REVISTA TRIPLOV
de Artes, Religiões e Ciências


Nova Série | 2010 | Número 02

 

 Yo, que entiendo el cuerpo. Y sus crueles exigencias. Siempre
conocí el cuerpo. Su torbellino atolondrante. El cuerpo grave.
(Personaje mío todavía sin nombre.)

Clarice Lispector

Viene en mi ayuda, para dar inicio a este trabajo, la Dra. Clarissa Pinkola Estés, psicoanalista junguiana, poeta y narradora de cuentos, quien ha estudiado la biología de la fauna salvaje y de los lobos en particular. Nacida y criada en medio de la naturaleza, como ella lo describe (nació en los límites-primera frontera explicitada en esta ponencia-entre Estados Unidos y México, después de la Segunda Gran Guerra), durante su infancia ya había empezado a vislumbrar los rasgos comunes entre las mujeres y los lobos. Puedo resumir los más importantes sin ampliar esta temática que constituye sólo un camino hacia el núcleo de este trabajo; “tienen en común los lobos sanos y las mujeres sanas: sutil percepción, vigor lúdico, gran capacidad para la demostración del afecto, tenacidad y resistencia física, defensa de “la manada”, coraje, lealtad y adaptabilidad. Aunque también tienen en común el hecho de haber sido perseguidos y hostigados, acusados de agresividad o debilidad según el caso y además poco valor por parte de sus detractores.” (1)

Coincido con la perspectiva de Pinkola Estés respecto de la voz de la mujer, tan sonora y nítida como la de los lobos, que aún a la distancia de siglos cualquiera que así lo desee puede oírla y además comprenderla.

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Maria Estela Guedes  
   
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La escritura del cuerpo recuperado en Clarice Lispector

 Emilce Strucchi

 

                                                                 Clarice Lispector

   
   
   
   
 
 
 
 
   
   

También estoy de acuerdo con su planteo en relación al cuerpo, cuyas raíces antiguas la mujer trae grabadas en su psique instintiva. Parte de mi experiencia clínica lo reconfirma. El arquetipo de La Loba o La Huesera se resume en este relato que transcribo parcialmente: “Hay una vieja que vive en un escondrijo del alma que todos conocen pero muy pocos han visto. Como en los cuentos de hadas de la Europa del Este, la vieja espera que los que se han extraviado, los caminantes y los buscadores acudan a verla. (…) La única tarea de La Loba consiste en recoger huesos. Recoge y conserva sobre todo lo que corre peligro de perderse. (…) Pero su especialidad son los lobos. Se arrastra, trepa (...) en busca de huesos de lobo y, cuando ha juntado un esqueleto entero, (...) y tiene ante sus ojos la hermosa escultura blanca de la criatura, se sienta junto al fuego (...) se sitúa al lado de la criatura, levanta los brazos sobre ella y se pone a cantar. Entonces los huesos de las costillas y los huesos de las patas del lobo se cubren de carne y a la criatura le crece el pelo. La Loba canta un poco más y la criatura cobra vida y su fuerte y peluda cola se curva hacia arriba. La Loba sigue cantando y la criatura lobuna empieza a respirar. La Loba canta con tal intensidad que el suelo del desierto se estremece y, mientras ella canta, el lobo abre los ojos, pega un brinco y escapa corriendo (...). En algún momento (...), el lobo se transforma de repente en una mujer que corre libremente hacia el horizonte, riéndose a carcajadas. (...) si te adentras en el desierto y está a punto de ponerse el sol y quizás te has extraviado (...) y te sientes algo cansada, estás de suerte, pues bien pudiera ser que le cayeras en gracia a La Loba y ella te enseñara una cosa… una cosa del alma.” (2)

