REVISTA TRIPLOV
de Artes, Religiões e Ciências


Nova Série | 2011 | Número especial
Homenagem a Ana Luísa Janeira

 

Ana Luísa Janeira
Foto de José M. Rodrigues

Elogio del nomadismo filosófico

Homenaje a la Prof. Dra. Ana Luisa Janeira



CELINA A. LÉRTORA MENDOZA

CONICET, Buenos Aires

 

DIREÇÃO  
Maria Estela Guedes  
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Conozco a Ana Luisa desde hace muchos años y aunque la distancia impide contactos personales frecuentes, hay siempre un hilo de comunicación invisible (no sólo el de la Internet) que nos conecta como a almas amigas. Tal vez sea la mutua condición de cultivadoras de la filosofía.

Hemos participado juntas en muchas actividades y puedo decir que siempre me admira en ella su innata capacidad de dar un giro distinto, novedoso, a cualquier proyecto más o menos estándar en nuestras áreas académicas. Esta facilidad para transitar nuevas sendas en zonas ya aparentemente exploradas es sin duda una capacidad innata, no se aprende en las aulas ni con la práctica de investigación en equipo: se lleva –diría- en el alma, aunque sin duda se puede enriquecer y fortalecer.

 
 
 
   
   
   
   
   
   
 
 

Ana Luisa ha dado numerosas muestras de un espíritu libre e independiente. Y también, en una ocasión, me ha dado lo que yo considero –y seguramente ella acordará conmigo- su razón más profunda. Hace unos años me comentaba que se había mudado a vivir en una casa de campo (donde he tenido el placer de pasar unos días) porque no podía vivir permanentemente en el mismo lugar. Dijo en síntesis: “Aunque tengo un departamento bien puesto en Lisboa, que tú conoces, no puedo vivir ahí siempre, luego de unos años tengo que cambiar de lugar. Yo soy estructuralmente nómada”. Como alguien que cultiva en serio la filosofía no dice palabras huecas de sentido, tomé muy en serio su auto-percepción de un nomadismo estructural. Es decir, una característica no sólo innata, sino constitutiva, esencial para su identidad personal. Y si alguien es constitutiva e irrenunciablemente nómada, es muy probable –o casi necesario- que esa característica se encuentre en todas y cualesquiera áreas de la actividad. Ana Luisa, pensé, no sólo cambia de vivienda, también cambia frecuentemente de lugares de trabajo académico, si bien temporalmente. Así como tiene –porque es lo que hoy se espera de una persona “civilizada”- una casa en Lisboa con carácter formalmente permanente (aunque no la habite durante años), así también mantuvo un permanente lugar de trabajo institucional del cual se retira ahora por el expediente –también formal- de la jubilación. Pero ha deambulado (yo diría que ésta es la palabra exacta) por muchos otros lugares donde ha ejercido la docencia, la investigación, la formación de recursos humanos, de maneras variadas y creativas. He aquí también una forma de nomadismo que tal vez es más frecuente de lo que pensamos; sólo que Ana Luisa ha capturado correcta y francamente la causa, al menos en ella: el nomadismo “estructural”.

Creo que más de un colega se sorprenderá de esta caracterización que ensayo en estas líneas y temo que unos cuantos dudarían o negarían que sea un elogio adecuado al homenaje que pretendo hacer. Por lo tanto me propongo, en lo que sigue, hacer una defensa –si se quiere, una apología- y un elogio, de una manera de encarar y hacer filosofía que puede llamarse, metafórica pero significativamente, “nomadismo filosófico”, forma de cultivo filosófico que Ana Luisa ha practicado y practica y que –espero mostrarlo claramente- constituye el plus de valor que la distingue como una pensadora original y creativa.

La tradición sedentaria y sobre todo urbana de los últimos siglos, ha relegado el nomadismo a la esfera de lo exótico y primitivo, un estadio del desarrollo humano más retrasado y que, con suerte, evolucionará hacia niveles superiores de la cultura. Pareciera que toda manifestación cultural de una comunidad nómada es por principio inferior y superable. Quizá los ejemplos históricos que se pueden aducir favorezcan esta visión. Sin embargo, el nomadismo es algo más que el hecho –constatable- de no tener domicilio fijo o estable. Algunos lo vinculan –erróneamente a mi juicio- con la “enrancia”; inclusive es una de las acepciones que recoge el diccionario de la lengua española. Si por enrancia se significa no tener una meta prefijada, andar sin rumbo, entonces no es equivalente al nomadismo, cuya acepción estricta es “no tener domicilio fijo”. Se puede, en efecto, tener domicilios cambiantes, pero no carecer de metas o andar sin rumbo. Dicho de otro modo, el no tener domicilio fijo puede significar “no estar arraigado”, y –extremando el sentido- no estar “atado” a un lugar. Y aquí se conecta el nivel de lo histórico-sociológico con lo personal y cultural. Alguien sería nómada, en sentido personal y cultual, si no se considera “arraigado” o “atado” a un “lugar”, sea éste físico, cultural o incluso mental.

Mirada así la expresión, ser nómada indicaría una estructura de la persona que voluntaria y conscientemente rechaza los arraigos como un principio de adhesión o de conducta, buscando sus propias sendas en la vida. Sería una especie de explorador de las posibilidades que brinda la naturaleza, la sociedad o la cultura. Y así mirado, el nomadismo, lejos de ser una nota denigrante, aparece como un valor digno de la mayor consideración. El nomadismo filosófico consiste, por consiguiente, en la aplicación de este principio vital a la tarea del filosofar. Habrá que ver cuáles son los resultados.

