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Ana Luisa ha dado numerosas muestras de un espíritu libre e
independiente. Y también, en una ocasión, me ha dado lo que yo considero
–y seguramente ella acordará conmigo- su razón más profunda. Hace unos
años me comentaba que se había mudado a vivir en una casa de campo
(donde he tenido el placer de pasar unos días) porque no podía vivir
permanentemente en el mismo lugar. Dijo en síntesis: “Aunque tengo un
departamento bien puesto en Lisboa, que tú conoces, no puedo vivir ahí
siempre, luego de unos años tengo que cambiar de lugar. Yo soy
estructuralmente nómada”. Como alguien que cultiva en serio la filosofía
no dice palabras huecas de sentido, tomé muy en serio su auto-percepción
de un nomadismo estructural. Es decir, una característica no sólo innata,
sino constitutiva, esencial para su identidad personal. Y si alguien es
constitutiva e irrenunciablemente nómada, es muy probable –o casi
necesario- que esa característica se encuentre en todas y cualesquiera
áreas de la actividad. Ana Luisa, pensé, no sólo cambia de vivienda,
también cambia frecuentemente de lugares de trabajo académico, si bien
temporalmente. Así como tiene –porque es lo que hoy se espera de una
persona “civilizada”- una casa en Lisboa con carácter formalmente
permanente (aunque no la habite durante años), así también mantuvo un
permanente lugar de trabajo institucional del cual se retira ahora por
el expediente –también formal- de la jubilación. Pero ha deambulado (yo
diría que ésta es la palabra exacta) por muchos otros lugares donde ha
ejercido la docencia, la investigación, la formación de recursos
humanos, de maneras variadas y creativas. He aquí también una forma de
nomadismo que tal vez es más frecuente de lo que pensamos; sólo que Ana
Luisa ha capturado correcta y francamente la causa, al menos en ella: el
nomadismo “estructural”.
Creo que más de un colega se sorprenderá de esta caracterización que
ensayo en estas líneas y temo que unos cuantos dudarían o negarían que
sea un elogio adecuado al homenaje que pretendo hacer. Por lo tanto me
propongo, en lo que sigue, hacer una defensa –si se quiere, una
apología- y un elogio, de una manera de encarar y hacer filosofía que
puede llamarse, metafórica pero significativamente, “nomadismo
filosófico”, forma de cultivo filosófico que Ana Luisa ha practicado y
practica y que –espero mostrarlo claramente- constituye el plus de valor
que la distingue como una pensadora original y creativa.
La tradición sedentaria y sobre todo urbana de los últimos siglos, ha
relegado el nomadismo a la esfera de lo exótico y primitivo, un estadio
del desarrollo humano más retrasado y que, con suerte, evolucionará
hacia niveles superiores de la cultura. Pareciera que toda manifestación
cultural de una comunidad nómada es por principio inferior y superable.
Quizá los ejemplos históricos que se pueden aducir favorezcan esta
visión. Sin embargo, el nomadismo es algo más que el hecho –constatable-
de no tener domicilio fijo o estable. Algunos lo vinculan –erróneamente
a mi juicio- con la “enrancia”; inclusive es una de las acepciones que
recoge el diccionario de la lengua española. Si por enrancia se
significa no tener una meta prefijada, andar sin rumbo, entonces no es
equivalente al nomadismo, cuya acepción estricta es “no tener domicilio
fijo”. Se puede, en efecto, tener domicilios cambiantes, pero no carecer
de metas o andar sin rumbo. Dicho de otro modo, el no tener domicilio
fijo puede significar “no estar arraigado”, y –extremando el sentido- no
estar “atado” a un lugar. Y aquí se conecta el nivel de lo
histórico-sociológico con lo personal y cultural. Alguien sería nómada,
en sentido personal y cultual, si no se considera “arraigado” o “atado”
a un “lugar”, sea éste físico, cultural o incluso mental.
Mirada así la expresión, ser nómada indicaría una estructura de la
persona que voluntaria y conscientemente rechaza los arraigos como un
principio de adhesión o de conducta, buscando sus propias sendas en la
vida. Sería una especie de explorador de las posibilidades que brinda la
naturaleza, la sociedad o la cultura. Y así mirado, el nomadismo, lejos
de ser una nota denigrante, aparece como un valor digno de la mayor
consideración. El nomadismo filosófico consiste, por consiguiente, en la
aplicación de este principio vital a la tarea del filosofar. Habrá que
ver cuáles son los resultados.
Cuando, aceptando la auto-caracterización de Ana Luisa como
“estructuralmente nómada”, la aplico a su elección de vida como
filósofa, estoy queriendo señalar la explicación –según me parece- de la
manera original y hasta asombrante con que ella encara sus propios
trabajos y los que propone, motoriza o coordina. Son todas visiones
desde un ángulo diferente, un ángulo que requiere haberse movido, con
total decisión, de los puntos de vista establecidos por la tradición.