Si hacemos una lectura con perspectiva psicológica de la obra y también la vida de Lispector (o al menos en mi lectura y con los datos que tengo a mi alcance), sucede, entre muchas cosas valiosísimas, una ¿coincidencia? apasionante: mientras en Estados Unidos Pinkola Estés (1945-   )-muy influida por sus antecesores de Europa del Este-investigaba mitos y relatos en pos de verificar ciertos principios de una teoría y su práctica psicoterapéutica; en Brasil, Clarice Lispector (1920-1977), Ucraniana nacida una guerra antes- podemos decir-en un pueblito llamado Tchechelnik mientras su familia huía hacia aquel país de Sudamérica, había sido la encarnación de dichos principios en su vida y muy especialmente en su escritura, tanto en los escritos germinales más juveniles como en su literatura final-tan cercana a la filosofía-que escribió durante su última década de vida. (3)

Y si de trasponer fronteras se trata (llegamos a una segunda referencia de trasposición esencial), no hay duda o al menos no tengo duda de que Clarice Lispector hizo una literatura de atravesamientos, permanentes actos de libertad en pos de superar el límite de un lenguaje-debo también decir del silencio-imperante por entonces para la mujer en general y las escritoras en el caso particular que aquí se trata.

Si retomamos el mito de La Huesera o La Loba, podemos decir que Clarice cantó con honda voz, desde las entrañas cantó, desde sus raíces; y dio a luz una literatura nueva en Brasil y en Latinoamérica: escritura de sensaciones, no de acontecimientos (“no soy intelectual, escribo con el cuerpo” dijo nuestra autora).

Como en el mito redescubierto veinticinco años después, ella canta para infundir vida a lo que está enfermo o necesita recuperarse (4). Y lo hace en soledad, en íntima conexión con lo propio. Recobra el cuerpo, digo, lo revive en medio del desierto social-y de su desierto personal-en que estaba sumido; cantaescribe emociones y estremecimientos que la cultura logo-falo-centrista había ignorado y hasta caratulado incluso como “debilidad” propia de las mujeres. En una hipótesis tal vez demasiado arriesgada podría si no afirmar, al menos preguntarme si lo que intentaba revivificar era el suyo o el cuerpo materno… (5) Para seguir dando un panorama de cuestiones “originarias” del nacimiento y la infancia, ésas que instalan huellas hondas, duraderas, es necesario compartir, además, que nuestra autora nació como se dijo en Ucrania “alrededor” de 1920 (mientras la familia huía de los progroms), y fue criada en Brasil, país cuya nacionalidad luego adoptó. Y digo “alrededor” porque la documentación es algo confusa, se trata de traducciones (y de comienzos del siglo pasado) y también podría tratarse del año 1921; el mes, octubre o diciembre. Ni qué decir, Clarice alguna vez habló (¿por coquetería?) del 1925 y por alguna extraña razón varios estudiosos de su obra tomaron ese año como el de su nacimiento (aunque si uno investiga sus años escolares y sus mudanzas, la fecha debe haber sido casi con seguridad 1920). Nacida en tránsito, a principios del siglo XX-que no es ningún dato menor-, entonces, durante los tumultuosos años de post Primera Guerra Mundial, era la menor de las tres hijas del matrimonio Lispector.

En su niñez Clarice perdió a la madre; en su juventud, al padre. Ni bien se recibió de Abogada se casó y durante 16 años viajó por el mundo junto a su esposo diplomático, cumpliendo el rol socialmente estipulado (“todo ese mes de viaje no hice nada, no leí, ni nada-soy enteramente Clarice Gurgel Valente” le escribió a su amigo Lúcio Cardoso). Matrimonio y maternidad, también se constituyeron en tránsito, fuera de su querido Brasil.

La búsqueda de identidad y de una salida es tema de buena parte de sus escritos; y es también búsqueda de un lugar que es país-casa-cuerpo, vida cotidiana, pasión y literatura. En su libro Silencio (en la magnífica traducción de Cristina Peri Rossi), en sus dos primeros y perturbadores relatos, Clarice nos sumerge desde los renglones iniciales en la esencia de su escritura: una suerte de caída inicial en ese hueco desconocido (o inconsciente) que parece aludir a Alicia en el país de las maravillas: Le parecía que […] había entrado por una especie de estrecha abertura […] como si hubiera entrado de soslayo por un agujero hecho sólo para ella. El hecho es que cuando se dio cuenta, ya estaba adentro.