Cuando, aceptando la auto-caracterización de Ana Luisa como “estructuralmente nómada”, la aplico a su elección de vida como filósofa, estoy queriendo señalar la explicación –según me parece- de la manera original y hasta asombrante con que ella encara sus propios trabajos y los que propone, motoriza o coordina. Son todas visiones desde un ángulo diferente, un ángulo que requiere haberse movido, con total decisión, de los puntos de vista establecidos por la tradición. Pienso, por ejemplo, en su proyecto sobre las colecciones. Muchos historiadores de la ciencia, de la cultura y del arte han trabajado este campo, y los textos sobre estudios puntuales constituyen una nutrida biblioteca. Ana Luisa propone estudiar las colecciones, pero su propuesta no es una más dentro del espectro habitual. Las colecciones son vistas con una mirada nueva, como miraría un monumento del pasado un nómada que se acercara a él por primera vez y sin ninguna prevención sobre su historia; una mirada que conjuga la inocencia prístina del niño que ve todo con asombro, con la del sabio que ha andado mucho mundo (un nómada) y ha visto casi todo. Entonces puede mirar con serenidad desde el ángulo novedoso que ha descubierto para mirar lo ya sabido. Participar en este tipo de propuestas es un ejercicio de imaginación creadora y una experiencia fascinante.

No es el único caso; podría citar también, a vuelo de pluma, todos sus proyectos de investigación y trabajos (propios o coordinados por ella) sobre la historia de los gabinetes de curiosidades. También este tema, profusamente trabajado en casos puntuales, le merece un análisis cuyos resultados permiten reubicarlos no sólo desde la comprensión del imaginario socio-cultural que los forjó, sino desde lo que hoy tienen de interés como forma humana de ver las cosas (y las colecciones de cosas) rescatándolos del olvido epistemológico que sufren las “prácticas superadas”.

Podría seguir mencionando ejemplos tomados de la larga trayectoria de Ana Luisa, que incluirían sus interesantes visiones sobre las misiones de jesuitas y franciscanos en América, la conexión entre la naturaleza y la cultura misionera o apostólica; las elaboraciones sobre el sentido de los espacios (urbanos, museísticos, monumentales), etc. En todo, ella manifiesta una nueva mirada y un resultado que hace de cada trabajo un punto de partida de posibles reflexiones. Hasta las expresiones poéticas con que suele terminar sus cortos mensajes electrónicos pueden ser leídas como una invitación a recordar el tiempo, la naturaleza, los sonidos y los silencios de las cosas, todo aquello que preterimos y marginamos en el trajinar del día a día.

Ahora Ana Luisa se despide de uno de sus (pocos) voluntarios arraigos: la cátedra universitaria. Ensayará otros lugares -también de tránsito- y otras experiencias. Esperamos poder acompañarla. Porque entre esos pocos arraigos que conserva celosamente, se cuenta la amistad. Una experiencia de plenitud compartida por los dioses y los hombres.

 

 

CELINA ANA LÉRTORA MENDOZA
Buenos Aires, Argentina
Es Doctora en Filosofía por las Universidades Católica Argentina y Complutense de Madrid, Doctora en Teología por la Pontificia Universidad Comillas (España), Doctora en Ciencias Jurídicas por la Universidad Católica Argentina. Miembro de la Carrera del Investigador Científico del Conicet, institución de la cual ha sido becaria de iniciación y perfeccionamiento, interna y externa.  Se especializa en historia de la filosofía y la ciencia medieval, colonial y latinoamericana, y en epistemología. Ha publicado veinte libros y más de 300 artículos y participado en más de 250 congresos, jornadas y encuentros, sobre temas de su especialidad. Ha sido profesora en las Universidades Católica Argentina, Nacional de Buenos Aires y Nacional de Mar del Plata y actualmente lo es en la Universidad del Salvador donde dirige el Postgrado "Especialización en Filosofía Argentina e Iberoamericana", y en la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA como profesora de extensión. Ha sido profesora invitada en diversas universidades del exterior: Salamanca, Nacional de Colombia, Autónoma Metropolitana- Xochimilco de México, Católica de San Pablo (Brasil), de la República de Montevideo, entre otras. Es directora del proyecto internacional Geonaturalia: "Geografía e Historia Natural, hacia una historia comparada: Argentina, México, Costa Rica y Paraguay", y del Proyecto Ecoepisteme “El estatuto epistemológico de las ciencias ambientales”; es coordinadora de la Red internacional “Política Científica Latinoamericana”. Dirige el proyecto de investigación “
Las ideas filosóficas en Argentina en la primera mitad del siglo XX. Agentes y actividades” del Departamento de Humanidades de la Universidad Nacional del Sur. Ha recibido varias distinciones, entre ellas el Premio ICETEX a la Excelencia Científica, del Gobierno de Colombia, por sus investigaciones sobre documentos coloniales del virreinato de Nueva Granada. Forma parte del Consejo Asesor de diversas revistas especializadas en esta temática. Es miembro de diversas sociedades y programas académicos, entre ellos  la Sociedad Internacional para el Estudio de la Filosofía Medieval, la Sociedad de Hispanismo Filosófico, Red de Intercambios para la Historia y la Epistemología de las Ciencias Químicas y Biológicas. Es presidente fundadora de la Fundación para el Estudio del Pensamiento Argentino e Iberoamericano (FEPAI), institución que ha realizado más de 35 encuentros nacionales e internacionales sobre temas de pensamiento iberoamericano, y ha publicado más de 30 obras, además de una serie de seis publicaciones periódicas.

 

 

© Maria Estela Guedes
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