Pienso, por ejemplo, en su proyecto sobre las colecciones. Muchos
historiadores de la ciencia, de la cultura y del arte han trabajado este
campo, y los textos sobre estudios puntuales constituyen una nutrida
biblioteca. Ana Luisa propone estudiar las colecciones, pero su
propuesta no es una más dentro del espectro habitual. Las colecciones
son vistas con una mirada nueva, como miraría un monumento del pasado un
nómada que se acercara a él por primera vez y sin ninguna prevención
sobre su historia; una mirada que conjuga la inocencia prístina del niño
que ve todo con asombro, con la del sabio que ha andado mucho mundo (un
nómada) y ha visto casi todo. Entonces puede mirar con serenidad desde
el ángulo novedoso que ha descubierto para mirar lo ya sabido.
Participar en este tipo de propuestas es un ejercicio de imaginación
creadora y una experiencia fascinante.
No es el único caso; podría citar también, a vuelo de pluma, todos sus
proyectos de investigación y trabajos (propios o coordinados por ella)
sobre la historia de los gabinetes de curiosidades. También este tema,
profusamente trabajado en casos puntuales, le merece un análisis cuyos
resultados permiten reubicarlos no sólo desde la comprensión del
imaginario socio-cultural que los forjó, sino desde lo que hoy tienen de
interés como forma humana de ver las cosas (y las colecciones de cosas)
rescatándolos del olvido epistemológico que sufren las “prácticas
superadas”.
Podría seguir mencionando ejemplos tomados de la larga trayectoria de
Ana Luisa, que incluirían sus interesantes visiones sobre las misiones
de jesuitas y franciscanos en América, la conexión entre la naturaleza y
la cultura misionera o apostólica; las elaboraciones sobre el sentido de
los espacios (urbanos, museísticos, monumentales), etc. En todo, ella
manifiesta una nueva mirada y un resultado que hace de cada trabajo un
punto de partida de posibles reflexiones. Hasta las expresiones poéticas
con que suele terminar sus cortos mensajes electrónicos pueden ser
leídas como una invitación a recordar el tiempo, la naturaleza, los
sonidos y los silencios de las cosas, todo aquello que preterimos y
marginamos en el trajinar del día a día.
Ahora Ana Luisa se despide de uno de sus (pocos) voluntarios arraigos:
la cátedra universitaria. Ensayará otros lugares -también de tránsito- y
otras experiencias. Esperamos poder acompañarla. Porque entre esos pocos
arraigos que conserva celosamente, se cuenta la amistad. Una experiencia
de plenitud compartida por los dioses y los hombres. |
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CELINA ANA LÉRTORA MENDOZA
Buenos Aires, Argentina
Es Doctora en Filosofía por las Universidades Católica Argentina y
Complutense de Madrid, Doctora en Teología por la Pontificia Universidad
Comillas (España), Doctora en Ciencias Jurídicas por la Universidad
Católica Argentina. Miembro de la Carrera del Investigador Científico
del Conicet, institución de la cual ha sido becaria de iniciación y
perfeccionamiento, interna y externa. Se especializa en historia de la
filosofía y la ciencia medieval, colonial y latinoamericana, y en
epistemología. Ha publicado veinte libros y más de 300 artículos y
participado en más de 250 congresos, jornadas y encuentros, sobre temas
de su especialidad. Ha sido profesora en las Universidades Católica
Argentina, Nacional de Buenos Aires y Nacional de Mar del Plata y
actualmente lo es en la Universidad del Salvador donde dirige el
Postgrado "Especialización en Filosofía Argentina e Iberoamericana", y
en la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA como profesora de
extensión. Ha sido profesora invitada en diversas universidades del
exterior: Salamanca, Nacional de Colombia, Autónoma Metropolitana-
Xochimilco de México, Católica de San Pablo (Brasil), de la República de
Montevideo, entre otras. Es directora del proyecto internacional
Geonaturalia: "Geografía e Historia Natural, hacia una historia
comparada: Argentina, México, Costa Rica y Paraguay", y del Proyecto
Ecoepisteme “El estatuto epistemológico de las ciencias ambientales”; es
coordinadora de la Red internacional “Política Científica
Latinoamericana”. Dirige el proyecto de investigación “Las
ideas filosóficas en Argentina en la primera mitad del siglo XX. Agentes
y actividades”
del Departamento de Humanidades de
la Universidad Nacional del Sur. Ha recibido varias distinciones, entre
ellas el Premio ICETEX a la Excelencia Científica, del Gobierno de
Colombia, por sus investigaciones sobre documentos coloniales del
virreinato de Nueva Granada. Forma parte del Consejo Asesor de diversas
revistas especializadas en esta temática. Es miembro de diversas
sociedades y programas académicos, entre ellos la Sociedad
Internacional para el Estudio de la Filosofía Medieval, la Sociedad de
Hispanismo Filosófico, Red de Intercambios para la Historia y la
Epistemología de las Ciencias Químicas y Biológicas. Es presidente
fundadora de la Fundación para el Estudio del Pensamiento Argentino e
Iberoamericano (FEPAI), institución que ha realizado más de 35
encuentros nacionales e internacionales sobre temas de pensamiento
iberoamericano, y ha publicado más de 30 obras, además de una serie de
seis publicaciones periódicas. |