Ese primer relato del libro se llama “La búsqueda de la dignidad”. Así, vertiginosamente y sin defensas, nos despeñamos en el pozo ¿o la maravilla? de la vejez del cuerpo: [...] perdida en los meandros internos y oscuros del Maracaná, ya arrastraba pies pesados de vieja. Y también caemos en la sexualidad de ese cuerpo de mujer un agujero hecho sólo para ella; cuerpo viejo, apenas tocado, más bien rechazado en varios de sus cuentos y casi sin identidad para un mundo que ya aplaudía una juventud por demás efímera. Por otra parte, no me resulta difícil imaginar la gestación de una creencia en una niña de 8 años que vive con su madre enferma como una vieja (joven).

Como si nos llevara de la mano, tal vez literalmente con su mano de eximia escritora que nos arrastra por las páginas de sus libros, caemos con Lispector, leyéndola; sufriéndola descendemos con ella en ese pozo, mientras buscamos y redescubrimos nuestra dignidad-y su menoscabo-. (6)

En el párrafo previo hablé de caída; caída pero también nacimiento estrecha abertura en medio de los escombros (para mí una clara alusión al cuerpo de la mujer en el instante en que está pariendo), y al mismo tiempo símbolo de penetración había entrado por una especie de estrecha abertura-lo que abre la puerta al tema de la sexualidad-. En el segundo cuento del libro antes mencionado asistimos al viaje y a la vez somos ese viaje en “La partida del tren” que va ahondando más y más en el sentido de la vida: en la vejez, el amor y la muerte (sus protagonistas son una vieja de 77 años y una mujer de alrededor de treinta y cinco; la primera viaja para ir a vivir sus últimos años a la casa del hijo y la otra a visitar a sus parientes pues está recién separada).

Desde su ser en el mundo y una angustia existencial flotante que se capta en cada lectura, Clarice nos hace aseverar su indagación en la filosofía, la psicología y quizás incluso el ocultismo para trascender su cuerpo y reflexionar sobre la condición humana, Dios, el mundo, la libertad. Tal vez su obra paradigmática (y genial) con respecto a esta búsqueda de la esencia del ser, la constituye La pasión según G. H. donde la creencia de la muerte de una cucaracha que al fin sobrevivió, la lleva a identificarse y preguntarse por el ser.

La escritura de Lispector, desdoblada casi hasta el desquicio, despliega una mirada sagaz y despiadada hacia afuera y adentro de sí; busca alguna respuesta para el dolor y la soledad de la-de nuestra-existencia humana.(7)

Con maestría singular su biógrafa, Nádia Battella Gotlib (8), nos trae muchos datos que iluminan la niñez dolorosa y a la vez “despreocupada” de Lispector. Como una señal desde el inicio, la niña reía y al mismo tiempo buscaba con poco éxito amigos con quienes jugar; o anhelaba comprar un libro al que no podía acceder y por el cual era capaz hasta de someterse para conseguirlo. O era capaz de inventar e interpretar una bella pieza musical al piano solamente en el año de la muerte de su madre. Tantas y variadas contradicciones luego se verían amplificadas con esplendor único en su escritura, como una conmovedora y ansiosa búsqueda de sentido, con su rabia muchas veces y una melancolía de la que no desaparece nunca una ironía en ocasiones bastante cruel. Ella era gorda, baja, pecosa y de pelo excesivamente crespo, medio pelirrojo. Tenía un busto enorme, mientras que todas nosotras éramos planas. (…). Pero qué talento tenía para la crueldad. (…) toda ella era pura venganza. (9)

Por todo lo anterior, esta presentación sostiene la peculiar modalidad que asume la “escritura de cuerpo que se narra” en Clarice Lispector, o que busca un soporte narrativo como manera de contrarrestar su mismidad de raíces inestables.

