VERSOS Vuelvo a escribir, aconsejado
por la inerte forma
de mi sombra.
Con una aspiración empiezo:
no quiero ser poeta, quiero ser un verso.
De Bécquer, una golondrina sin regreso,
o un río susurrando a los amantes,
el Duero, de Gerardo Diego.
Un soneto, una metáfora, el amor
humillado y aun así enamorado,
lo prefiero, a saborear atardeceres
nublados por nimbos de tedio.
Invento rítmicas ondas
expandiéndose en las frases,
compendio de sentimientos
a lo ancho de una vida,
la mía, diré, aunque de ella
no soy dueño, sólo
su sonoro instrumento.
Me iré y vosotros, resguardados
en los estrechos renglones,
permaneceréis lozanos, quizá abolidos
por el oscuro olvido,
e indiferentes, eso sí, no tengo
la menor duda, a mi horizontal cuerpo.
Soy un puerto para la poesía,
prólogo reflexivo, idéntico epílogo
pero con distinta rima.
Todo, menos un verso.
Qué énfasis pongo, qué dureza
descargo, al reafirmarme de lo dicho,
en los luxados acentos.
Gárgolas blancas, desnudas
aguardáis mis
pensamientos.
Os contaré algunos, otros
omitiré,
aquellos que me
embriagaron
de penuria y desamparo,
aquellos hundidos en el
dolo,
aquellos, ¿para qué?.
Y si no puedo daros rima,
raíles que os conduzcan
a un destino, la libertad
os concedo, gloria en el
silencio.
Sois afortunados, vais
donde
la inexistencia finge
espacio.
¡Escapad!, ¡rápido!,
antes
de que quede rígido
vuestro vuelo.
Versos. Por no ser uno
de vosotros, los míos
quemo.
Atrás, el fuego me
reclama,
y al girarse la
curiosidad,
la memoria halla en
llamas.
¡Ay de mí!, comprendo,
primero
se es poeta y luego –nunca
seré- verso. |