tierra
antes de plantar en cada hoyo
un azahar y un licopodio.
¿Y si pierdo la conciencia? Resbalo…
A Liliana Herrero
¿Y si pierdo la conciencia? Resbalo
hacia lo inefable con mirada de cordera,
envuelto en polen seco, seca
mi boca desde la que se ausenta todo verbo
desde aarónico hasta zurubí.
Por el canal más estrecho, un pez sin ojos.
Por el canal más ancho, un ciervo sin ojos.
¿Y si pierdo el brazo derecho? Río
con risa sin causa, lloro
con llanto sin razón, acabado el libro
y conducido el niño al sacrificio;
sin cimiento, todo debe ser apuntalado
en medio de la tempestad,
nadie está desnudo,
nadie disipa el humo
para ver lo que arde, casa o zarza.
¿Y si retrocedo vidas hasta la almeja? Apoyo
un dedo en la sal, algo,
desde alguna parte, confirma
al mundo lo inútil de ese gesto;
más vale dejar que se retire
lo que deba retirarse
y acuda lo que deba acudir,
resuelta en hilos la alegoría
y de esos hilos sostenida sobre noche y abismo
lo que llaman alma y yo,
respiración de buey
que sabe de agua y sed y el resto lo ignora.
Nadie vendrá a vestirlas. Pero todavía…
Nadie vendrá a vestirlas. Pero todavía
ayunan en lugar de llevarse ceniza a la boca,
meten la cabeza bajo el agua
y besan el lomo de un libro sumergido;
hay –quedan, no obstante- un árbol, un repique,
una grava que se prodiga a la pata del caballo,
una nota en la maleza, un silencio
que se estira hacia el diapasón.
Así y todo, ¿qué marco, labrado, conserva en sal,
tatuaje y talón, beso de novio
y novia en la flama? Desnudas: nadie vendrá,
ni por lástima, ni curiosidad, ni aburrimiento.
La hora cae como fruta grávida…
La hora cae como fruta grávida
sobre el último instante que ya nadie conjura:
ni vía hacia las especias, ni lengua roja
contra el frío del saurio, ni ella, ni yo, ni olor, ni
hebra;
qué incesante, sucesivo, imperioso
hacia el tendón que la vida no justifica,
lo que regresa sin motivo, huye sin razón,
bebe sin tener sed y nunca es poco ni suficiente.
Si le acercaran, tal vez, un grano de polen.
O, quizás, un mínimo seno tallado en arcilla.
Pero llueve en silencio y el número se disipa,
el mundo se presenta en espectro,
el amor en efigie, bajo una tierra sólida y violeta;
podría decirse es al revés, ¿sólo eso?
¿al revés no habría lo que ahora hay,
armado en espejo, con los mismos huesos?
Octubre, 5, 2009.
¿Y entonces, por qué vía, a lomo de qué idea..?
¿Y entonces, por qué vía, a lomo de qué idea?
¿Hasta dónde y a partir de allí
qué hierbas, ramajes, temblores, consuelos?
¿Esperar el gesto del dios escondido en cada cosa,
su caprichosa acción ajena
al constante movimiento de tensores y poleas?
¿Por qué, entonces, florece en su hora
y en su hora lo florecido se marchita?
Por bosques de sueño y sangre,
de un lado la dolencia y del otro, su aparente cura,
demasiado ataviado para la muerte
y demasiado desnudo para la vida,
mientras crecen las preguntas
como hierbas en una tierra ablandada por la lluvia.
Octubre 5, 2009 |