Es un cuerpo que solicita y hasta exige; y Clarice que lo escucha y le pone voz y canta como pocas: canta desde fingimientos y condicionantes sociales hasta nuestra desnudez. Así es narrado su ¿personaje? Lori, de la novela Aprendizaje o el libro de los placeres: […] hasta que su rostro blanco de polvo parecía una máscara, estaba poniendo sobre sí misma algún otro: ese alguien era fantásticamente atrevido […] La máscara la molestaba, para colmo sabía que era más guapa sin pintura. O en un cuento de El vía crucis del cuerpo, donde hace referencia a la máscara debajo de la cual late el rostro desnudo. Clarice es brillantemente capaz de trascender la frontera del género para presentar la desolación del ser y la existencia nuestra como humanos; será por eso que resulta tan fácil tenerla cerca, como compañera de ruta.

Si la identidad es nombrar el cuerpo como propio (mi cuerpo, cuerpo mío, o bien yo habito este cuerpo mío), ese acto significa que existe un Yo diferenciado del resto del mundo viviente. Y en Lispector este Yo asume una forma corporal casi siempre femenina, en ocasiones infantil o joven y la mayor parte de las veces madura o vieja: un cuerpo dueño de un dolor psicológico angustioso por la conciencia que tiene de su envejecimiento y mortalidad. “Me da rabia pero la acepto” dijo en una entrevista en referencia a la vejez. Por otra parte, en sus trabajos como cronista y en sus relatos, o en la correspondencia que mantenía con su íntimo amigo Lúcio Cardoso, por ejemplo, nos muestra a una mujer que se percibe “tironeada” entre su “función estatuida” (esposa de un diplomático, madre, ama de casa) y sus ansias de escapar de toda rutina y escribir y escribir. Gran parte de su obra plantea esta batalla de roles identitarios. Por cierto, ella transportaba su máquina de escribir colgada al cuello y la apoyaba en su falda mientras acompañaba y veía jugar a sus hijos...

Y si la identidad se configura a través de modelos de identificación y de rechazo, el relato erótico “Mejor que arder” del libro Vía crucis del cuerpo, nos conecta fuertemente una vez más con el tema de cuerpo recuperado, y notas de la época y la herencia de condicionamientos; también con las rebeliones de la autora. (10)

Llegada a este punto, soy conciente de que es necesario dar un cierre, provisorio por supuesto, a esta presentación. Remarco entonces la búsqueda interior incesante de Lispector, y la recuperación del cuerpo en una voz nueva, original, que se arriesga a mostrar cabalmente su desesperación.

En resumen, nuestra escritora asume un paradigma de cuerpo que se narra o que busca soporte narrativo como manera de configurar una identidad de raíces sólidas.

Lo que a mi entender la hace única es que produce una obra literaria capaz de superar las barreras personales, y de la literatura, y de su época. Sin temor ambas-la creadora y su obra-se plenifican curiosamente simbiotizadas en una multiplicidad de asociaciones libres. Clarice Lispector fue capaz de mirarse, escucharse, traducir y transcribir la voz de su inconsciente; trató de no dejarse atrapar del todo por él. Podemos hablar en presente: Clarice “es” capaz; ella vive y nos inspira con su magnífica creación.

 

 

(1) STRUCCHI, Emilce. El canto de la mujer salvaje. (Artículo inédito, 2009)

(2) PINKOLA ESTÉS, Clarissa. Mujeres que corren con los lobos: mitos y relatos del arquetipo de la Mujer Salvaje. Ediciones B, 2001. Barcelona (España)

(3) Ella refirió en una nota que durante la época escolar nunca elegían sus relatos para ser publicados pues no constituían descripciones de hechos tal como lo indicaba la expectativa social de entonces.

(4) No hay que olvidar esa inagotable fuente de dolor y culpabilidad que ella reiterara en una  nota dada al Diario Clarín poco antes de su muerte, donde Clarice se refería a la culpa constante por haber defraudado a sus padres, sobre todo a su madre que padecía una enfermedad que en su tiempo decían que se podía curar al tener un bebé. Así fue como “buscaron” y nació Clarice. Pero su madre siguió empeorando hasta morir cuando nuestra escritora tenía alrededor de 9 años.

(5) Una infección (probablemente sífilis), afectó el sistema nervioso de su madre y le provocó parálisis general progresiva e invalidez hasta su temprana muerte.

(6) Su muy conocido cuento “Una gallina”, del libro Lazos de familia, que fue publicado en 1960 e incluye cuentos escritos con anterioridad y algunos de ellos publicados antes, es un ejemplo de la temática general que aborda en éste y otros libros: la mujer como madre y esposa, en sus relaciones peligrosas con familiares y amigos y, por sobre todo, con ella como ser humano. En el prólogo de Clarice Lispector. Cuentos reunidos, Miguel Cossío Woodward afirma (…) ”toda una alegoría de la condición femenina, la maternidad, la libertad y la salvación por medio de la creación” (…). En el cuento la gallina, perseguida y atrapada para ser luego matada y comida, del susto puso un huevo y se convirtió en la reina de la casa.

(7) (…) “suelto mis amarras: mato lo que me molesta y, como lo bueno y lo malo me molestan, voy definitivamente al encuentro de un mundo que está dentro de mí, yo que escribo para librarme de la difícil carga de ser una persona.” nos dice, magistralmente, Clarice en Un soplo de vida, libro concluido en 1977 en vísperas de su muerte.

(8) GOTLIB, Nádia: Clarice. Una vida que se cuenta. Biografía literaria de Clarice Lispector. 1ª edición. Buenos Aires: Adriana Hidalgo editora, 2007.

(9) LISPECTOR, Clarice. Felicidad clandestina. En Cuentos reunidos. Ediciones Siruela, 2008. Madrid, España.

(10) “Había entrado en el convento por  imposición de la familia (…). Pero empezó a cansarse de vivir sólo entre mujeres. (…). La amiga le aconsejó: -Mortifica el cuerpo. (…). Se confesó con el padre. Él le mandó que siguiera mortificándose. (…). No podía ver más el cuerpo casi desnudo de Cristo. (…). Hasta que le dijo al padre en el confesionario: -¡No aguanto más, juro que ya no aguanto más! Él le dijo meditativo: -Es mejor no casarse. Pero es mejor casarse que arder.

 
 

BIBLIOGRAFÍA

BUTLER, Judith. Artículo de Sabsay, Leticia consultado en http://singenerodedudas.com

GOTLIB, Nádia: Clarice. Una vida que se cuenta. Biografía literaria de Clarice Lispector. 1ª edición. Buenos Aires, Argentina: Adriana Hidalgo editora, 2007.

LISPECTOR, Clarice. Cuentos reunidos. Ediciones Siruela, 2008. Madrid, España.

LISPECTOR, Clarice. Un soplo de vida. Ediciones Siruela. 5ta. edición, 2008. Madrid, España.

LISPECTOR, Clarice. La pasión según G. H. El Aleph Editores. 1ra. edición, 2000. Barcelona, España.

PINKOLA ESTÉS, Clarissa. Mujeres que corren con los lobos: mitos y relatos del arquetipo de la Mujer Salvaje. Ediciones B, 2001. Barcelona (España)

STRUCCHI, Emilce. El cuerpo: ese experto en creatividad. (Artículo inédito, 2008)

STRUCCHI, Emilce. El canto de la mujer salvaje. (Artículo inédito, 2009)

 

 

Emilce Strucchi (Argentina, 1956).
Poeta y narradora. Forma parte del equipo de colaboradores de la revista Esperando a Godot y de Ediciones Godot Argentina. Obra editada. Pleno de ausencia (relatos, 2001); en poesía: Los trofeos del abandono (2003), La luz es otra cosa (2004), Amansalva (2006) y PALABRAS POZO. Historia de apasionadas (2010); Andar ligero (novela, 2007); No toda belleza redunda en felicidad
(Compilación de poetas argentinos contemporáneos, 2008).
Contacto: emilcestrucchi@gmail.com.

 

 

© Maria Estela Guedes
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